martes, 6 de diciembre de 2011

BUCOLICO

BUCOLICO, O EL IMPREDECIBLE FACTOR X

Ezran, tierra de paz y ejemplo de convivencia, no había presenciado una querella mayor entre sus habitantes desde hacía por lo menos tres siglos. Semejante estado de beatitud social y concordia interpersonal no había sido logrado de un día para otro, por supuesto, ni había sido el resultado de la alegre elección voluntaria de sus pobladores. Tan inusitado fenómeno social se debía simplemente a la estratégica situación geográfica de Ezran: su ubicación alta en las montañas, rodeada por completo, salvo en el norte, donde la cordillera continuaba su aparentemente interminable ascenso con picos cada vez más escarpados y filosos, por provincias más ricas y poderosas: esta era a la vez la bendición, la protección y también el obstáculo para el desarrollo de Ezran.

Sus habitantes fueron lentamente moldeando el tipo de sociedad en que vivían, pues era el único que les permitía sobrevivir. Al descubrir que la carne, la leche y la lana producidas por Ezran les eran igualmente útiles y necesarias a las tres provincias aledañas, los ezranitas le apostaron a la convivencia en armonía. A ninguna de las tres provincias le convenía asediar a Ezran, mucho menos arrasarla y acabar con sus tesoros, ya que los ezranitas eran los únicos poseedores de las secretas técnicas de cultivo de sus pastos y sus rebaños; solo ellos sabían sacar el mejor partido a sus recursos con el fin de abastecer por igual y agradar a cada uno de sus vecinos. Y bien cautelosos habían prevenido la fuga de sus valiosos conocimientos allende su comunidad. Habían logrado vivir bien, sin ser pobres, pero sin dejarse tentar por la opulencia.

Por otro lado ninguna de las provincias deseaba arriesgar sus tropas contra el agreste clima de la escarpada montaña, desgastándolas en el camino y la posteriormente hipotética conquista de Ezran, solo para después enfrentarse, ya disminuidos, contra unos vecinos nada contentos de haber perdido su sumiso y baratero proveedor.

De esta manera Ezran prosperó de manera lenta, pero sostenida, siempre en ángulo tenuemente ascendente, sin variaciones, siempre para arriba, forjando cada vez más firmemente su pacífica sociedad, mientras observaba como sus vecinos se aliaban unos con otros, se traicionaban mutuamente, se atacaban, se reagrupaban una y otra vez, siempre sin hacerse demasiado daño, sin desequilibrarse comparativamente frente a los otros, no, solo lo justo como para reactivar la economía en el post-conflicto inmediato, tras un período de sosiego excepcionalmente largo, con sus inevitables inercias sociales; exactamente así transcurrían los eones en aquel apartado rincón del mundo. Y Ezran observaba, siempre distante, siempre cómoda, siempre ajena, siempre segura.

Tal vez tras una época inusitada y extremadamente prolongada de paz, las alertas ezranitas se hubieran de algún modo aletargado, tal vez no fueran ya efectivas, tal vez ya nadie supiera el vacío vertiginoso que causa en el epigastrio el verdadero y visceral pánico. Tras innumerables generaciones acostumbradas a la equilibrada no-violencia, no lo notaron, lo que sintieron quizás solo podría describirse como una vaga inquietud. Esta fue la sensación que se pudo notar en Ezran, como una ligera nube en un cielo azul en pleno estío, como un insignificante pasanubes ante la promesa de una primavera contundentemente fértil, cuando llegó la noticia de una alianza entre todas las tres provincias vecinas.

La brisa lejana, tenue e insustancial, pretendía esparcir el rumor acerca del avance, aparentemente incontenible, de un remoto y desconocido pueblo conquistador venido del Naciente. La conseja popular aseguraba que este pueblo habría arrasado con todo a su paso, grandes Imperios habrían doblegado su soberbia ante el poder de los invasores.

Pero estos supuestamente terribles e implacables extranjeros nunca llegaron. O bien desconocían del todo la existencia de estos apartados pueblitos, o se habrían hartado con lo hasta entonces conquistado, o se habrían rendido ante el cansancio y la nostalgia de la distancia y simplemente habrían vuelto a casa, o probablemente no eran más que la invención de aburridas y desocupadas viudas fronterizas.

Finalmente la calma llegó a las provincias vecinas y a Ezran.

Y la vida siguió. El río retornó a su calmado cauce, por los siglos de los siglos Amén. Y nadie pensó mas en el asunto.

Solo que, de manera harto inconveniente para nuestros amigos ezranitas, una legión de 500 invasores logró sobrevivir a una devastadora derrota en los Bosques Francos y tras vagar y sobrevivir contra todo pronóstico, aislados, desorientados, desarraigados, por más de dos años en las frías estepas subdesérticas del extremo Norte, esta agrupación de guerreros se aventuró a cruzar la alta cordillera a través del septentrión, sin descubrir siquiera la existencia de las tres provincias vecinas de Ezran.

Descubrieron a Ezran casi por casualidad; estuvieron a punto de haber pasado de largo, solo unas famélicas y vaporosas columnas de humo mañaneras delataron la existencia del enclave ezranita.

Y los observaron.

Y los estudiaron.

Y envidiaron su abundancia.

Y sus mujeres.

Acostumbrados a los sufrimientos de dos años de errabunda soledad conocían su mayor ventaja: la paciencia, el aguante. Calcularon, midieron, sopesaron y finalmente planificaron su ataque. No encontraron resistencia alguna, se apoderaron de Ezran en una sola y lúgubre noche. Saquearon todas las casas, mataron a todos los hombres, violaron a todas las mujeres en un solo acto limpio y desalmado, preciso, eficaz y fulminante. Fue una victoria incuestionable y definitiva.

Mas no sabían, no podían administrar la fértil riqueza a su disposición.

Dos años después de su llegada, tras devorar al último y emaciado cordero de aquel desierto, abandonaron el paraje en pos de su tierra madre, sus amigos, su avanzada conquistadora incontenible, su añorada y lejana casa. Se fueron montaña arriba, por donde llegaron. No dejaron ni un solo rastro de la barbarie.

Las tres provincias vecinas, roto el delicado equilibrio social de la región, terminaron por aniquilarse mutuamente en una larga guerra sin cuartel y sin vencedores.

Siglos mas tarde, los arqueólogos que analizaron los escasos restos desperdigados por la comarca, concluyeron que una antiquísima, efímera, desorganizada, incapaz de adaptarse y primitiva civilización, había intentado arraigarse en la región, generaciones antes de los Romanos, pero debido a sus rudimentarias técnicas agrícolas había logrado arruinar una por lo demás fértil tierra, lo cual había condenado a sus desgraciados pobladores a una rápida e inevitable extinción.

FIN