Dispuesto a descubrir lo que se encontraba detrás de este misterioso asunto empecé a frecuentar las rutas de bus que se dirigían hacia el sur de la ciudad. Como ya referí inicialmente no tuve mucho éxito durante los primeros días. Lo único realmente interesante que encontré al comienzo fue que los tales personajes que solicitan ayuda económica en estos transportes pertenecen a una red inmensamente amplia de traficantes que se aprovechan de la situación de necesidad de estas pobres personas y les garantizan "puesto" bien sea en una ruta de bus o de buseta, o en un semáforo, o en un terminal de transportes aéreo o terrestre. En todo caso durante tres veces al día estos dueños del negocio pasan por puntos determinados de la ciudad recogiendo "el producido" que, depdependiendo del caso, puede oscilar entre el 65 y el 89% del total de lo que haya recogido el individuo que a estos negocios accede.
En una ocasión pude constatar, tras seguir a uno de estos menesterosos a su bajada del bus, cómo era brutalmente apaleado por los matones de turno, debido a su incapacidad para aportar el total de la cuota, ya que, como él mismo refería entre gritos y sollozos, " la gente hoy en día ya no suelta la plata tan fácil como antes". A punto estuve de socorrer a este pobre hombre y poner a su disposición mis servicios como abogado litigante de gran prestigio, pero algo en el fondo me hizo abstenerme.
Debido a este episodio me sentí supremamente mal durante algunos días, hasta el punto que mi mujer me preguntó si algo grave estaba sucediendo en el trabajo. Le dije que no era nada, pero lo que no sabía era que ya no habría retorno.
Al día siguiente escuché nuevamente una conversación que me llenó de duda y tribulación.
Durante una diligencia lo más de aburrida de un cliente mío médico, acusado de mala praxis, escuché a dos colegas en el juzgado de al lado. Solo escuché un fragmento de su conversación pero que lo suficiente para hacerme sentir una súbita inquietud: "... Pero hombre, te digo que es cierto: entró enloquecido a la sede social del Club, vestido con unas fachas absolutamente desastrosas, como si hiciera por lo menos una semana que no se bañara, con los ojos rojos, la mirada ansiosa, la respiración entrecortada. Nadie lo reconoció en verdad, aunque el insistía en su identidad. A mi sí me pareció que se trataba de él, aunque no podría asegurarlo. Finalmente lo echaron en medio de un ambiente de desolación y consternación generalizado. Sucedió. El domingo pasado, sí señor, seguro...". Lo siguiente ya no lo escuché, pero aunque no se mencionó nada adicional tuve la certeza que se trataba del mismo tipo de rumores que se estaban extendiendo alrededor de mi supuesto impostor.
La sorda rabia e indignación que me poseyeron a continuación casi me hacen perder algunos puntos valiosos en el caso de mi cliente.
Con renovados bríos asumí la búsqueda de mi suplantador.
Una semana después di con él. O por lo menos con su socio. Y fue precisamente en la ruta de Matatigres.
El hombre se subió e inició su rutina con las conocidas frases "Señores y señoras, disculpen la molestia, pero si me atrevo a incomodarlos en u viaje es por una buena causa, para buscar trabajo en lugar de estar mendigando o robando en las calles. Soy un drogadicto rehabilitado y espero no tener que pasar por la penosa situación que está pasando el conocido abogado Bonagrossa, inmerso hasta el cogote en la adicción por haber perdido a su familia en un accidente de tránsito hace un año..."
"¡Yo no soy ningún drogadicto, hijo de la grandísima p...!"
El tipo se me quedó mirando y de inmediato empalideció, delatando de esa manera lo que yo ya sabía: que se trataba de una conspiración en mi contra. Ágilmente se saltó la registradora y echó a correr en contra del sentido del tráfico automotor. Tardé unos pocos segundos en reaccionar y ante el asombro general salté la registradora y salí corriendo en pos de él.
Alcancé a perseguirlo durante dos o tres calles antes de perderlo. Pero ya había visto su cara, por lo menos ya sabía que los rumores tenían un origen real, el cual estaba dispuesto a seguir hasta las últimas consecuencias. Había tomado una decisión.
Ahora me pregunto que habría sucedido de haber sido diferente mi decisión. ¿Que hubiera pasado si lo hubiese dejado seguir con su discurso, si simplemente lo hubiera seguido con discreción? ¿O si definitivamente no hubiese hecho nada al respecto? Escuché hace poco a un astrofísico referir la teoría del multicosmos: existe un número inmenso, más sin embargo, limitado de Universos. Algunos de ellos son muy parecidos al nuestro, difieren solo por algunos aspectos laterales. Por lo menos debe haber un Universo donde las cosas sucedieron de manera exactamente igual a éste, en el cual en estos momentos un Bonarrosa desesperado trata de lograr que alguien crea su historia.
Si tan solo pudiera asomarme a esos otros Universos podría hacerme a una idea de como actuar a continuación. Siguiendo esa línea de pensamiento llegue de nuevo a la inquietante idea: ¿Y si cada que tomo una decisión crucial el Universo se divide sin que lo note y yo simplemente sigo en aquel determinado por la variante de la decisión tomada? ¿Que pasaría si se pudiese abrir un puente entre estos Universos paralelos? Podría dirigirme hacia allá y arruinarle la vida a algún otro "yo" mío?
¡Esa podía claramente ser una solución a mi problema! Aunque no me cabía n la cabeza como podría haberlo logrado, mi supuesto suplantador muy quien podía haber llegado de uno de esos Universos paralelos! ¡Claro que sí! ¡La física terórica lo permite! De alguna manera debo encontrar ya no a mi impostor sino ahora "otro yo" y volver al estado natural de las cosas. la certeza de ser yo el que estaba viviendo de nuevo mi vida me aportó la confianza y temeridad que necesitaba para cometer los errores que vinieron a continuación.