Discurre la tibia y apacible tarde de
octubre. Los oblicuos rayos calientan apenas las hojas caídas de los árboles,
en una suerte de nostalgia estival. Lentamente discurren en plácido diálogo los
dos eternos Amigos por el Bulevar de la Alameda. Si tan solo el ambiente fuera
una décima de lumen más brillante que el día anterior, se diría que no se
trataba de un nuevo encuentro, sino de una especie de pervertido deja vú tramado por la mente inquieta de
algún Demiurgo rebelde, decidido ya para siempre a no dejarse tentar por las
equívocas trampas de los años perdidos.
Mas no debes llamarte al equívoco,
desprevenido testigo de este acto, no debes situarte en parajes o en países
remotos, pues las personas aquí mencionadas, viven más próximas a ti de lo que
inicialmente hubieras calculado; si te fijaras bien, identificarías al lacónico
vecino, al que nunca escuchas saludar, porque te parece muy altivo, o tal vez
de joven, solo fuera un poco muy tímido... Y el aire, ese aire prístino con
sabor otoñal, dispersa el diálogo que
amenamente los dos viejos desarrollan, y del cual algún que otro fragmento logra traspasar la barrera
de la distancia hasta llegar, como un cantarín manantial de melodías, a tus extemporáneos oídos.
- Me sigue intrigando tu manía de contar historias por el mero
hecho de poner en evidencia algún suceso acaecido. Pero creo que te gusta
usarlas para burlarte de mí. Deseas poner en evidencia mi falta de memoria, la
poca exactitud con que recuerdo los detalles respecto a los hechos que hicieron
de la cotidianidad la sustancia activa de nuestras vidas. ¿Tu gusto real es por
la narrativa o por ver la cara de ofuscación que pongo cada vez que me enredas
en tus trampas dialécticas? ¿Es en realidad así como yo digo? ¿Has decidido
perversamente portarte así conmigo hasta el final de mis días?
Tras algunos segundos que parecen
eternos, después de avanzar tres o cuatro pasos más, el anciano se detiene
cavilando. El asomo peregrino de una sonrisa ilumina por media milésima de segundo
su cansado rostro. Alzando luego la mirada al cielo, como si implorara por
algún tipo de ayuda sobrenatural, o como si estuviera reuniendo fuerzas a
partir de la energía dispersa por el extenso Cosmos, toma aire y finalmente
hilvana una frase, luego otra, y finalmente otra, y habla como midiendo cada
sílaba, como si en verdad conociera el último y real peso de los pensamientos
que, materializados más allá de las reacciones eléctricas cerebrales, se emiten
en forma de sonido articulado y coherente: la palabra.
- Mira, intentaré explicarte lo que en el día de hoy me
acontece y que, más que una historia particular, de aquellas a las que
usualmente hago referencia, trata mejor acerca de la manera en que en algún
tiempo vi a nuestra pobre Humanidad, agobiada y doliente. Por años me he
estrujado el corazón intentando entender por qué las personas han sido como
son. Y tal vez, solo tal vez, un pequeño atisbo de respuesta se pueda dilucidar
a través de una serie de conductas de las cuales fui cercano testigo en años otrora acaecidos,
más sin embargo aún frescos a mi vista, pero lo suficientemente lejanos ya, que
su nomenclatura es vano mencionar. Es más, juraría que tú también pudiste
experimentar estas conductas, pero mi memoria no es de la diáfana claridad que
solía ser, de manera que no aseguraría categóricamente tu presencia en aquel
tiempo; me sabrás de antemano dispensar. Lo que sí es cierto, es que hubo una
época, la cual pasaré a rememorar a continuación: cuando éramos adultos
jóvenes, no creo que hubiésemos completado nuestra cuarta década de existencia,
apareció algo que se llamaba “la red social” o mejor “las redes sociales” pues
había muchas de ellas. No sé si lo tengas aún presente, pero en esa época la
gente medía su capacidad de pertenecer a determinada clase o estatus, categoría
o lo que sea, no solo basándose en su capacidad adquisitiva, sino haciendo gala
de sus pertenencias y su ser a través de
programas digitales difundidos por la red primitiva, aquella que gracias a los
Cielos, hoy en día ya no es accesible.
- A pesar de ser el inicio del siglo XXI y a pesar de los
avances tecnológicos con los cuales nuestra especie se autocomplacía y
vanagloriaba, las diferencias sociales eran intolerables y en algunos casos
hasta criminales. Fue una época, obvio que seguramente recuerdas, de profundas inequidades y de
marcadas contradicciones, mientras el mundo buscaba la conciencia y
civilización global que actualmente disfrutamos. Fue antes de la última Gran
Guerra Religiosa, antes de la Reforma Global.
- Nuestra protagonista
en sí no es la “red social”, sino un tipo especial de conducta que se podía
observar dentro de ella. Voy a tratar de explicarme, porque te veo la cara de
extrañeza. Pasaba lo siguiente: en varias de estas “redes” había personas que
proponían temas para discusión abierta. Foros, como aquellos en los que
participamos en los primeros años de Universidad. Un músico famoso, al que llamaremos C, era
conocido por sus posturas en favor de la Fiesta Brava. Proponía dialécticas
alrededor de la validez de esta tradición española, con la condición que la
discusión se basara principalmente en la argumentación inteligente. La gente
inmediatamente se polarizaba: unos en absoluta defensa de la Fiesta Brava,
otros en completa contra. La polémica degeneró en ataques verbales de unos
contra otros, llenas de palabras soeces y además, con una generalizada y
rampante falta de ortografía y de respeto para con las mínimas normas de
redacción de nuestro idioma. Otro ejemplo: un biólogo postuló que los Homo sapiens sapiens eran claramente
omnívoros, soportando su teoría
simplemente en conceptos básicos de bioquímica y anatomía comparada; no
estaba atacando a los Veganos, tan de moda en esa época, ni juzgando sus
hábitos alimenticios. La respuesta fue una avalancha de insultos de gruesísimo
calibre y algunas amenazas de muerte directas. Otro ejemplo: un contacto (así le decía uno a un conocido
en una “red social”) que compartimos vos y yo en la más extensa de esas “redes”
propuso alguna vez una discusión acerca de la vieja dicotomía entre “ciencia” y
“religión”. Por ser este un tema que me apasionaba, dejé mi vieja costumbre de
observador y me decidí a opinar. Terminé insultado por un señor que llegó a
afirmar que la teoría evolucionista de Darwin era una falacia demostrada.
Alguien más me recomendó devolver mi cartón de profesional y otro simplemente
me condenó al Infierno.
- A pesar de conocer, o
creer conocer la condición humana, me tomé la molestia de estudiar todas las
respuestas airadas de personas furibundas en todos los temas de discusión que
aparecían en mi “muro”, tratando tal vez, de encontrar un punto común, un
patrón, una guía, un faro esclarecedor. Encontré un atisbo de luz en otro foro,
propuesto por un antiguo compañero de pregrado: él preguntaba la razón por la
cual las personas que se consideraban a sí mismas “morales”, automáticamente se adjudicaron mayor valía.
Él lo proponía así, dando por sentada la premisa acerca de la moralidad. ¿Cómo
creés vos que fue la respuesta de los participantes del foro? ¿Creés que fue
racional y argumentada, o tal vez opinás diferente?
- Puesto en esos términos, debo coincidir contigo que, de
acuerdo con la manera de ser de las personas de
aquella época, en verdad debe haberse tratado de una discusión harto
amarga. A tu compañero de pregrado deben haberlo crucificado, ¿no?
- Palabras más, palabras menos, eso fue lo que sucedió. Y a
partir de ahí el tema empezó a darme vueltas en la cabeza, así que durante los
siguientes tres o tres años y medio, al margen de mi actividad profesional,
dediqué largas horas a estudiar textos que tuviesen que ver con polémicas en
otras épocas. Leí, leí mucho. Desde la defensa de Sócrates, hasta los
semanarios satíricos franceses, alemanes y norteamericanos, pasando por
Zaratustra (o Zoroastro, como lo quieras llamar), la Epopeya de Gilgamesh, la
Biblia, la Balada de John y Yoko, el Contrato Social, el Capital, el Ulises de
Joyce, todo, todo lo que se me atravesó. La respuesta aterradora se iba
haciendo cada vez más clara en mi mente y eso se notaba en mi interacción con
el mundo cotidiano. Cada vez las cosas me importaban menos. Concluí que la idea
de moralidad, o por lo menos lo que la gente entendía como tal, que para mí no era
más que una falsa moralidad, era el cáncer del mundo. Y este hallazgo me
aterró. ¿Cómo no reaccionar de una
manera nihilista ante esta conclusión tan claramente tajante y determinista?
¡¡¡Cada cual buscaba un argumento para aplastar al otro, adjudicándose el
derecho de aplastarlo solo por ser “mejor”!!!
“Puesto que soy vegetariano, soy más evolucionado que tú, bárbaro
carnívoro y por eso tengo el poder para descalificar”. “Ya que claramente los
antitaurinos defendemos el derecho a la vida de los animales, C, púdrete”.
“Debido a que nuestro dios nos dio el entendimiento, la ciencia y tú,
desvergonzado darwinista, pueden morir en el infierno”. “Nosotros, que tenemos
una gran moral, sabemos cuidar el planeta y sabemos lo que les conviene a
Ustedes, humanos menos evolucionados: ¡les conviene extinguirse!” Y en esos
términos se expresaban, y yo debo decir que en mi fuero interno razonaba “si
son tan buenos, entonces por qué aún usan cosas de plástico, ¿por qué se sirven
de la electricidad y de vehículos impulsados por combustibles fósiles?”
- En eso pienso que tenés razón, antiguo amigo. Recuerdo a una
gran cantidad de personas que se ufanaban de ser vegetarianos y moralmente más
avanzados, no bien lo veían a uno pidiendo una hamburguesa, se le venían de
inmediato lanza en ristre, como decía la novela, atacando y condenando.
Definitivamente ahora que lo pienso, vos tenés razón. Cada grupo, cada tribu
urbana, se sentía moralmente superior. Creo que era, ¿Cómo es que se dice? ¡Ah!
¡El espíritu de los tiempos! ¡Eso! Sí, me molestaba bastante. Supongo que ahora
que tenemos un mundo tan diferente, simplemente bloqueé lo que sentíamos en
aquel entonces. O tal vez mi memoria, nunca buena, flaquea hoy ya más de lo
debido.
- ¿Qué pensás vos que hice yo? Ante tanto ataque y desde tan
diversos flancos, ante la variedad de temas atacados por unos y por otros, ante
tantas posturas radicales enfrentadas. ¿Qué pensás que podía haber hecho yo? Viendo
que me estaba volviendo nihilista. ¡¿Cómo
intentar ponerles en perspectiva lo estúpido de su posición, cómo mostrarles
realmente la importancia de las cosas, el significado de una hoja al caer, el
ritmo de la evolución, el sonido de la compasión, la simpleza del pentagrama?!
- Pues...
La respuesta vaciló en el aire por
algunos instantes. El silbido que había dejado la laringe del Amigo se fue
haciendo tenue hasta desaparecer. Dos ardillas, indiferentes al momento,
iniciaron sus prolijas tareas de recolección de alimentos en un almendro cercano.
La mirada del Amigo intentó hurgar en la bruma del pasado para encontrar la
memoria de los hechos. Al no lograrlo decidió responder por el camino del
sentido común. Carraspeó algo indeciso y finalmente esbozó una tímida
proposición:
- ...Me imagino que finalmente publicaste un manifiesto. Te
rebelaste. Al fin y al cabo fuiste uno de los artífices de las propuestas desde
nuestra región para la Reforma Global… ¿No es así? ¿No fue esto lo que
finalmente te sacó de tu cómoda posición profesional y te llevó casi que de la
nada a liderar medio Mundo?
- Pues fíjate que te equivocas...
- No puede ser, entonces ¿estoy equivocado de época? ¿No
fue ese el tiempo en que se interesaron
por fin en tus escritos y te llamaron a la Comisión?
- Bueno, sí fue esa época, pero en realidad no sucedió exactamente así...
Los ojos del anciano brillaron por
un, permítaseme el barbarismo, absolutamente imprescindible, “milímetro de
segundo” al regresar a aquellos días y recuperar por un instante fugaz la
madurez perdida, la llegada inicial de la experiencia y la pujanza de esa
edad de la vida, cuando la juventud aún
presente da paso a la sólida estabilidad de los 40 años lagos. La pálida sonrisa
de su rostro se hizo fuerte y por un momento borró las arrugas de su frente. Un transeúnte
desprevenido incluso juraría haber visto a aquel anciano hacerse más alto y
recuperar el control de su cuerpo rejuvenecido.
Prosiguió:
- No pierdas de vista que la protagonista de nuestra historia
es esta conducta de superioridad moralista. Tras todo el tiempo de continua
lucha interna, de entrar y salir de redes sociales, de leer foros y no saber si
responder o no, por fin mi maltrecha moral se decidió – y en este punto el
Anciano se permitió una breve carcajada-
¡¡¡Pero por el último modelo de consolas de videojuegos!!! Sí, una
belleza, interactiva, con juegos de acción, deporte, canto e interpretación de
instrumentos. El sueño de todo adolescente. Aunque yo tenía ya más de 40. ¡No
debes olvidar que pertenecemos a la generación del Atari! Fuimos los primeros
cuando chicos, en tener video juegos en casa. Van 8 generaciones y esa
tendencia jamás se agotó, mis bisnietos tienen unas consolas que ya yo no puedo
entender y mucho menos manejar. ¡Interfases cerebrales directas! ¡Cuánto daría
por tener 15 años menos y haberme podido implantar uno de esos chips!
La cara del Amigo era un
pozo de asombro insondable. En toda la vida jamás había mirado al Anciano como
lo hacía en este momento, como quien mira a un pobre orate que enajenado y
convencido que está a punto de salvar al mundo, se dirige irreversiblemente al
borde del abismo.
- Pero, pero, pero... no entiendo, ¿para qué carajos me
contaste toda esta historia? ¿De qué va la superioridad moral, en fin?
- ¡Ajá m`hijo!, ¿en qué estamos? ¿Cómo más querés vos que me
acerque a la idiosincrasia de las personas de esa época? ¿No sos vos finalmente
al que le gusta decir que mi objetivo era entender a la gente? Sabés que yo no
me consideraba moralmente superior a nadie. Sabés que para mí lo importante
eran las cosas simples: el hogar, la familia, la satisfacción del trabajo. Me
cansé de lo que veía en mi entorno, la gente atacando a C, tan buena música que
él hacía. Y cerré mi “red social”. Me fui a jugar videos con mis hijos,
jovenzuelos aún. Lo de la Comisión llegó debido a unos artículos publicados
unos años antes y que yo ya francamente había dado por olvidados en los
extensos recovecos de los index médicus.
El resto de la historia es por vos bien conocida, la Comisión, la última Gran
Guerra Religiosa, la Reforma Global. Nuestra migración después de la Vorágine y
nuestro establecimiento final aquí, después de las décadas de Cátedra. Y sabes,
la vida, simplemente la vida.
El Amigo, indeciso, calló. Más tarde
en casa, intentaría de nuevo entender el mensaje velado de aquel viejo
marrullero, personaje protagonista de la segunda mitad del siglo y ahora en el
exilio voluntario. Él, que había sido su amigo desde la infancia; él, que lo
había acompañado en la gigantesca revolución que se desarrolló sin verter
sangre. Él, que aún después de más de un siglo, todavía no lograba
comprenderlo. Continuaron lado a lado, con el paso lento del que ya caminó todo
sobre esta risible mota de planeta que, ingrávida, gira alrededor de su
estrella creadora. El sol algo más bajo, la brisa tenue del otoño, la Alameda
fresca y silenciosa.