viernes, 28 de agosto de 2015

DIÁLOGOS 2



Discurre la tibia y apacible tarde de octubre. Los oblicuos rayos calientan apenas las hojas caídas de los árboles, en una suerte de nostalgia estival. Lentamente discurren en plácido diálogo los dos eternos Amigos por el Bulevar de la Alameda. Si tan solo el ambiente fuera una décima de lumen más brillante que el día anterior, se diría que no se trataba de un nuevo encuentro, sino de una especie de pervertido deja vú tramado por la mente inquieta de algún Demiurgo rebelde, decidido ya para siempre a no dejarse tentar por las equívocas trampas de los años perdidos.

Mas no debes llamarte al equívoco, desprevenido testigo de este acto, no debes situarte en parajes o en países remotos, pues las personas aquí mencionadas, viven más próximas a ti de lo que inicialmente hubieras calculado; si te fijaras bien, identificarías al lacónico vecino, al que nunca escuchas saludar, porque te parece muy altivo, o tal vez de joven, solo fuera un poco muy tímido... Y el aire, ese aire prístino con sabor otoñal, dispersa  el diálogo que amenamente los dos viejos desarrollan, y del cual algún  que otro fragmento logra traspasar la barrera de la distancia hasta llegar, como un cantarín manantial de melodías, a  tus extemporáneos oídos.

-          Me sigue intrigando tu manía de contar historias por el mero hecho de poner en evidencia algún suceso acaecido. Pero creo que te gusta usarlas para burlarte de mí. Deseas poner en evidencia mi falta de memoria, la poca exactitud con que recuerdo los detalles respecto a los hechos que hicieron de la cotidianidad la sustancia activa de nuestras vidas. ¿Tu gusto real es por la narrativa o por ver la cara de ofuscación que pongo cada vez que me enredas en tus trampas dialécticas? ¿Es en realidad así como yo digo? ¿Has decidido perversamente portarte así conmigo hasta el final de mis días?

Tras algunos segundos que parecen eternos, después de avanzar tres o cuatro pasos más, el anciano se detiene cavilando. El asomo peregrino de una sonrisa ilumina por media milésima de segundo su cansado rostro. Alzando luego la mirada al cielo, como si implorara por algún tipo de ayuda sobrenatural, o como si estuviera reuniendo fuerzas a partir de la energía dispersa por el extenso Cosmos, toma aire y finalmente hilvana una frase, luego otra, y finalmente otra, y habla como midiendo cada sílaba, como si en verdad conociera el último y real peso de los pensamientos que, materializados más allá de las reacciones eléctricas cerebrales, se emiten en forma de sonido articulado y coherente: la palabra.

-          Mira, intentaré explicarte lo que en el día de hoy me acontece y que, más que una historia particular, de aquellas a las que usualmente hago referencia, trata mejor acerca de la manera en que en algún tiempo vi a nuestra pobre Humanidad, agobiada y doliente. Por años me he estrujado el corazón intentando entender por qué las personas han sido como son. Y tal vez, solo tal vez, un pequeño atisbo de respuesta se pueda dilucidar a través de una serie de conductas de las cuales  fui cercano testigo en años otrora acaecidos, más sin embargo aún frescos a mi vista, pero lo suficientemente lejanos ya, que su nomenclatura es vano mencionar. Es más, juraría que tú también pudiste experimentar estas conductas, pero mi memoria no es de la diáfana claridad que solía ser, de manera que no aseguraría categóricamente tu presencia en aquel tiempo; me sabrás de antemano dispensar. Lo que sí es cierto, es que hubo una época, la cual pasaré a rememorar a continuación: cuando éramos adultos jóvenes, no creo que hubiésemos completado nuestra cuarta década de existencia, apareció algo que se llamaba “la red social” o mejor “las redes sociales” pues había muchas de ellas. No sé si lo tengas aún presente, pero en esa época la gente medía su capacidad de pertenecer a determinada clase o estatus, categoría o lo que sea, no solo basándose en su capacidad adquisitiva, sino haciendo gala de sus  pertenencias y su ser a través de programas digitales difundidos por la red primitiva, aquella que gracias a los Cielos, hoy en día ya no es accesible.

-          A pesar de ser el inicio del siglo XXI y a pesar de los avances tecnológicos con los cuales nuestra especie se autocomplacía y vanagloriaba, las diferencias sociales eran intolerables y en algunos casos hasta criminales. Fue una época, obvio que seguramente  recuerdas, de profundas inequidades y de marcadas contradicciones, mientras el mundo buscaba la conciencia y civilización global que actualmente disfrutamos. Fue antes de la última Gran Guerra Religiosa, antes de la Reforma Global.

-          Nuestra  protagonista en sí no es la “red social”, sino un tipo especial de conducta que se podía observar dentro de ella. Voy a tratar de explicarme, porque te veo la cara de extrañeza. Pasaba lo siguiente: en varias de estas “redes” había personas que proponían temas para discusión abierta. Foros, como aquellos en los que participamos en los primeros años de Universidad.  Un músico famoso, al que llamaremos C, era conocido por sus posturas en favor de la Fiesta Brava. Proponía dialécticas alrededor de la validez de esta tradición española, con la condición que la discusión se basara principalmente en la argumentación inteligente. La gente inmediatamente se polarizaba: unos en absoluta defensa de la Fiesta Brava, otros en completa contra. La polémica degeneró en ataques verbales de unos contra otros, llenas de palabras soeces y además, con una generalizada y rampante falta de ortografía y de respeto para con las mínimas normas de redacción de nuestro idioma. Otro ejemplo: un biólogo postuló que los Homo sapiens sapiens eran claramente omnívoros, soportando su teoría  simplemente en conceptos básicos de bioquímica y anatomía comparada; no estaba atacando a los Veganos, tan de moda en esa época, ni juzgando sus hábitos alimenticios. La respuesta fue una avalancha de insultos de gruesísimo calibre y algunas amenazas de muerte directas. Otro ejemplo:  un contacto (así le decía uno a un conocido en una “red social”) que compartimos vos y yo en la más extensa de esas “redes” propuso alguna vez una discusión acerca de la vieja dicotomía entre “ciencia” y “religión”. Por ser este un tema que me apasionaba, dejé mi vieja costumbre de observador y me decidí a opinar. Terminé insultado por un señor que llegó a afirmar que la teoría evolucionista de Darwin era una falacia demostrada. Alguien más me recomendó devolver mi cartón de profesional y otro simplemente me condenó al Infierno.

-           A pesar de conocer, o creer conocer la condición humana, me tomé la molestia de estudiar todas las respuestas airadas de personas furibundas en todos los temas de discusión que aparecían en mi “muro”, tratando tal vez, de encontrar un punto común, un patrón, una guía, un faro esclarecedor. Encontré un atisbo de luz en otro foro, propuesto por un antiguo compañero de pregrado: él preguntaba la razón por la cual las personas que se consideraban a sí mismas “morales”,  automáticamente se adjudicaron mayor valía. Él lo proponía así, dando por sentada la premisa acerca de la moralidad. ¿Cómo creés vos que fue la respuesta de los participantes del foro? ¿Creés que fue racional y argumentada, o tal vez opinás diferente?

-        Puesto en esos términos, debo coincidir contigo que, de acuerdo con la manera de ser de las personas de  aquella época, en verdad debe haberse tratado de una discusión harto amarga. A tu compañero de pregrado deben haberlo crucificado, ¿no?

-        Palabras más, palabras menos, eso fue lo que sucedió. Y a partir de ahí el tema empezó a darme vueltas en la cabeza, así que durante los siguientes tres o tres años y medio, al margen de mi actividad profesional, dediqué largas horas a estudiar textos que tuviesen que ver con polémicas en otras épocas. Leí, leí mucho. Desde la defensa de Sócrates, hasta los semanarios satíricos franceses, alemanes y norteamericanos, pasando por Zaratustra (o Zoroastro, como lo quieras llamar), la Epopeya de Gilgamesh, la Biblia, la Balada de John y Yoko, el Contrato Social, el Capital, el Ulises de Joyce, todo, todo lo que se me atravesó. La respuesta aterradora se iba haciendo cada vez más clara en mi mente y eso se notaba en mi interacción con el mundo cotidiano. Cada vez las cosas me importaban menos. Concluí que la idea de moralidad, o por lo menos lo que la gente entendía como tal, que para mí no era más que una falsa moralidad, era el cáncer del mundo. Y este hallazgo me aterró. ¿Cómo no  reaccionar de una manera nihilista ante esta conclusión tan claramente tajante y determinista? ¡¡¡Cada cual buscaba un argumento para aplastar al otro, adjudicándose el derecho de aplastarlo solo por ser “mejor”!!!  “Puesto que soy vegetariano, soy más evolucionado que tú, bárbaro carnívoro y por eso tengo el poder para descalificar”. “Ya que claramente los antitaurinos defendemos el derecho a la vida de los animales, C, púdrete”. “Debido a que nuestro dios nos dio el entendimiento, la ciencia y tú, desvergonzado darwinista, pueden morir en el infierno”. “Nosotros, que tenemos una gran moral, sabemos cuidar el planeta y sabemos lo que les conviene a Ustedes, humanos menos evolucionados: ¡les conviene extinguirse!” Y en esos términos se expresaban, y yo debo decir que en mi fuero interno razonaba “si son tan buenos, entonces por qué aún usan cosas de plástico, ¿por qué se sirven de la electricidad y de vehículos impulsados por combustibles fósiles?”


-       En eso pienso que tenés razón, antiguo amigo. Recuerdo a una gran cantidad de personas que se ufanaban de ser vegetarianos y moralmente más avanzados, no bien lo veían a uno pidiendo una hamburguesa, se le venían de inmediato lanza en ristre, como decía la novela, atacando y condenando. Definitivamente ahora que lo pienso, vos tenés razón. Cada grupo, cada tribu urbana, se sentía moralmente superior. Creo que era, ¿Cómo es que se dice? ¡Ah! ¡El espíritu de los tiempos! ¡Eso! Sí, me molestaba bastante. Supongo que ahora que tenemos un mundo tan diferente, simplemente bloqueé lo que sentíamos en aquel entonces. O tal vez mi memoria, nunca buena, flaquea hoy ya más de lo debido.

-          ¿Qué pensás vos que hice yo? Ante tanto ataque y desde tan diversos flancos, ante la variedad de temas atacados por unos y por otros, ante tantas posturas radicales enfrentadas. ¿Qué pensás que podía haber hecho yo? Viendo que me estaba volviendo nihilista.  ¡¿Cómo intentar ponerles en perspectiva lo estúpido de su posición, cómo mostrarles realmente la importancia de las cosas, el significado de una hoja al caer, el ritmo de la evolución, el sonido de la compasión, la simpleza del pentagrama?!

-          Pues...

La respuesta vaciló en el aire por algunos instantes. El silbido que había dejado la laringe del Amigo se fue haciendo tenue hasta desaparecer. Dos ardillas, indiferentes al momento, iniciaron sus prolijas tareas de recolección de alimentos en un almendro cercano. La mirada del Amigo intentó hurgar en la bruma del pasado para encontrar la memoria de los hechos. Al no lograrlo decidió responder por el camino del sentido común. Carraspeó algo indeciso y finalmente esbozó una tímida proposición:

-          ...Me imagino que finalmente publicaste un manifiesto. Te rebelaste. Al fin y al cabo fuiste uno de los artífices de las propuestas desde nuestra región para la Reforma Global… ¿No es así? ¿No fue esto lo que finalmente te sacó de tu cómoda posición profesional y te llevó casi que de la nada a liderar medio Mundo?

-          Pues fíjate que te equivocas...

-          No puede ser, entonces ¿estoy equivocado de época? ¿No fue  ese el tiempo en que se interesaron por fin en tus escritos y te llamaron a la Comisión?

-          Bueno, sí fue esa época, pero en realidad no sucedió exactamente así...

Los ojos del anciano brillaron por un, permítaseme el barbarismo, absolutamente imprescindible, “milímetro de segundo” al regresar a aquellos días y recuperar por un instante fugaz la madurez perdida, la llegada inicial de la experiencia y la pujanza de esa edad  de la vida, cuando la juventud aún presente da paso a la sólida estabilidad de los 40 años lagos. La pálida sonrisa de su rostro se hizo fuerte y por un momento borró las  arrugas de su frente. Un transeúnte desprevenido incluso juraría haber visto a aquel anciano hacerse más alto y recuperar el control de su cuerpo rejuvenecido.

Prosiguió:

-          No pierdas de vista que la protagonista de nuestra historia es esta conducta de superioridad moralista. Tras todo el tiempo de continua lucha interna, de entrar y salir de redes sociales, de leer foros y no saber si responder o no, por fin mi maltrecha moral se decidió – y en este punto el Anciano se permitió una breve carcajada-  ¡¡¡Pero por el último modelo de consolas de videojuegos!!! Sí, una belleza, interactiva, con juegos de acción, deporte, canto e interpretación de instrumentos. El sueño de todo adolescente. Aunque yo tenía ya más de 40. ¡No debes olvidar que pertenecemos a la generación del Atari! Fuimos los primeros cuando chicos, en tener video juegos en casa. Van 8 generaciones y esa tendencia jamás se agotó, mis bisnietos tienen unas consolas que ya yo no puedo entender y mucho menos manejar. ¡Interfases cerebrales directas! ¡Cuánto daría por tener 15 años menos y haberme podido implantar uno de esos chips!

La cara del Amigo era un pozo de asombro insondable. En toda la vida jamás había mirado al Anciano como lo hacía en este momento, como quien mira a un pobre orate que enajenado y convencido que está a punto de salvar al mundo, se dirige irreversiblemente al borde del abismo.

-          Pero, pero, pero... no entiendo, ¿para qué carajos me contaste toda esta historia? ¿De qué va la superioridad moral, en fin?

-          ¡Ajá m`hijo!, ¿en qué estamos? ¿Cómo más querés vos que me acerque a la idiosincrasia de las personas de esa época? ¿No sos vos finalmente al que le gusta decir que mi objetivo era entender a la gente? Sabés que yo no me consideraba moralmente superior a nadie. Sabés que para mí lo importante eran las cosas simples: el hogar, la familia, la satisfacción del trabajo. Me cansé de lo que veía en mi entorno, la gente atacando a C, tan buena música que él hacía. Y cerré mi “red social”. Me fui a jugar videos con mis hijos, jovenzuelos aún. Lo de la Comisión llegó debido a unos artículos publicados unos años antes y que yo ya francamente había dado por olvidados en los extensos recovecos de los index médicus. El resto de la historia es por vos bien conocida, la Comisión, la última Gran Guerra Religiosa, la Reforma Global. Nuestra migración después de la Vorágine y nuestro establecimiento final aquí, después de las décadas de Cátedra. Y sabes, la vida, simplemente la vida.


El Amigo, indeciso, calló. Más tarde en casa, intentaría de nuevo entender el mensaje velado de aquel viejo marrullero, personaje protagonista de la segunda mitad del siglo y ahora en el exilio voluntario. Él, que había sido su amigo desde la infancia; él, que lo había acompañado en la gigantesca revolución que se desarrolló sin verter sangre. Él, que aún después de más de un siglo, todavía no lograba comprenderlo. Continuaron lado a lado, con el paso lento del que ya caminó todo sobre esta risible mota de planeta que, ingrávida, gira alrededor de su estrella creadora. El sol algo más bajo, la brisa tenue del otoño, la Alameda fresca y silenciosa.

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