Aún tengo fresco en mi memoria el momento en que el mencionado chisme llegó a mis oídos. Jessica, la secretaria del juzgado adonde me había dirigido esa mañana a cumplir con una diligencia de lo mas sosa y anodina del mundo, me miró como quien acaba de ver un fantasma: ¡Ay doctor, tiempo sin verlo! ¿Se encuentra usted bien? Por supuesto- le respondí, tal vez muy rígidamente- A que le debo esa pregunta, señorita González, así como tan formal, como tan preocupada, como si me hubiera pasado algo?
Pues doctor, no me lo va a creer, pero es que como usted no venía por acá desde hace un par de meses…
Ajá- le dije- pero eso no tiene nada de raro. En una época no tuve ninguna diligencia en este juzgado durante nueve meses y nadie me extrañó.
Pues doctor- prosiguió ella- lo que pasa es que como han dicho tantas cosas acerca de usted… ¿Qué cosas? –Pregunté- Cuénteme exactamente que es lo que se dice de mí.
Me imagino que la cara de confianza que tenía en ese momento tenía que ser bastante elocuente, tenía que emanar autosuficiencia y todo lo que hasta en ese momento había sido la constante de mi vida: un continuo camino en ascenso hacia el éxito personal y profesional. De manera tal que ella se sonrío y asumió que seguíamos hablando en el tono ligero del cotilleo y el cotorreo de pasillo de oficina de ciudad fría de lunes después de vacaciones.
Verá, doctor, lo que pasa es que andan vapuleando su nombre por allá en el sur de la ciudad. ¡¿Cómo es eso posible?! Exclamé por primera vez algo alarmado. No doctor, no se preocupe- continuó Jessica- Lo que pasa es que por allá por el sur hay un señor de esos que se suben a pedir plata y hecha una retahíla en la que lo menciona a usted…
Y la retahíla ¿es…?
¿Han experimentado alguna vez esa sensación inminente en la que están seguros que el momento que está sucediendo es un instante especial en la vida y que de una manera u otra, define lo que sucederá a continuación? Como cuando uno llega a una esquina y debe decidir si cruza la esquina o sigue derecho. Y lo usual es que cuando esa sensación llega, uno escasamente la reconoce y de pronto ya se ha ido y uno no supo si logró decidir, se dejó llevar, si tomó la decisión correcta, si no la tomó, si debería haberle huido a ese momento o debería haberlo enfrentado. Pues bueno, cuando le pregunté a Jessica acerca de la dichosa retahíla, tuve esa sensación y solo mucho tiempo después supe que debería haberlo dejado pasar, no debería haber seguido preguntando.
Jessica González tomó una gran bocanada de aire, una inusualmente grande como para continuar chismeando intrascendentemente, me miró fija y largamente y entonces se echó a reír. ¡Ay doctor, perdóneme! Es que me acuerdo de la retahíla, lo veo aquí de frente y simplemente no puedo evitarlo…
¡Ya, Jessica, por favor, suéltelo de una buena vez!
Si doctor, que pena… Verá, el dichoso hombre éste, es como medio mono, pálido, ojiazul, pero para nada tiene pinta, verá, está todo como llevado, como carcomido por dentro, llega y se sube a los buses y empieza a pedir limosna, diciendo que es un drogadicto en rehabilitación, si mal no estoy, lo que el dice es más o menos Señoras y señores me da pena venir a quitarles un poco de su valioso tiempo Pero es que no me queda otra salida, ustedes comprenderán, soy un hombre abandonado de Dios y de la fortuna, pero yo mismo me he labrado mi propio destino gracias a las malas decisiones que tomé a lo largo de todo este tiempo Verán yo era profesional, sí, no se rían, yo fui a la Universidad y me gradué, ejercí durante un tiempo, pero luego el dinero, las malas amistades, la rumba, el vicio, me llevaron por el lado equivocado Yo he tocado fondo, he estado en lo más bajo de la condición humana y he estado tratando de salir nuevamente adelante, por eso vengo a ofrecerles estos collarcitos y estas manijitas que hacemos ahí en el Centro de Rehabilitación, que no son para comprar mas vicio ni son para sostenerme yo, son para ayudar a otros que como mi persona quieren volver a serle útiles a la sociedad, no quiero que me pase como al doctor Jaime Elías Bonagrossa, el reconocido abogado que trabaja en Borges, Etchenique, Uticoxea y Asociados, la prestigiosa oficina que le lleva los casos a toda la gente importante de este país Les cuento que yo ingresé a la rehabilitación con el mencionado doctor Bonagrossa, el cual al igual que yo había sido víctima de los excesos de una vida extremadamente exitosa, pero mientras yo trataba de salir adelante, el no, no quiso mejorarse, no lo logró, fue hundiéndose cada vez mas… Con decirles que hace mas de tres meses que ya no despacha en su oficina, lo echaron de la compañía, uno se lo encuentra y no lo reconoce, está, como se dice, en la inmunda, completamente llevado, en la olla Y todo comenzó porque yendo de visita donde su mamá en Bucaramanga tuvieron un accidente en el carro y su hijo menor se le salió del carro y se le mató, imagínense, el pobre hombre no pudo superar la pena Yo les pido me colaboren, yo no quiero volver a caer en esa miseria bla bla bla bla bla… Y así seguía, doctor Bonagrossa, con una carreta tan convincente que cuando yo lo escuché me quedé toda de una sola pieza, boquiabierta, yo que lo conozco desde que usted iba a la Universidad no me lo podía creer, así que me puse a averiguar y otras personas también habían escuchado el chisme, palabras mas, palabras menos, en otros buses, siempre en las rutas del sur, siempre en boca de adictos en proceso de rehabilitación, todos decían que lo conocían, que habían compartido con usted en el Centro de Rehabilitación, que usted no se había superado…
De pronto se quedó muda. Creo que mi cara fue la que la obligó a callar. Después me contó que yo me había puesto pálido, desencajado, verde, a punto de desmayarme. Ella me llevó aparte y me senté al fondo del despacho de la Secretaría del Juzgado. Poco rato después, cuando me hube recobrado y me había tomado un buen vaso con agua fría, fui retornando a mis cinco sentidos, me fui recobrando, regresé al mundo de los vivos.
Señorita González – fue lo primero que se me ocurrió decir – Ese hombre del que usted habla, ¿Dijo quien es, como se llama, donde lo puede uno conseguir? No doctor, que pena – dijo ella – realmente en ese momento uno no cae en cuenta de esas cosas.
Tenía razón. Pensé un poco y decidí dar por zanjado el asunto riéndome con naturalidad y asegurándole que mi familia estaba bien, que ningún hijo mío había muerto en ningún accidente Además usted sabe muy bien que mi mamá vive en Barranquilla y no en Bucaramanga – rematé – Le aseguro Jessica, que estoy mejor que nunca y que nada malo me ha sucedido.
Ella sonrió satisfecha y confiada. Yo olvidé el asunto que me había llevado esa mañana al Juzgado y me fui para mi casa.
La idea de tener una personalidad única e independiente es inherente al ser humano, es básica, es lógica, es irrefutable. Lo que me sucede a mí solo puede haberme sucedido a mi, no hay manera que le suceda a alguien más. No existe manera que otra persona comparta mis recuerdos y mis experiencias. Dicen que los bebés recién nacidos, antes de comprender la división entre el mundo exterior y su propio mundo interno creen, por ejemplo, que su mamá hace parte de ellos mismos, por lo cual piensan que ella debe automáticamente saber que es lo que ellos necesitan y por lo tanto, sus necesidades deben ser de inmediato satisfechas. Unos meses después, cuando la mamá los deja solos por un rato en la habitación, lloran desconsoladamente porque creen que ella no va a volver. Poco a poco van dándose cuenta que ella es un ser independiente, ajeno, que actúa por voluntad propia y no por la de ellos. Es fundamental, rotundo y temprano el hecho de adquirir esa conciencia de individualidad.
Es impensable e ilógico aceptar que otra persona tenga acceso a tus recuerdos, a tus memorias, a tus pensamientos más íntimos.
Pero… ¿Y si eso no fuera tan rotundo como usualmente lo aceptamos?
La idea se implantó en mi mente inicialmente de de manera tenue, imperceptible, inadvertida. Poco a poco echó raíz en el subconsciente, un pequeño tallo emergió en la superficie, fue creciendo, buscando el sol, una pequeña hoja surgió del tallo, luego otra, luego toda una rama. Como cuando está en el colegio y hace el experimento con los frijolitos, para ver como van creciendo.
Una mañana me levanté con la certeza que alguien más estaba viviendo mi vida.
No lo relacioné con el incidente de Jessica sino hasta varias semanas después.
La gente se me quedaba mirando en la calle, a lo lejos, en los amplios pasillos a la entrada del Nemqueteba, en los ascensores, en el portal del Transmilenio. Un buen día Andrés se me acercó, es un colega mío, me llevó aparte y me dijo algo así como Hermanito, no se deje ver tan llevado por ahí, después no le creen que usted sea todo un “dotor” – y se rió de manera un tanto socarrona – Lo que soy yo, no te he visto y si te vi ya ni me acuerdo, como dijo la canción.
Me quedé con la boca abierta, sin articular palabra. El se fue convencido que mi asombro se debía a saberme descubierto en malos pasos. ¡Pero si yo soy el tipo más cuadriculado del mundo!
No hubiera relacionado el comentario de Andrés con el de Jessica, de no ser por una conversación casual que escuché en un restaurante al que había ido a cenar con mi esposa. Mientras ella se dirigía al baño, me entretuve mirando a las mesas cercanas. En eso capté un fragmento de conversación que decía aproximadamente - … sinceramente, Gabrielito, jamás hubiera creído que el tal Bonagrossa fuese capaz de caer tan bajo. Mira que dejarse ver en el Bronx al amanecer, completamente borracho, o drogado… - Entonces es verdad lo que dice el tipo que pide plata en los buses – contestó el otro – Que el conocido abogado está en la inmunda…
Sentí el impulso de callarlos de un grito, de decirles ¡Hey, aquí estoy yo! ¡Están hablando de otro tipo, no de mí! Pero esa frase en lugar de salir de mis labios se agarrotó en mi cerebro y me dejó congelado con una certeza absoluta: ¡alguien estaba usando mi nombre para su propio beneficio! ¡Alguien me estaba suplantando!
No podía concebir quién podría estar detrás de semejante absurdo, con qué motivo ni en busca de qué insondable objetivo. Alguien quería perjudicar mi imagen y no tenía la menor idea del por qué ni para qué.
Claro, en mi trabajo puede ganarse enemigos, pero semejante conspiración… Sinceramente no me cabía en la cabeza. La siguiente semana no existe mucho en mi memoria, pues solamente recuerdo haberme dedicado a tratar de descifrar este rompecabezas. Finalmente supe que la única pista que tenía era encontrar al hombre que mendigaba en el bus para averiguar de donde conocía mi identidad y a cuento de qué usaba mi nombre en su beneficio. Y quien era en realidad el adicto detrás de todo esto, que se hacía pasar por mí. Así que dediqué varios días a tomar diferentes rutas de buses que recorren el sur de la ciudad… Como dije inicialmente, he debido dejarlo pasar.