viernes, 24 de febrero de 2012

DIALOGOS 1

Discurre la tibia y apacible tarde de mayo. Los oblicuos rayos calientan apenas las hojas en su promesa estival. Lentamente discurren en plácido diálogo los dos eternos Amigos por el Bulevar de la Alameda. Tan solo la tenue brisa al impulsar algunas prematuramente marchitas hojas se atreve a romper el silencio del paraje. Meditabundo, el anciano marcha a paso lento, como si sus pies saborearan cada motilla de polvo que pisaran, mientras su más cercano amigo, el más íntimo, el de toda la vida, sigue al milímetro su caminar y, a fuerza de conocerlo, el curso de sus pensamientos.

Más no debes llamarte al equívoco, desprevenido testigo de este acto, no debes situarte en parajes ni tiempos remotos, pues las personas aquí mencionadas, viven más próximas a ti de lo que inicialmente hubieras calculado; prueba de ello es el diálogo, del cuál alguno que otro fragmento logra traspasar el nítido aire  y la distancia hasta ti.

-          Más que contar historias por el hecho de poner en evidencia algún suceso acaecido, creo que te gusta usarlas para viajar al fondo de tu propio ser. Deseas ver, aunque no necesariamente te propongas comprender, por qué las personas se comportan de la manera que lo hacen. Estoy en lo cierto respecto a tu gusto por la narrativa? Es en realidad así como yo digo? Y si es así, por qué lo haces?

Tras algunos segundos que parecen eternos, después de avanzar tres o cuatro pasos más, el anciano se detiene cavilando. Una peregrina sonrisa ilumina tal vez su rostro por menos de un segundo. Como si de un gran esfuerzo físico se tratara, decide finalmente hilvanar una frase, luego otra, y otra, y habla como midiendo cada palabra, como si en verdad conociese el verdadero y real peso de los pensamientos que, una vez decidido el crucial paso, evolucionan allende el cerebro en forma sonoramente articulada.

-          Mira, intentaré explicarme a través de una historia de la cual fui cercano testigo en años que se me hacen tan lejanos ya, que su nomenclatura es vano mencionar. Es más, juraría que tu también estuviste presente, pero mi memoria flaquea ya, y no aseveraría categóricamente tu presencia en aquel sitio; me sabrás disculpar. Lo que si es cierto, es que los hechos fueron así: cuando éramos pelados, dos compañeros de nuestra clase, ardiendo en plena vorágine de hormonal adolescencia, se dieron a competir por el amor de una jovenzuela, monita ella, con rostro de muñeca angelical, pero cuerpo contundente, en plena expresión de una femineidad prometedoramente arrolladora. Ella, consciente de la competencia en pos de ella establecida, animaba de manera indecisa, halagada, satisfecha, engreída, a cada uno de los dos. Le dedicaba igual cantidad de tiempo a cada uno y se regocijaba genuinamente en cada encuentro separado con el competidor de turno.

-          A pesar de haber crecido juntos en el mismo colegio, y al hecho de ser vecinos, con familias allegadas la una de la otra, no podían ser los dos muchachos más diferentes el uno del otro: Por un lado, nuestro primer prospecto, al cual denominaremos conveniente y arbitrariamente H, era alto, desarrollado para su edad, musculoso, de faz un poco tosca, casi fea, hábil para los deportes y el baile, poseedor de una prosa fluida, envolvedora e hipnotizante, sagaz a la hora de sacar partido de las fallas y los defectos de los demás, rápido y agudo para la burla cruel. La sabía divertir sobremanera a ella y en cada fiesta de fin de semana gozaban de lo lindo. El mancito era conocido y popular en todos lados. Y como si fuera poco, no le iba mal con las calificaciones.

-          Nuestro segundo protagonista, al que llamaremos M, era alto y extremadamente delgado, con su hermosa y resplandeciente cara de niño aún, ojos grandes, oscuros y profundamente expresivos, al punto de no necesitar hablar en momentos emotivos; aunque era ya un hombre, aparentaba ser mucho menor de lo que en realidad era. Retraído y tímido en principio, era sin embargo también conocido por todos, por su mente aguda y sus brillantes notas. Sin ser pedante alardeaba de ser “vago”, pues ciertamente no era aplicado; frecuentaba a las peores raleas de la clase (se los había comprado mediante ingeniosos métodos de copia en los exámenes), poseía un dominio de la ironía que escapaba a la comprensión de sus coetáneos, hasta el punto de permitirse degradar a los más matones impunemente, en pleno recreo. Le hacía pasar momentos felices a ella y estimulaba continuamente su ser con sus historias fantásticas.

-           A pesar de conocer la competencia, ninguno de los dos muchachos se agredía directamente, o trataba de obtener beneficios ante la chica mediante la degradación del otro; al fin y al cabo se habían criado juntos y se estimaban. Me creerás si te digo que a la chica se le planteaba una muy difícil elección, o tal vez opinas diferente?

-          Puesto en esos términos, debo coincidir contigo que, al comparar sus posibilidades y teniendo en cuenta su edad en aquella época, en verdad se planteaba como una cuestión harto difícil a la pobre (o afortunada?) chica. De manera pues, con cuál se quedó ella?

-          Qué pensás vos? O, que hubieras pensado si hubieras sido ella en esa época?
-          Pues...

La respuesta vaciló en el aire por algunos instantes. El silbido que había dejado la laringe del Amigo se fue haciendo tenue hasta desaparecer. Dos ardillas, indiferentes al momento, iniciaron sus espúreas tareas de recolección de alimentos en un almendro cercano. La mirada del Amigo intentó hurgar en la bruma del pasado para encontrar la memoria de los hechos. Al no lograrlo decidió responder por el camino del sentido común. Carraspeó algo indeciso y finalmente esbozó una tímida proposición:

-          ...Me imagino que finalmente se decidió por H, como has llamado al atlético. Al fin y al cabo a esa edad la apariencia y la popularidad son fundamentales.

-          Pues fíjate que te equivocas...

-          No puede ser, entonces se quedó con el “cerebrito”?

-          Bueno, en realidad no sucedió exactamente así...

Los ojos del anciano brillaron por un milisegundo al regresar a aquellos días y recuperar por un instante fugaz la juventud perdida, la inexperiencia y la pujanza de esa época. La pálida sonrisa de su rostro se hizo fuerte y por un momento borró las demás arrugas de su rostro. Un transeúnte desprevenido incluso juraría haber visto a aquel anciano erguirse sobre su columna macilenta y arqueada.

Prosiguió:

-          Tras tres semanas de continua lucha interna, por fin la chica se decidió – y en este punto el Anciano se permitió una breve carcajada-  ¡¡¡Pero por el traquetico del barrio!!! Sí, un fulano ocho años mayor que ella, pelo en pecho, cristo de oro y tremenda 4X4. El resto de la historiecita de ella, su tragedia, el vértigo de la vida de esos años, su futurito malogrado, su viudez prematura y su huida hacia el oscuro anonimato no son más que otro ejemplo corriente de aquel tiempo, el pan de cada día de otrora sociedad.

-          Pero, pero, pero... ¡no entiendo!, ¿para qué carajos me contaste toda esta historia?

-          Ajá m`hijo, ¿en qué estamos? ¿Cómo más querés vos que me acerque a la idiosincrasia de las gente de esa época? ¿No sos vos finalmente al que le gusta decir que mi objetivo es entender a la gente? ¿Quién te entiende a vos a todas estas?

El Amigo, indeciso, calló. Más tarde en casa, intentaría de nuevo entender el mensaje velado de ese viejo marrullero. Continuaron lado a lado, con el paso lento del que ya caminó todo sobre esta insignificante tierra. El sol algo más bajo, la brisa tenue, la Alameda silenciosa.

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