sábado, 21 de septiembre de 2013

CUADERNOS DE VIAJE (1)



Cuadernos de viaje 1


Habiendo sido abandonado por Calíope desde tanto tiempo atrás y desesperado por su ausencia, decidí seguir el  consejo del Poeta Mal Hablado, sin saber si es ella una sola, o una serpiente de muchas cabezas. En la busca de promesas, la tenté con cerveza; más vano fue el esfuerzo, ella indómita y salvaje se negó a mis devaneos. Por lo tanto actué de la manera más prosaica, quise simplemente dejarla ser; en algún momento regresaría. Si se fue, podrá volver, el día menos pensado. Ella no se resiste a abandonar a sus amados demasiado tiempo. Quisieron los avatares del destino y del trabajo que se presentase la oportunidad de realizar recientemente un viaje al lejano destino de Seúl, la antigua y moderna Seúl, la capital de Corea del Sur, ciudad de contrastes y sorprendente mezcla de oriente y occidente, de tradición y modernidad, de sorpresas en cada esquina. El grupo de viaje conformado por amigos y compañeros de aventuras previas, el proceso lleno de expectativas y anticipación.


El viaje cumplió con creces con lo que de él se esperaba. La cantidad de experiencias fue abigarrada, colorida, llena de sabores, olores, sensaciones multimedia, envolvente, casi mareadora. Llevo una semana soñando a diario con las multitudes, la marea humana de Namdaemun o la estación del metro de Samseong, punto diario obligado de partida de nuestros periplos.


Al final decidimos que la experiencia era tan buena que valía la pena compartirla, contar nuestras impresiones mientras aún las tenemos frescas, mientras aún las podíamos palpar. Ese fue el origen de estos "cuadernos de viaje", la excusa perfecta para contar historias mientras Calíope se digna voltear a mirar. Así que aqui vamos.


Pero, ¿por donde empezar? ¿Debería ser una narración cronológica, o una serie de episodios aparentemente inconexos pero más ricos en narrativa y picante? ¿O simplemente arranque y cuente, como cuando uno está en una reunión con los amigos, al calor de unos espirituosos? (Seguimos tentándote). Al final y como una suerte de precalentamiento me decidí por una historia corta, que no está directamente relacionada con el viaje,¿o si? Pues finalmente fue algo que sucedió después de nuestro regreso. Esta es.


Un corto viaje después de un largo viaje


El día había sido largo y pesado, las nubes se cernían grises y ominosas sobre el centro de Bogotá, presagiando una noche cargada de agua y frío. Las personas contagiadas por la pesadez del ambiente llevaban la sombra de las oscuras nubes en sus rostros. No podía permanecer ajeno a la tristeza generalizada, especialmente después de una jornada repleta de consultas y exigente al trescientos por ciento; hecho claramente agravado por la sensación de resaca post paseo. Francamente no hubiese querido volver a trabajar tan pronto; pero el mundo real es exigente y la necesidad de ayudar a los demás apremia. Además ya había descansado lo suficiente (o eso me parecía). Mezcla de factores o influjo climático, lo cierto es que la nube también enseñoreaba mis sienes. Y estaba agotado. ¿O era el jet-lag del retorno? En todo caso mi único deseo era llegar a casa. Y pronto.


No se si fue la costumbre de fijarme en todo, renovada en Seúl, o la opresión atmosférica. Pero cada detalle del recorrido, hacia la estación del Transmuylleno, estuvo cargado de imágenes que parecían enviar un mensaje cifrado y complejo desde esferas allende la cotidiana comprensión.


La acera estaba rota, quizá desde los tiempos del pregrado. Una hebra de pasto se aferraba pertinaz a la vida entre los resquicios del cemento desgastado, en el vértice de la fractura y una alcantarilla con la tapa escorada hacia el foso. Un hilillo de agua se escurría justo debajo alimentando quizá a aquel humilde pastillo, o de pronto, a la población ignorada del subsuelo intrigante.


El caos vehicular estaba especialmente horrible. La fila bajaba desde la Caracas hasta la 16. Un hombre conduciendo un camión destartalado quiso pasar por encima de los demás, provocando la reacción de un taxista que, enfurecido, se apeó cruceta en mano y luego eran tres, cuatro taxistas. Parafraseando aquel corrido, al camionero ¡cruceta en mano se le echaron de a montón!


Llegue a la intersección de la 45 por Caracas. El semáforo dio vía a la Caracas. Justo a tiempo me subí al andén. El tipo de la moto me alcanzó a recordar a mi Ruca del alma, pero más adelante metió la llanta en una alcantarilla sin tapa. No fue necesario devolverle el halago. Una pálida sonrisa espantó momentáneamente a la nube de mi sien.

La horda de autos siguió a la moto en el sentido norte-sur; nadie quería ceder el paso, todos querían pasar primero, todos tenían prisa en llegar a su destino, cada uno era más importante que los demás, cada cual estaba convencido de tener más derecho que los otros para utilizar la calle.


El humo se elevó de todos los exhostos como un homenaje supremo a la gris nube que arriba lo esperaba, el huracán de contaminación se abalanzó sobre mi cabeza  y el semáforo dio vía a los que querían atravesar la Caracas o entrar al portal y la horda humana se lanzó desde cada uno de los extremos de la calle, como cuando se ve en los documentales a la manada de Ñus atravesando el río y los cocodrilos del Nilo los esperan tranquilos en la mitad de la corriente, así esperaban  los articulados para abalanzarse sobre la masa humana apenas el semáforo les diera la oportunidad y la gente se lanzó en estampía a la entrada del portal y yo me sentía como un Ñu más de la manada arrastrado por la corriente y no podía desviar en otra dirección y el humo de los carros se mezclaba con el olor del sudor de las personas y todos querían entrar de primeros y recordé que no tenía la tarjeta de entrada porque la saqué de la billetera justo antes del viaje y la fila para comprar tiquete era la más caótica y las más apretada de todos y en ese justo momento pensé en el metro de Seúl, en la viejita  tullida que vendía chicles y al abrir los ojos había otra viejita, toda chibcha ella, pero hermana de la coreana, en la misma actitud y en el mismo estado de invalidez y abandonamiento, intentando capturar la mirada de la horda con unos ojos tristes, tristísimos, con la mano estirada esperando alguna moneda, pero la horda no la miraba sino que hubiese preferido pasar por encima de ella y alguien se prendió del claxon de su carro y todos lo imitaron en una espantosa cacofonía amorfa y disonante y entonces hubo una pausa, un huequito, una solución de continuidad en la horda y salí como una exhalación y pasé derecho hasta el otro lado de la Caracas, sentido sur-norte.


¡Qué mareo!


Apenas logré ver el taxi desistí de la idea loca de usar el transporte público de Bogotá, que de masivo solo tiene la masa amorfa de gente que se sube en cada aparato de esos. Me subí al taxi – Lléveme a la autopista con 127 – y me relajé.  Fue un corto viaje, de la Nueva a la Caracas, pero logré contrastarlo con el largo viaje de apenas un par de días atrás.

El taxi arrancó. Miré hacia un lado.


Calíope se había subido por la otra puerta.

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