domingo, 9 de septiembre de 2018

RELATOS CORTOS 3: REVÉS AL DÍA UN



Hoy me levanté al revés. Eran las 9:30 pm y entonces me di cuenta de estar realmente muy cansado. Me dirigí al baño y mientras los fluidos regresaban a mi cuerpo pensé que me sentía realmente extraño. Abrí la llave del lavabo y con el cepillo de dientes cuidadosamente recogí la crema dispersa que fue apareciendo y dejé sobre los dientes los residuos de la comida. Regresé al cuarto, me puse la ropa y encendí el televisor para ver la novela de fin a principio. Bajé al primer piso y sentándome a la mesa fui devolviendo la comida y saboreándola, bocado a bocado, la fui poniendo en el plato. Tomé las llaves del auto, saludé a todos en casa y me fui al trabajo. Pasé toda la tarde en la Clínica operando a un paciente y con toda la delicadeza del caso introduje fragmento a fragmento el tumor cerebral en su cabeza y le retiré la herida quirúrgica, dejándole la piel intacta. Fui a la cafetería de la clínica a devolver el almuerzo. A esta altura del día, ir hacia atrás ya me parecía lo más normal del mundo, casi no me lo cuestionaba. 


Mientras el sol regresaba a oriente en la mañana fui recibiendo a mis pacientes de la consulta, que venían a devolverme las fórmulas mientras yo los des examinaba y les devolvía sus quejas. Siendo tarde ya, a las 6:30 de la mañana regresé a mi casa, me despedí de mis hijos y me quité la ropa, metiéndome a la ducha, mientras el agua que salía del sifón recorría mi cuerpo hacia arriba y me devolvía el sudor de la próxima noche del día anterior. Me puse la pijama y me metí a la cama completamente descansado y feliz, pues me di cuenta que solo me faltaban 32 años para regresar a mi adolescencia.

miércoles, 5 de septiembre de 2018

RELATOS CORTOS 2: PREMONICIÓN




Cómo olvidar ese inquietante despertar a las 3:00 am del 4 de septiembre de 2006. Dormía de manera plácida y profunda. ¿Todo en la vida estaba resuelto, o eso creía? Amanecía un lunes normal, tenía una cirugía programada a las 7 de la mañana. Mi hora normal de despertar era a las 5 de la madrugada, para tener el suficiente tiempo de salir del mundo onírico y enfrentar la cotidianidad. De pronto, en medio del sueño, supe con certeza que alguien me miraba fijamente. Como cuando uno siente esas cosquillas en la nuca, o evoca un espasmo de calor tenue sobre las mejillas. Escuché mi nombre. Me incorporé de un salto. La imagen no podía ser más sorprendente: un remolino o vórtice de luz azul clara ocupaba el sitio donde normalmente estaba la TV. De la mitad de esa vorágine de luz, mi propia cabeza asomaba: - Fíjate en la mujer con el Gran Danés! – decía. Lo repitió dos veces y desapareció. No puedo explicar la sensación de desasosiego que me invadió tras recibir un consejo tan extraño, de parte de mí mismo. Con una sensación de frío incontrolable esperé a las 5 a.m. para finalmente levantarme. Rutina matutina normal. Alistar los hijos, desayunar corriendo, correr al auto, conducir al trabajo. Volver al mundo real. Prácticamente había olvidado el extraño suceso, o tal vez pensaba que lo soñé. Eso debe ser: soñé que despertaba y me veía en un vórtice de luz. Y entonces la vi. La mujer llevaba un Gran Danés adulto, forcejeaba con él. Frené en seco y me quedé mirándola, con el corazón desbocado, impotente para impedir la mala hora que estaba a punto de sucederle a esta desconocida. El perro jalonaba su traílla sin cesar.

Súbitamente escuché el ensordecedor chillido, el impacto y luego la masa de latas retorcidas que pasó como una exhalación justo delante del panorámico del auto. Y como quien sigue en un sueño dentro de otro sueño en el cual despierto y veo toda la película, miro los ojos aterrados del conductor del auto que acaba de estrellarse, con las pupilas dilatadas, la mirada vacía y sé a ciencia cierta que ese hubiera sido yo, de no detenerme para fijarme en la mujer con el Gran Danés.

UNA DECLARACIÓN PERSONAL


Soy el hijo de Ruth. El que llegó liviano en las ligeras alas de la esperanza y del amor. Soy el que creció en Cali en los setentas, el que fue adolescente en los ochentas con un Atari y un balón de fútbol. El que decidió ser médico en la capital y ya jamás huyó de sus garras frías pero acogedoras, ni de su clima severo, ni de su gente multicolor. Un día decidí especializarme, llegar más allá, desafiar al zarpazo de la enfermedad y el daño cerebral, aprender los secretos del santuario humano. Y esta fue la mejor decisión que tomé. Esta ciudad me dio estudio, trabajo y una familia. También en ella falleció mi madre, con su tarea cumplida partió a cruzar el lejano mar de la otra vida. Pero también soy más que el médico. Soy el que gusta pasar ratos con su guitarra, arrancando acordes a los tiempos íntimos y a los recuerdos lejanos. El que ama el Rock y la Salsa y los Beatles y su imperecedero legado. Soy el que hace también música con los amigos y con mis hijos. Soy el hincha del buen fútbol, el que sufre con su equipo amado y el que goza de cuando en vez con los logros de la Selección. Soy el que lee a Tolkien y a Kundera, el que siempre piensa que la historia nunca debe ser olvidada. Soy el que dibuja y pinta y a veces escribe, poniendo en palabras lo que la mente solo en imágenes puede expresar. Soy uno que piensa que el tiempo es poco y que la vida está llena de cosas para ver, probar y disfrutar. Soy el que cree que el esfuerzo de mamá valió la pena, y desde la distancia le envío un silencioso agradecimiento. Y en los ratos libres, opero.