sábado, 17 de noviembre de 2018

LIBRE



Libre como un ave, la siguiente cosa máxima para ser, seco y cómodo, regresando al hogar después de un largo viaje, sobre mis alas, lo que sea que haya pasado en esa vida que vivimos, ¿podíamos realmente vivir el uno sin el otro?

Alzó la mirada al cielo, sintiendo el intenso azul de la lejanía infinita llenado todo el ancho horizonte, todo lo que su mirada lograba abarcar. Un vértigo le invadió, la vida que conocimos siempre me hizo sentir tan libre como un ave, la siguiente máxima cosa para ser.

Y la brisa. Llenándole los pulmones. Con una sensación de picor allá en el fondo del pecho, sintiendo que ya no puedes expandir más los pulmones, había aves allá en la colina, pero nunca escuchaste su trinar, nunca las escuchaste para nada, aves en el cielo, pero nunca viste su batir de alas, nunca las viste para nada, hasta que llegó la música.

No sabía si era asombro, mareo, éxtasis, una comunicación más allá de los sentidos comunes con ese cielo, con esa brisa, con esa sensación de estar flotando. Pero había otra sensación escondida en el medio de todo lo demás. Había amor en todos lados, pero el nunca lo escuchó cantar, nunca para nada.

Y la luz. Todos sus pequeños planes y esquemas parecían sueños ya olvidados, parece que todo lo que realmente estaba haciendo era esperar. Así como todos los pequeños, jugando con sus juguetes, pareciera que todo lo que hicieran es esperar; no es necesario estar solo. La luz cubre todo el cielo, todo el mundo allá abajo, todas las montañas, los ríos, bosquecitos, todo el hermoso panorama de su entrañable Valle. Pasadas tantas décadas y no lo puede olvidar. No es necesario tener miedo, no es necesario tenerlo, es real. Aunque había estado antes en ese lugar, en su corazón sabía que quería más, pareciera que todo lo que realmente estaba haciendo era esperar.

Pero sabía que tenía que partir. Era la Gran Marcha, tantas veces emprendida, nunca terminada, no, en realidad nunca había mirado hacía atrás con rencor, había prometido nunca enfurecerse, pero no quería sentirse extraño, prefería mantenerse a salvo. Pero había comprendido el mensaje oculto entre las líneas de la letra formal. Su corazón dolía, estaba muy cansado para luchar, había hecho lo posible por permanecer, sin embargo, tenía que unirse a la Gran Marcha.

El cielo cantó melodías por él amadas, nunca olvidadas, tenía que aprender a perdonar y olvidar, necesitaba tu amor aquella noche; La dulce Loreta Martin pensaba que era una chica, pero no era más que otro hombre. Pensaba que era solitaria, no podía durar. Regresa, se dijo, regresa adonde alguna vez perteneciste. El viento susurraba canciones viejas, que en otro momento hubieran calentado su alma, pero ahora solo inflamaban hasta el último rincón de sus pulmones con una especie de picor primitivo que le impedía regresar, regresar a aquel sitio donde alguna vez pertenceció.

La luz tendría que haber sido su guía; estarían pensando en él, de alguna manera él debía haberlo sabido. Algún día, cuando estuviera solo y extrañándola recordaría cosas que se dijeron hoy. Pero esta luz tan clara no es suficiente para que él sea el único, seguiremos adelante y adelante. Algún día, cuando estemos soñando, enamorados, recordaremos las cosas que dijimos hoy. Se desorienta. Ve la forma del sonido que lo rodea. Escucha el sabor del mundo. Sueña que está vivo y respira bajo un cielo despejado y azul. Abre los ojos y deja descansar la cabeza. Es tan fácil cuando conoce las reglas, solo tiene que jugar el juego. Todo el mundo juega el juego, pero está deprimido y sabe que su resistencia es baja. Hay que dejarse llevar, jugar el juego, enloquecerse, jugar el juego.

Allá abajo a lo lejos, una mujer joven toma a su hijo en brazos. Es un recién nacido. Lo toma con una ternura infinita, lo arropa con su alma, lo cubre con su calor, lo protege con su vida. Nadie sabe cómo se siente ser el hombre malo, el hombre triste, detrás de estos ojos. Nadie sabe lo que se siente ser odiado, desvanecerse, decir solamente mentiras. Los sueños se sienten vacíos, ha estado solo por horas. Nadie sabe lo que se siente tener estas sensaciones como yo las tengo y te culpo a ti. Pero mis sueños están ya tan vacíos como parece que mi conciencia lo está. He estado solo por horas, mi amor es solo venganza que nunca ha sido libre.

No tengo peso, mi puño se aprieta, voy a actuar como un loco, alguien que tragó algo malvado, sácamelo, introduce el dedo en mi garganta, colócame una manta porque tengo frío. Detrás de estos ojos, nadie sabe lo que se siente.

¿Por qué la joven madre se ve tan lejos? ¿Por qué el cielo está tan cerca? Los veo a todos, mirando al mundo desde su sueño, el piso, hay que limpiarlo, aun así, ella sigue sonando suavemente. No sé por qué nadie te dijo como desenvolverte en el amor, por qué alguien te controló, te vendieron y te compraron. Miro al mundo y noto que está girando, mientras ella suena suavemente. Cada error debería llevarnos a aprender. Ya no queda tiempo. Ya la Gran Marcha empezó. Solo me queda unirme a ella.

Era miedo. Esa sensación escondida en el medio de todas las demás. Sí, había asombro ante el cielo y la portentosa luz. Había éxtasis. Había mareo. Recordó las noticias. Madre, ¿crees que lanzarán la bomba? ¿Crees que les gustará esta canción, o crees que tratarán de romperme? Oh, madre ¿debería construir un muro y esconderme detrás para evitar unirme a la Gran Marcha? No quiero marchar todavía. ¿Debo aspirar a la Presidencia?  ¿Debo confiar en el gobierno o será que me van a poner en la línea de fuego? Es solo una gran pérdida de tiempo. No me dejarás volar, tal vez me dejarás cantar. Era miedo lo que sentía. Me sentí incorpóreo.

Supe que no era aire lo que llenaba mis pulmones. Supe que la brisa no me causaba ese picor en el fondo del pecho. Simplemente lo supe. No tenía ya ningunos pulmones para llenar.  ¿Madre, tenías que ser tan intensa?

Es una larga y lluviosa vía, la que lleva a tu puerta, la que nunca va a desaparecer. Siempre me trajo hasta aquí, hasta tu puerta. La noche salvaje lavada por la lluvia, se llevó todas esas lágrimas que clamaban por el día, pero me dejaron abandonado aquí. Tantas veces que he estado solo y tantas veces que he llorado, siempre vine de regreso por la larga y lluviosa vía. Y con solo pensar en mi cuerpo lo vi, frío, quieto, abandonado, en el medio de una caja oscura y café. Querría que la larga y lluviosa vía me llevara de regreso a tu puerta, pero solo me trajo al final, al final de este camino.

Con el recuerdo de mi música, con el recuerdo de la luz, con el azul cielo que se desvanece, así como mi vida se nubló, dejó de ser, simplemente dejó de ser, así no más, me fui diluyendo en el Universo, mi memoria quedó oscura, todo se borró, todo se fue, todo. Nada quedó.    Nada.

lunes, 12 de noviembre de 2018

RELATOS CORTOS 5: UN ENCUENTRO CASUAL

Sucedió hace un par de meses; tuve que ir a Cali a finiquitar algunos compromisos de índole legal y me dio por pasar por la casa donde crecí, casa que hasta hace poco estuvo en manos de nuestra familia, pero que ya se vendió. Quise darle una última mirada pues supe que van a demolerla. Estacioné en la acera del frente y al momento de bajarme del carro sentí una suerte de escalofrío, o como si una corriente extraña hubiera atravesado mi cuerpo. Mire alrededor y prácticamente nada había cambiado, el panorama era el mismo que guardaba en mi memoria. Siguiendo un súbito impulso toqué en la puerta. Apenas abrió, lo reconocí: era mi yo de 14 años. Lo supe porque tenía aun una lesión en el labio inferior derecho en proceso de curación, que no he olvidado. Vestía una camisa polo color crema con dos rayas café a lo largo de cada manga y unos jeans anchos y gastados. Recordaba esa ropa a la perfección. Sentí un vacío en el estómago y las piernas me flaquearon. Él me miró entre asombrado y divertido. - ¿Qué se le ofrece?- me preguntó.
-Solo quería ver la casa una vez más - le dije. -Pero no entiendo cómo vine a parar acá. 
- ¿Y eso? - preguntó- ¿Vivió usted antes aquí? Yo llevo 11 años viviendo en esta casa.
-Lo sé - le dije - Yo viví aquí hasta que cumplí 18. Y ya casi cumplo 50. ¿Sabes? Pienso que tenemos varias cosas en común. 
Conversamos durante casi dos horas, sentados en el andén de la casa. Nos entendimos a la perfección. Reímos mucho. Me contó de algunas dudas que él tenía en ese momento de su vida. Sé que él era muy tímido a esa edad. ¡Pensé que era el momento ideal para darle muchos consejos y contarle las decisiones justas que debía tomar en momentos claves de la vida! ¡Podía hacerlo exitoso inmediatamente! ¡Podía cambiar toda mi propia vida! 
Luego reflexioné acerca de todo lo que he hecho con mi propia vida, en todo lo bueno y en los errores cometidos. Supe que con solo cambiar un detalle ya mi vida no sería nada de lo que ha sido. Mi silencio fue elocuente durante más de dos minutos.
-Es tarde - le dije finalmente- debo ir hasta el Aeropuerto, porque viajo a Bogotá, donde vivo. Muchas gracias por compartir este rato conmigo. 
-Te vas y no me dijiste tu nombre.
-No importa, solo soy un señor que vivió aquí hace 32 años. Esta casa es muy vieja. 
Sin embargo me di la vuelta y le dije – A pesar de eso, intuyo que aun disfrutarás esta casa por un buen tiempo - y le guiñé un ojo.
Sonrió y cerró la puerta, feliz. Creo que yo iba más feliz aun, de haberme reencontrado conmigo mismo de una manera tan extraña y a la vez tan genuina. Al subirme al carro nuevamente sentí como esa corriente extraña que me recorrió todo mi cuerpo. Miré a lo largo de la calle. Prácticamente nada había cambiado.

RELATOS CORTOS 4: LA LOMA DE LA CRUZ


Cuenta la leyenda que en la Loma de la Cruz en Cali se había aparecido el Diablo. Debió haber sucedido en los años 50’s. Contaban los vecinos que en las casas que bordean la vertiente sur de la loma vivía un muchacho díscolo llamado Antonio. En esa época no existía la cascada que hoy día está inactiva, pero que era tan hermosa en mi infancia. Los árboles bajaban hasta lo que hoy día es la calle 5a, pero las casas del borde, yendo para San Cayetano, ya estaban allí. Lo que contaban a la sazón era que este tal Antonio era un muchacho desobediente y grosero. De nada había servido que los padres hicieran el esfuerzo de mandarlo a estudiar a Santa Librada. De nada valía haberle dado gusto en casi todo. Antonio fumaba desde los 13 años y prefería volarse del Colegio y hacer pilatunas con sus amigotes José y Eduardo. La semana anterior a los sucesos habían amarrado una tira de triquitraques a la cola de un gato y habían encendido la mecha. El pobre animal había huido despavorido calle abajo hasta que un carro lo atropelló accidentalmente. Eso le valió a Antonio una estadía gratuita toda la tarde en la Parroquia de San Bosco, acompañando al Padre Potes, que tenía fama de severo y regañón. El hecho es que el padre le hizo prometer a Antonio que en adelante le haría caso a su mamá. Era el martes 13 de mayo de 1952. Doña Celmira le empezó a pedir favores a Antonio, todos los cuales el cumplió. A las 7 de la noche ella le solicitó ir a la tienda por un mandado y Antonio replicó que ya era suficiente, que había hecho mucho caso y que quería salir con sus amigos. Doña Celmira replicó que estaba cansada y necesitaba ayuda. Antonio alzó la voz y levantó la mano contra su mamá. En ese instante el brazo levantado se le quemó, un enorme boquete se abrió a la entrada de la casa y la estancia se llenó de humo azufrado. Antonio se convirtió en una estatua aterrada y solo sus ojos siguieron moviéndose por algún tiempo, mientras se hundía lentamente hasta el cuello en la tronera sobrenaturalmente abierta. Meses más tarde, tras un rito presidido por el padre Potes, se pudo cerrar la tronera que aun emitía humo azufrado y en ese sitio se plantó una cruz de cemento, rodeando lo que quedaba del pobre Antonio petrificado.

Sin embargo, en la cara occidental del pedestal de la cruz brotó poco después una roca con la cara de Bafomet, el temible demonio que fue la perdición de los Templarios. Y ahí siguió estando esa cara por varias décadas.

Durante mi infancia era un reto ir a la Loma de la Cruz a verla. Decían que había que escupirla de frente, para que Antonio no regresara en la noche a llevárselo a uno a lso profundos infiernos. Pasé muchas veces por allí y siempre le arrojaba saliva, lleno de temor. Los ojos vacíos se quedaban mirándome, como prometiendo que en todo caso algún día vendría por mi.