Cuenta la leyenda que en la Loma de la Cruz en Cali se había aparecido el Diablo. Debió haber sucedido en los años 50’s. Contaban los vecinos que en las casas que bordean la vertiente sur de la loma vivía un muchacho díscolo llamado Antonio. En esa época no existía la cascada que hoy día está inactiva, pero que era tan hermosa en mi infancia. Los árboles bajaban hasta lo que hoy día es la calle 5a, pero las casas del borde, yendo para San Cayetano, ya estaban allí. Lo que contaban a la sazón era que este tal Antonio era un muchacho desobediente y grosero. De nada había servido que los padres hicieran el esfuerzo de mandarlo a estudiar a Santa Librada. De nada valía haberle dado gusto en casi todo. Antonio fumaba desde los 13 años y prefería volarse del Colegio y hacer pilatunas con sus amigotes José y Eduardo. La semana anterior a los sucesos habían amarrado una tira de triquitraques a la cola de un gato y habían encendido la mecha. El pobre animal había huido despavorido calle abajo hasta que un carro lo atropelló accidentalmente. Eso le valió a Antonio una estadía gratuita toda la tarde en la Parroquia de San Bosco, acompañando al Padre Potes, que tenía fama de severo y regañón. El hecho es que el padre le hizo prometer a Antonio que en adelante le haría caso a su mamá. Era el martes 13 de mayo de 1952. Doña Celmira le empezó a pedir favores a Antonio, todos los cuales el cumplió. A las 7 de la noche ella le solicitó ir a la tienda por un mandado y Antonio replicó que ya era suficiente, que había hecho mucho caso y que quería salir con sus amigos. Doña Celmira replicó que estaba cansada y necesitaba ayuda. Antonio alzó la voz y levantó la mano contra su mamá. En ese instante el brazo levantado se le quemó, un enorme boquete se abrió a la entrada de la casa y la estancia se llenó de humo azufrado. Antonio se convirtió en una estatua aterrada y solo sus ojos siguieron moviéndose por algún tiempo, mientras se hundía lentamente hasta el cuello en la tronera sobrenaturalmente abierta. Meses más tarde, tras un rito presidido por el padre Potes, se pudo cerrar la tronera que aun emitía humo azufrado y en ese sitio se plantó una cruz de cemento, rodeando lo que quedaba del pobre Antonio petrificado.
Sin embargo, en la cara occidental del pedestal de la cruz brotó poco después una roca con la cara de Bafomet, el temible demonio que fue la perdición de los Templarios. Y ahí siguió estando esa cara por varias décadas.
Durante mi infancia era un reto ir a la Loma de la Cruz a verla. Decían que había que escupirla de frente, para que Antonio no regresara en la noche a llevárselo a uno a lso profundos infiernos. Pasé muchas veces por allí y siempre le arrojaba saliva, lleno de temor. Los ojos vacíos se quedaban mirándome, como prometiendo que en todo caso algún día vendría por mi.
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