lunes, 17 de julio de 2023

NOCTURNO III (2023)

 Eso no estaba en su plan. Ella no quería dejar de mirar. Él no se había dado por enterado. Solo quería sentir la fría luz de la luna acariciando su rostro, descendiendo desde la frente hasta la barbilla, acariciándolo tenuemente, haciéndose desear como una amante esquiva y lejana, como si de una antigua ninfa se tratara; él se imagina a esta luna como debería ser, tal vez como Dione, madre de toda belleza, sin dejar de reconocer que se trata de la mismísima Selene, o como cualquier otro tipo de deidad arcaica. Sabe que ella es antigua, sabia y misteriosa; Isis, Ishtar, Atenea. Entiende que está muy lejos de su esfera, más allá de su humano alcance, sin embargo, no ceja en sus esfuerzos, Desea fervientemente que ella pueda al fin fijarse en su existencia. Él sube siempre a esta colina iluminada para encontrarse con su marmóreo objeto del deseo. Quisiera poderlo dejar todo atrás, poder dejar de respirar el tenue aire del lugar, poder flotar allende las nubes más lejanas, adentrarse en la estratosfera. Poder ponerse frente a su amada, hacer que ella lo mire fijamente y lograr al fin ofrecerle ese lecho de cristal que tanto ha soñado para ella, que ha diseñado en su mente y que ha planeado construir con diamantes extraídos tal vez del núcleo insondable del planeta Júpiter.

 

Cada noche ha trazado su plan, lentamente, año tras año, décadas tal vez, obsesionado con lograr su objetivo. Por ella abandonaría gustoso el mundo. Por su amor él se ha mantenido ajeno a las mujeres que le rodean y que algunas veces han demostrado estar interesadas en él. Pero es en vano, él reconoce que su lugar no está en el mundo físico, prosaico, ese donde la gente trabaja y suda y paga impuestos. Él tiene que estar allí, porque aún no ha podido escapar de esa vida. Pero sabe que hay otras dimensiones en las cuales él tiene un objetivo mayor. Ella tiene que llegar a saber que es la causa de todos sus anhelos, el motor que lo lleva a través de esta absurda vida, de sus cotidianas decepciones, de esas mezquinas frustraciones que provocan en cada persona la ilusión de ser solamente pasajeras, insustanciales, poco determinantes para el curso de los objetivos mayores pero que, trágicamente, a veces suelen ser las que deciden el devenir del futuro. Él ha venido tejiendo un cerco de telaraña invisible fabricado de sueños y suspiros alrededor del camino de Selene. Cada vez ha añadido una nueva hebra en la que ha escrito con gotas de rocío cada uno de sus pensamientos, cada una de las letras de las canciones que le ha dedicado e incluso cada una de las torpes poesías que en su honor ha compuesto desesperado y expectante, mientras su corazón pulsa poseso de un impulso irrefrenable de escapar de su prisión de hueso, músculo, sangre y víscera.

 

Está seguro de que ella ya ha percibido su presencia. Que tal vez incómoda primero, curiosa después, intrigada de pronto, ojalá improbablemente interesada gracias a su persistencia, lo haya mirado desde la distancia. Con algo de suerte ella jamás habrá notado la fina red que él ha venido tejiendo sutilmente a su alrededor y que, en poco, poco tiempo ya, halará súbitamente, deteniéndola en su eterno trasegar celeste, paralizándola en el punto más cercano a su alcance. Entonces podrá tener toda su atención y podrá expresar todo lo que su corazón guarda. Ella podrá leer todos los versos acumulados en el rocío y podrá apreciar su esfuerzo. Y seguramente caerá seducida por su amor, que él sabe será eterno. Pronto llegará el momento de convertir su sueño en realidad.

 

Ella, aquí la tenemos. Esta otra ella, ha estado acostumbrada a vivir en el mundo real. Ella se ha preparado, ha estudiado, se precia de ser una mujer joven, bella e inteligente. Tiene una gran profesión, es reconocida en el país en el que vive. Sus opiniones son comentadas como acertadas, profundas y fruto de la reflexión y la mesura. Fue criada en un hogar estable, llena de estímulos y mimada. Llena de amor por parte de su familia. Una madre responsable, cariñosa y estricta. Unos abuelos tiernos y cálidos. Un padre que le enseñó el respeto y el valor que tiene la mujer en la sociedad moderna. Independiente, segura de sí misma y eficiente. Así le gusta a ella ser percibida. ¡Y qué esfuerzo le ha costado ascender en su profesión manteniéndose alejada de propuestas indecentes y de escándalos mediáticos! Los primeros años habían sido su prueba de fuego, pero los había sorteado exitosamente, logrando salir airosa de las situaciones que se pudieron presentar en el camino; ciertamente había demostrado su valía por sí misma, se labró un sitio propio, donde todos, tanto en el medio laboral, como en el social, la reconocían intachable y llena de virtudes. En la plenitud de su tercera década de vida, podía declararse realizada.

 

Entendía que las relaciones interpersonales eran parte de esta vida, por lo tanto, ha actuado en consecuencia y ha tenido algún par de parejas estables. No cree en el Amor, en ese sentimiento irrefrenable e irracional. Sabe que jamás ha sentido algo así, para ella todo se reduce a biología, ciclo menstrual y feromona. La imagen de ese corazón inflamado por una flecha de Cupido no deja de ser para ella más que una fábula infantil. Por supuesto se siente atraída por algunos hombres, especialmente por el gerente general del medio en que trabaja. Es alto, guapo, soltero, rayando los 50 años. Se mantiene en buena forma física, es atractivo e inteligente. Su cabello es abundante y parece más un modelo que un alto ejecutivo. Por supuesto ella ha hecho la tarea y sabe que no tiene una tendencia sexual que le impida a ella intentar insinuarse. Sólo que existe un inconveniente. El hombre es absolutamente inaccesible. Es cordial, nunca rehúye una conversación, siempre está dispuesto a ayudarla… Pero… Es que hay una especie de barrera sólida entre su presencia diaria en el mundo y su verdadero yo… Ella no sabe cómo explicarlo bien, pero claramente jamás ha logrado obtener una conversación o una interacción que trascienda al ámbito personal. Ha preguntado discretamente por este aspecto de la vida de él, tan sutilmente que nadie ha intuido algún tipo de interés en sus pesquisas. No ha obtenido nada. La vida de él parece suscribirse solamente al aspecto profesional. Su expediente personal está contundentemente en blanco. Ella se ha empeñado en entender esta barrera; para su ser racional es obvio que se debe conocer perfectamente al obstáculo, para poderlo derrumbar. Se ha dedicado el último año a seguir las rutinas de él, a encontrárselo casualmente en los pasillos de la empresa, a coincidir en las reuniones ejecutivas y de alguna manera preguntarle por sus cosas, demostrarle su interés, ofrecerle su ayuda. Hasta ahora todo ha sido en vano.

 

Con el transcurso de los meses esa indiferencia, esa lejanía, esa inamovilidad ha despertado en ella otro tipo de sensación. Ella no sabría definir muy bien qué es lo que siente, es una especie de desasosiego, de intranquilidad, ¿ansiedad, tal vez? No lo sabe, no podría describirlo con claridad. Ella solo sabe que esta sensación se ha empezado a colar como una sombra intrusa que en principio fuera solo una pequeña mancha en una esquina recóndita de su ser, pero poco a poco ha ido ocupando más espacios, se ha hecho presente no solo en el día, sino tal vez incluso en las noches. Y esta sombra solo se disipa cuando él está en presencia de ella, cuando ella puede admirar sus ojos, el contorno de sus anchos hombros, cuando puede percibir de lejos la tibieza de su aliento. Ella se niega a aceptar la naturaleza de este sentimiento. Conjetura que posiblemente es una obsesión pueril derivada del hecho de la ausencia de respuesta por parte de él. Aun así, logra percibir que la sombra crece y ocupa cada vez más ámbitos de su vida. Por eso finalmente ha imaginado un plan: en las últimas dos semanas ha planeado una estrategia. Se acercará lenta, pero inexorablemente cada vez más a él, desde el aspecto profesional hará todo lo que esté en sus manos para hacerse imprescindible a sus ojos. Construirá una trinchera intelectual para asegurarse que él no sea capaz de escapar y finalmente tenga que fijarse en realidad en ella, en toda ella. Es un plan perfecto, ella sabe que él solo reacciona en el plano profesional y ha decidió que por allí irá abriendo la brecha que le conduzca exitosa e inexorablemente a ese mundo que él tan bien guarda para sí mismo. Se felicita por haber concebido una estrategia tan perfecta; ella se sabe tan cerebral que incluso en sus sueños nunca pasa nada extraño. Siempre que sueña, está en las calles de la gran ciudad, ocupada con algo de su trabajo. Sus sueños son prosaicos. Son predecibles. Simplemente son tan reales y concretos, como su vida. Ella no podría concebir un sueño donde el onirismo fuera prevalente. Se puso manos a la obra a construir sus trincheras. Su oportunidad llegó en una cena de gala. Él insistió en que ella le acompañara a una función benéfica de la Ópera Nacional. Fue una velada agradable. Ella intuyó la brecha e intentó colarse; sin embargo, él alegó deberes matutinos y se escabulló relativamente temprano. Con todo, ella se fue a su casa a dormir, esperanzada. 

 

Ha llegado el momento. La red esta tejida alrededor de Selene, pero es tan tenue, que un solo descuido haría que se evaporase ingrávida. Debe ser cauteloso.

Exterior. Noche clara. Brisa tenue, pero perceptible le eriza súbitamente los delgados y rubios vellitos que recubren sus brazos. Se trata de un bosque. Desorientada, ella busca una salida, un claro, un escape en el medio de la arboleda. Una luna intensa, blanca, fría, lejana pero anormalmente grande se adivina sobre una colina cercana. Ella decide dirigirse hacia allá, tal vez desde esa relativa altura pueda orientarse mejor, encontrar un paisaje conocido, alguna calle o algún edificio que la reconcilie con el entorno. Hay un sendero, una especie de camino que se dirige directamente a la colina. Es extraño, tiene una suerte de suavidad que ella puede sentir con cada paso. Pequeñas luces brillan entre el césped, llamando su atención. Parecen diminutas fuentes LED que titilan con una especie de ritmo acompasado, todas al tiempo. Mientras asciende por la colina, se hacen más numerosas. Ya casi va a llegar a la cima, solo le queda superar un pequeño recodo marcado en el sendero. El número de lucecitas se ha hecho impresionante. Ella se inclina para observar de cerca. Quisiera tener su móvil en la mano para iluminar estos objetos, pero cae en cuenta que no lo lleva consigo, Recién entonces nota que lleva puesto un primoroso vestido de una sola pieza, vaporoso, con estampados de flores en tonos pastel. No recuerda haberse puesto ese vestido en la mañana, de hecho, le recuerda vagamente al vestidito que se puso para la celebración de 15 años de su hermana mayor, tanto tiempo atrás. Suspira divertida e intenta tocar una de estas luces. Se trata de una pequeña gota. Tiembla intrínsecamente movida por un impulso desconocido y la levanta en la punta de su dedo, contra la luz de la luna. Lo que ve, la llena de asombro. Juraría que hay un poema escrito con minúsculas letras dentro de la gota. Casi puede leer un pequeño fragmento: - luz inalcanzable, anhelo de mi vida, por tenerte un instante, mi corazón ofrendaría. -

Ríe para sí misma, por lo cursi del verso, casi que hubiera esperado encontrar cualquier otra cosa, menos algo tan vulgar y simple. Entonces vislumbra la cima de la colina y lo ve. Su hombre amado está allí. En ese momento es para ella contundentemente claro que esa sombra, esa creciente opresión, esa ansiedad progresiva no es más que Amor. Sí, ese Amor que ella siempre dio por descartado, por inexistente. Lo reconoce de manera contundente, pero es avasallador por sí mismo y se devela innegable. Y luego se fijó en él. Estaba de pie mirando hacia la luna. Parecía que le hablara. Estaba completamente absorto, enajenado, concentrado, mientras al parecer, le declaraba su amor al astro celestial. Parecía no darse por enterado de la presencia de ella. Ella intentó hablarle, pero él no le devolvió la mirada. Gesticulaba y hacía ademanes en el aire, como si quisiera recoger algo. Ella se alejó un poco y se detuvo por un segundo para analizar sus movimientos. Les recordaron a los pescadores artesanales de las ciénagas del norte de su país, cuando están recogiendo las anchas redes que han lanzado al agua. Sus ojos se inundaron de pronto, pues en ese instante supo con certeza por qué razón nadie había entrado a su esfera personal. Ella había logrado abrir una brecha y ahora el dolor le abrumaba. Entendió que su amor era inalcanzable, porque él mismo estaba enamorado de un imposible. Retrocedió y al parecer se enredó con unas fibras hebras, las gotitas se dispersaron agitadamente a su alrededor. El movió las manos desconcertadamente, como cuando al pescador se le rompe la atarraya. Pero a ella, su corazón se le rompió tan solo unos minutos después de haber reconocido y aceptado al Amor.  A pesar de eso, derrotada en el suelo, no quería dejar de mirar. De mirar a su objeto amado. La luna, impasible a los requiebros de los mortales, siguió impávida en su órbita. ¿Detenerse?

Eso no estaba en su plan.

lunes, 12 de junio de 2023

Reflexiones de un soldado al borde la batalla.

 El día había sido sucio, gris, lleno de humo y hollín. Desde antes del amanecer se había iniciado el ataque. Las fuerzas enemigas se encontraban a unos 4,5 km de distancia en el límite de la falda de las lomas que nosotros custodiábamos y un bosque plano que se extendía por más de 15 km a lo largo de la otra orilla del río Bauches, hasta antes de su desembocadura. Éramos un regimiento de soldados jóvenes, de origen campesino en su mayoría. Yo provenía de una pequeña localidad con el intraducible nombre de Kolpokonjo. Mis mejores amigos estaban allí conmigo. Nos habíamos enlistado un año y medio atrás y era nuestra primera participación seria en la Gran Guerra. Nosotros nos habíamos situado desde tres semanas antes cerca a la cima de la loma conocida como KG876, no más que un punto de relieve en una amplia zona del mapa. Pero era un sitio estratégico, pues nos permitía controlar el valle a nuestros pies, desde el sur, a unos 8 km, donde el río describía una curva viniendo desde el oriente y se dirigía al norte, bordeando el ya mencionado bosque que nos separaba de nuestra frontera oriental con la provincia de Mrszlana, hasta el final del mismo, al norte, donde el Bauches confluía con el Phrod. Siendo el Phrod nuestra principal vía de comunicación fluvial hacia el mar, a unos 140 km más al norte, era vital mantener el control del Bauches, navegable y proveniente del territorio de nuestros actuales contendientes. El valle entre nuestro punto estratégico y el río había sido plagado de trincheras y lo habíamos sembrado de minas y trampas de diversa índole a lo largo de las últimas tres semanas, con el fin de cortar el avance de la tropa enemiga por el oriente. Solo les quedaba el norte, hacia la confluencia y el sur, que estaba defendido por tres destacamentos más de los nuestros. Así que estábamos relativamente seguros que no nos atacarían por ese flanco.

Pero lo hicieron.

Una hora antes del amanecer sentimos los primeros silbidos. Los proyectiles enemigos no llegaban hasta nuestra posición, pero crearon una distracción eficaz. Mientras disparábamos hacia el bosque, hacia la neblina incierta en la lejanía, aun en medio de la oscuridad, solamente guiados por el sonido proveniente de sus disparos, conscientes que nuestros propios proyectiles no iban a alcanzarlos, ellos montaron unos puentes portátiles un par de kilómetros más al norte de nuestra posición y fueron avanzando lentamente, cubriendo el enmarañado de trincheras y detonando con anticipación las minas. Fue un ataque desesperado, pero a la vez audaz. Tal vez sabían que, a nuestras espaldas, los refuerzos tardarían al menos dos horas en llegar y especularon con tomar nuestra posición y hacer de KG876 su ventaja.

Nosotros logramos reponernos a la sorpresa inicial. Aun sin haber sufrido bajas nos reagrupamos y nos apertrechamos en la esquina nororiental de KG876. No éramos más de 130 hombres y la munición era limitada. Tras el despilfarro inicial absurdo de nuestra munición de mediano alcance, empezamos a medir cada disparo. La altura nos daba ventaja y aunque las primeras luces del sol podían dar contra nuestra vista, el cielo nublado impidió que nos cegaran los oblicuos rayos. Los morteros alcanzaban ya hasta el valle, pero eran relativamente imprecisos. Las ametralladoras se habían concebido unas décadas antes, principalmente como arma de defensa, pero debíamos administrar la munición para que nos durase unas tres horas. Decidimos distribuirnos en pelotones de alrededor de 13 hombres y cada uno se concentró en un área específica de terreno, no en atacantes individuales.  Sin embargo, después de la primera hora de fuego cruzado, ellos lograron avanzar sus armas y los disparos de obús se acercaron peligrosamente a nuestra posición.  Decidimos entonces enfocar nuestros morteros algo más cerca, con la esperanza de derribar las trincheras y hacer su paso mas difícil. La siguiente hora se empleó en un fuego cruzado, medido, tendiente a desgastar al oponente, pero de alguna manera ineficaz.

 

Ya casi podíamos sentir a los refuerzos empezando a escalar KG876 desde el occidente, cuando el primer impacto desbarató al tercer pelotón, cerca al extremo norte de nuestra posición. Un disparo de mortero dio en el blanco y los primeros 10 hombres de nuestro lado fallecieron al instante. Los otros tres quedaron malheridos. De los pelotones aledaños 10 personas se dedicaron a recoger y socorrer a los heridos. Por suerte, nuestros disparos defensivos lograron inutilizar el cañón con el que nos habían acertado. Se hundió en medio de una nube rojiza de tierra y fuego apenas logramos alcanzarlo. El ruido continuo de las armas impedía escuchar nuestros propios gritos, mucho menos podíamos discernir si habíamos herido o matado algunos de nuestros enemigos, ni podíamos calcular cuantos eran. Nuestra posición en teoría era solo de defensa y no se habían programado vuelos de reconocimiento por parte de nuestra Fuerza Aérea. Los biplanos estaban destinados al frente sur, a más de 600 km de distancia.

Con toda esa especulación encima, mal podíamos calcular como continuar midiendo nuestra munición, o en donde enfocar nuestra defensa. Nos reunimos los comandantes de los 5 pelotones nororientales y centrales y estábamos discutiendo la mejor estrategia posible, cuando de la nada un rugido atronador nos dejó cegados. Recuerdo haber más que escuchado, sentido una onda física que me levantó del piso y me envió varios metros de distancia hacia el occidente. Veía una nube marrón alrededor de mis ojos. No me sentía capaz de escuchar nada. Unos momentos después un fuerte pito de frecuencia alta inundó mis oídos en un crescendo descomunal. No podía levantarme, no podía moverme. Sé que podía respirar, únicamente el aire entrando en mi cuerpo me indicaba que aun estaba vivo. No sentía ningún dolor, no sabía dónde estaba mi cuerpo.

De pronto empecé a sentir una pulsación, primero leve, luego más fuerte, cada vez más y más presente, en mi pierna derecha. No podía sentir adecuadamente el pie. Entonces empezó a doler. El dolor subió rápidamente a través de mi rodilla y de mi muslo derecho, la pulsación se acompañaba de picos cada vez más agudos de dolor. Creí perder el conocimiento. Pienso que estaba gritando, pero no podía oír mi propia voz.  De alguna manera pude percibir que alguien me agarraba de las axilas, mientras alguien más introducía lo que me parecieron unos palos, por debajo de mis caderas. Después de eso, solo oscuridad. Y el omnipresente pito cubriéndolo todo con su rojo manto de ondas inaguantables.

Desperté, no supe si solo unos minutos, o tal vez, muchas horas después. El sol ya estaba a nuestras espaldas, descendiendo hacia nuestro territorio. Las explosiones habían cesado. Todo estaba cubierto por una densa capa de hollín, mezclada con el marrón polvo de la tierra levantada desde las entrañas de KG876 por los incontables impactos que sufrimos en los últimos 15 minutos del asedio. Intenté levantarme. EL dolor de mi cuerpo era universal. La cabeza retumbaba, mi rostro me ardía. Entiendo que podía ver, pero aun escuchaba de fondo el pitido, más suave, pero continuo, perenne, presente, inmutable. Respirar me quemaba la vía aérea. El tórax me indicaba que debía tener un par de costillas rotas. Pero mi pierna derecha, ¡Oh! Nunca en mi vida había sentido esa cantidad de dolor. Intuí, aun antes de palpar, un torniquete improvisado alrededor de mi muslo y de alguna manera supe que había perdido un trozo significativo de mi extremidad inferior. Empecé por primera vez en mi vida a vislumbrar el abismo de horror que se iba a extender ante mí.

Entonces un oficial de rango superior se me acercó. Su cara sucia, pero orgullosa, quería transmitir alguna suerte de mensaje de confianza, de victoria. Me hablaba rápida y contundentemente. Sin embargo, yo solo podía escuchar el pito, continuo, constante, ocupando todo mi cráneo, ineludible, inexplicable, sofocante, aplastante, ruin y desesperante.

Entendí que de la manera más improbable habíamos logrado sostener la posición de KG876 para nuestro control. Medianamente logré incorporarme. El espectáculo que se desplegó ante mis ojos es, a este punto de mi vida, tanto tiempo después de los hechos, insostenible, imposible de describir. Todo el sector nororiental, la posición de nuestros 5 pelotones, había desaparecido. Un gran agujero dejaba ver parte del valle, donde unas horas antes había habido una aparentemente sólida montaña. Pude ver muchos detritos rojizos e informes desperdigados por el resto de la explanada. Solo un tiempo después pude entender que en realidad no eran detritos de la montaña; se trataba de los restos de la mayoría de mis compañeros y camaradas. De 130 soldados que defendíamos la posición, solo 50 sobrevivimos y de esos, la mitad murió después. Los que quedamos, todos lisiados de por vida. Eso solo lo pude saber un par de semanas más tarde.  Los refuerzos lograron coronar la cumbre de KG876 desde el occidente justo cuando estaban a punto de masacrarnos a los pocos sobrevivientes. El humo jugó a nuestro favor y ellos no vieron como los nuestros se distribuyeron hábilmente, contraatacaron y los hicieron retroceder hasta el sitio donde se había perdido la punta del cerro. Posteriormente los lograron rodear y de nuevo desde la posición más alta y privilegiada, acabaron con todo el contingente en una lucha que se prolongó por 5 horas adicionales. Así que yo había permanecido inconsciente algo así como 6 horas. Intenté hablar, pero mis ojos se llenaron de lágrimas al descubrir un trozo, como podría alguna vez olvidarlo, la cabeza, el brazo derecho y medio torso únicamente, de Milan, uno de mis compañeros y quizá mejor amigo en esta horrible desventura. Estaba a escasos 5 metros de donde yo yacía. Su mirada, abierta, fija en el infinito, enmarcada en una cara de sorpresa genuina. Perdió la vida en la misma explosión que acaso pudo acabar con la mía.

No podía entender, no podía aceptar, por qué razón yo seguía respirando, mientras me daba cuenta que todo mi grupo, mis amigos, algunos de ellos aldeanos conocidos míos desde la infancia, vecinos, hijos de los buenos amigos de mis padres, ya no estaban; habían desaparecido en un instante. Y todo por cuenta de un conflicto que, ya sentados a analizar, ninguno de nosotros comprendía. ¡Es por la Gloria, por la Patria! Nos habían dicho. Qué vacías me parecían ahora esas arengas, esas proclamas que nos llamaban a defender lo más sagrado. Pero para mí, lo más sagrado ya simplemente no estaba, no existía más: todos mis conocidos habían muerto.

¿Y a cuento de qué, por todos los Cielos, se había iniciado esta Gran Guerra? Nosotros en Kolpokonjo, nuestra aldea natal como ya expliqué, habíamos sido felices por generaciones enteras, cultivando la tierra, labrando el campo, criando vacas y cabras, reproduciéndonos con primas lejanas. Nada teníamos que ver con intereses económicos o transnacionales, ni con el riesgo comunista, ni con el riesgo capitalista, ni con el Imperio Austro-Húngaro. Mi tatarabuelo tal vez se había involucrado en sus años mozos en alguna escaramuza intrascendete contra los Otomanos, pero hasta ahí.

Entonces me quedé mirando los cambiantes tonos del atardecer, desde el azul transparente y fresco muy por arriba por el polvo y el humo de la batalla, hasta el glorioso naranja brillante del sol rozando el horizonte. En ese preciso instante sentí como si el Universo, la vida o algún tipo de deidad cínica quisiera restregarme en el rostro toda esa belleza, como queriendo darme a entender que el dolor, la tristeza y la depresión que estaban empezando a invadir mi alma y que me acompañarían por el resto de mis días no tenían, de hecho, el más mínimo valor.

Y allí terminó todo. Tras una larga convalecencia me dieron una silla de ruedas primitiva, me condecoraron como héroe de guerra junto con otros 25. Los otros 24 compañeros, malheridos, fueron falleciendo en el transcurso de los días y semanas posteriores al ataque. Me asignaron una pensión modesta, que eventualmente hace 5 años inexplicablemente dejé de recibir. Regresé a Kolpokonjo sin una pierna, sin el sentido del oído, pero con un pitido persistente dentro de mi cabeza, que aun hoy en día me acompaña. Regresé inepto para cultivar la tierra, labrar el campo, criar vacas y cabras y ni hablar de reproducirme con alguna prima lejana. Mis padres murieron en la pobreza, tuve que ceder mi parcela, ya que no tengo hermanos y dedicarme a malvivir de la caridad de los pocos que quedan en este pueblo.

Ahora veo que se están preparando para una nueva guerra. Ojalá no llegue hasta nuestro territorio. O que llegue y me propicie un rápido descanso. No creo que pase nada. Nuestro pueblo es eslavo, pero casi todos los que quedamos somos judíos. No pienso que se metan con nosotros, que nada tenemos que ver con la economía transnacional, con la amenaza del comunismo ni la del capitalismo. Solo espero descansar de este horrible pitido, que no me deja dormir, que me enloquece y que me hace olvidar que alguna vez el mundo fue hermoso.  

FIN