Eso no estaba en su plan. Ella no quería dejar de mirar. Él no se había dado por enterado. Solo quería sentir la fría luz de la luna acariciando su rostro, descendiendo desde la frente hasta la barbilla, acariciándolo tenuemente, haciéndose desear como una amante esquiva y lejana, como si de una antigua ninfa se tratara; él se imagina a esta luna como debería ser, tal vez como Dione, madre de toda belleza, sin dejar de reconocer que se trata de la mismísima Selene, o como cualquier otro tipo de deidad arcaica. Sabe que ella es antigua, sabia y misteriosa; Isis, Ishtar, Atenea. Entiende que está muy lejos de su esfera, más allá de su humano alcance, sin embargo, no ceja en sus esfuerzos, Desea fervientemente que ella pueda al fin fijarse en su existencia. Él sube siempre a esta colina iluminada para encontrarse con su marmóreo objeto del deseo. Quisiera poderlo dejar todo atrás, poder dejar de respirar el tenue aire del lugar, poder flotar allende las nubes más lejanas, adentrarse en la estratosfera. Poder ponerse frente a su amada, hacer que ella lo mire fijamente y lograr al fin ofrecerle ese lecho de cristal que tanto ha soñado para ella, que ha diseñado en su mente y que ha planeado construir con diamantes extraídos tal vez del núcleo insondable del planeta Júpiter.
Cada noche ha trazado su plan, lentamente,
año tras año, décadas tal vez, obsesionado con lograr su objetivo. Por ella
abandonaría gustoso el mundo. Por su amor él se ha mantenido ajeno a las
mujeres que le rodean y que algunas veces han demostrado estar interesadas en
él. Pero es en vano, él reconoce que su lugar no está en el mundo físico,
prosaico, ese donde la gente trabaja y suda y paga impuestos. Él tiene que
estar allí, porque aún no ha podido escapar de esa vida. Pero sabe que hay
otras dimensiones en las cuales él tiene un objetivo mayor. Ella tiene que
llegar a saber que es la causa de todos sus anhelos, el motor que lo lleva a
través de esta absurda vida, de sus cotidianas decepciones, de esas mezquinas
frustraciones que provocan en cada persona la ilusión de ser solamente
pasajeras, insustanciales, poco determinantes para el curso de los objetivos
mayores pero que, trágicamente, a veces suelen ser las que deciden el devenir
del futuro. Él ha venido tejiendo un cerco de telaraña invisible fabricado de
sueños y suspiros alrededor del camino de Selene. Cada vez ha añadido una nueva
hebra en la que ha escrito con gotas de rocío cada uno de sus pensamientos, cada
una de las letras de las canciones que le ha dedicado e incluso cada una de las
torpes poesías que en su honor ha compuesto desesperado y expectante, mientras
su corazón pulsa poseso de un impulso irrefrenable de escapar de su prisión de
hueso, músculo, sangre y víscera.
Está seguro de que ella ya ha percibido su
presencia. Que tal vez incómoda primero, curiosa después, intrigada de pronto,
ojalá improbablemente interesada gracias a su persistencia, lo haya mirado
desde la distancia. Con algo de suerte ella jamás habrá notado la fina red que
él ha venido tejiendo sutilmente a su alrededor y que, en poco, poco tiempo ya,
halará súbitamente, deteniéndola en su eterno trasegar celeste, paralizándola
en el punto más cercano a su alcance. Entonces podrá tener toda su atención y podrá
expresar todo lo que su corazón guarda. Ella podrá leer todos los versos
acumulados en el rocío y podrá apreciar su esfuerzo. Y seguramente caerá
seducida por su amor, que él sabe será eterno. Pronto llegará el momento de
convertir su sueño en realidad.
Ella, aquí la tenemos. Esta otra ella, ha
estado acostumbrada a vivir en el mundo real. Ella se ha preparado, ha
estudiado, se precia de ser una mujer joven, bella e inteligente. Tiene una
gran profesión, es reconocida en el país en el que vive. Sus opiniones son
comentadas como acertadas, profundas y fruto de la reflexión y la mesura. Fue
criada en un hogar estable, llena de estímulos y mimada. Llena de amor por
parte de su familia. Una madre responsable, cariñosa y estricta. Unos abuelos
tiernos y cálidos. Un padre que le enseñó el respeto y el valor que tiene la
mujer en la sociedad moderna. Independiente, segura de sí misma y eficiente.
Así le gusta a ella ser percibida. ¡Y qué esfuerzo le ha costado ascender en su
profesión manteniéndose alejada de propuestas indecentes y de escándalos
mediáticos! Los primeros años habían sido su prueba de fuego, pero los había
sorteado exitosamente, logrando salir airosa de las situaciones que se pudieron
presentar en el camino; ciertamente había demostrado su valía por sí misma, se labró
un sitio propio, donde todos, tanto en el medio laboral, como en el social, la
reconocían intachable y llena de virtudes. En la plenitud de su tercera década
de vida, podía declararse realizada.
Entendía que las relaciones interpersonales
eran parte de esta vida, por lo tanto, ha actuado en consecuencia y ha tenido
algún par de parejas estables. No cree en el Amor, en ese sentimiento
irrefrenable e irracional. Sabe que jamás ha sentido algo así, para ella todo
se reduce a biología, ciclo menstrual y feromona. La imagen de ese corazón
inflamado por una flecha de Cupido no deja de ser para ella más que una fábula
infantil. Por supuesto se siente atraída por algunos hombres, especialmente por
el gerente general del medio en que trabaja. Es alto, guapo, soltero, rayando
los 50 años. Se mantiene en buena forma física, es atractivo e inteligente. Su
cabello es abundante y parece más un modelo que un alto ejecutivo. Por supuesto
ella ha hecho la tarea y sabe que no tiene una tendencia sexual que le impida a
ella intentar insinuarse. Sólo que existe un inconveniente. El hombre es
absolutamente inaccesible. Es cordial, nunca rehúye una conversación, siempre
está dispuesto a ayudarla… Pero… Es que hay una especie de barrera sólida entre
su presencia diaria en el mundo y su verdadero yo… Ella no sabe cómo explicarlo
bien, pero claramente jamás ha logrado obtener una conversación o una interacción
que trascienda al ámbito personal. Ha preguntado discretamente por este aspecto
de la vida de él, tan sutilmente que nadie ha intuido algún tipo de interés en
sus pesquisas. No ha obtenido nada. La vida de él parece suscribirse solamente
al aspecto profesional. Su expediente personal está contundentemente en blanco.
Ella se ha empeñado en entender esta barrera; para su ser racional es obvio que
se debe conocer perfectamente al obstáculo, para poderlo derrumbar. Se ha
dedicado el último año a seguir las rutinas de él, a encontrárselo casualmente
en los pasillos de la empresa, a coincidir en las reuniones ejecutivas y de
alguna manera preguntarle por sus cosas, demostrarle su interés, ofrecerle su
ayuda. Hasta ahora todo ha sido en vano.
Con el transcurso de los meses esa
indiferencia, esa lejanía, esa inamovilidad ha despertado en ella otro tipo de
sensación. Ella no sabría definir muy bien qué es lo que siente, es una especie
de desasosiego, de intranquilidad, ¿ansiedad, tal vez? No lo sabe, no podría
describirlo con claridad. Ella solo sabe que esta sensación se ha empezado a
colar como una sombra intrusa que en principio fuera solo una pequeña mancha en
una esquina recóndita de su ser, pero poco a poco ha ido ocupando más espacios,
se ha hecho presente no solo en el día, sino tal vez incluso en las noches. Y
esta sombra solo se disipa cuando él está en presencia de ella, cuando ella
puede admirar sus ojos, el contorno de sus anchos hombros, cuando puede
percibir de lejos la tibieza de su aliento. Ella se niega a aceptar la
naturaleza de este sentimiento. Conjetura que posiblemente es una obsesión
pueril derivada del hecho de la ausencia de respuesta por parte de él. Aun así,
logra percibir que la sombra crece y ocupa cada vez más ámbitos de su vida. Por
eso finalmente ha imaginado un plan: en las últimas dos semanas ha planeado una
estrategia. Se acercará lenta, pero inexorablemente cada vez más a él, desde el
aspecto profesional hará todo lo que esté en sus manos para hacerse
imprescindible a sus ojos. Construirá una trinchera intelectual para asegurarse
que él no sea capaz de escapar y finalmente tenga que fijarse en
realidad en ella, en toda ella. Es un plan perfecto, ella sabe que él solo
reacciona en el plano profesional y ha decidió que por allí irá abriendo la
brecha que le conduzca exitosa e inexorablemente a ese mundo que él tan bien
guarda para sí mismo. Se felicita por haber concebido una estrategia tan
perfecta; ella se sabe tan cerebral que incluso en sus sueños nunca pasa nada
extraño. Siempre que sueña, está en las calles de la gran ciudad, ocupada con
algo de su trabajo. Sus sueños son prosaicos. Son predecibles. Simplemente son
tan reales y concretos, como su vida. Ella no podría
concebir un sueño donde el onirismo fuera prevalente. Se puso manos a la obra a
construir sus trincheras. Su oportunidad llegó en una cena de gala. Él insistió
en que ella le acompañara a una función benéfica de la Ópera Nacional. Fue una velada
agradable. Ella intuyó la brecha e intentó colarse; sin embargo, él alegó
deberes matutinos y se escabulló relativamente temprano. Con todo, ella se fue
a su casa a dormir, esperanzada.
Ha llegado el momento. La red esta tejida
alrededor de Selene, pero es tan tenue, que un solo descuido haría que se
evaporase ingrávida. Debe ser cauteloso.
Exterior. Noche clara. Brisa tenue, pero
perceptible le eriza súbitamente los delgados y rubios vellitos que recubren
sus brazos. Se trata de un bosque. Desorientada, ella busca una salida, un
claro, un escape en el medio de la arboleda. Una luna intensa, blanca, fría,
lejana pero anormalmente grande se adivina sobre una colina cercana. Ella
decide dirigirse hacia allá, tal vez desde esa relativa altura pueda orientarse
mejor, encontrar un paisaje conocido, alguna calle o algún edificio que la
reconcilie con el entorno. Hay un sendero, una especie de camino que se dirige
directamente a la colina. Es extraño, tiene una suerte de suavidad que ella
puede sentir con cada paso. Pequeñas luces brillan entre el césped, llamando su
atención. Parecen diminutas fuentes LED que titilan con una especie de
ritmo acompasado, todas al tiempo. Mientras asciende por la colina, se hacen
más numerosas. Ya casi va a llegar a la cima, solo le queda superar un pequeño
recodo marcado en el sendero. El número de lucecitas se ha hecho impresionante.
Ella se inclina para observar de cerca. Quisiera tener su móvil en la mano para
iluminar estos objetos, pero cae en cuenta que no lo lleva consigo, Recién
entonces nota que lleva puesto un primoroso vestido de una sola pieza,
vaporoso, con estampados de flores en tonos pastel. No recuerda haberse puesto
ese vestido en la mañana, de hecho, le recuerda vagamente al vestidito que se
puso para la celebración de 15 años de su hermana mayor, tanto tiempo atrás.
Suspira divertida e intenta tocar una de estas luces. Se trata de una pequeña
gota. Tiembla intrínsecamente movida por un impulso desconocido y la levanta en
la punta de su dedo, contra la luz de la luna. Lo que ve, la llena de asombro.
Juraría que hay un poema escrito con minúsculas letras dentro de la gota. Casi
puede leer un pequeño fragmento: - luz inalcanzable, anhelo de mi vida, por
tenerte un instante, mi corazón ofrendaría. -
Ríe para sí misma, por lo cursi del verso,
casi que hubiera esperado encontrar cualquier otra cosa, menos algo tan vulgar
y simple. Entonces vislumbra la cima de la colina y lo ve. Su hombre amado está
allí. En ese momento es para ella contundentemente claro que esa sombra, esa
creciente opresión, esa ansiedad progresiva no es más que Amor. Sí, ese Amor
que ella siempre dio por descartado, por inexistente. Lo reconoce de manera
contundente, pero es avasallador por sí mismo y se devela innegable. Y luego se
fijó en él. Estaba de pie mirando hacia la luna. Parecía que le hablara. Estaba
completamente absorto, enajenado, concentrado, mientras al parecer, le
declaraba su amor al astro celestial. Parecía no darse por enterado de la
presencia de ella. Ella intentó hablarle, pero él no le devolvió la mirada.
Gesticulaba y hacía ademanes en el aire, como si quisiera recoger algo. Ella se
alejó un poco y se detuvo por un segundo para analizar sus movimientos. Les
recordaron a los pescadores artesanales de las ciénagas del norte de su país,
cuando están recogiendo las anchas redes que han lanzado al agua. Sus ojos se
inundaron de pronto, pues en ese instante supo con certeza por qué razón nadie
había entrado a su esfera personal. Ella había logrado abrir una brecha y ahora
el dolor le abrumaba. Entendió que su amor era inalcanzable, porque él mismo
estaba enamorado de un imposible. Retrocedió y al parecer se enredó con unas
fibras hebras, las gotitas se dispersaron agitadamente a su alrededor. El movió
las manos desconcertadamente, como cuando al pescador se le rompe la atarraya. Pero
a ella, su corazón se le rompió tan solo unos minutos después de haber
reconocido y aceptado al Amor. A pesar
de eso, derrotada en el suelo, no quería dejar de mirar. De mirar a su objeto
amado. La luna, impasible a los requiebros de los mortales, siguió impávida en
su órbita. ¿Detenerse?
Eso no estaba en su plan.
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