Verde y azul. Es todo lo que
veo en esta tarde, sobre esta sublime loma donde toda mi vida confluye
despiadada y como una vorágine acusadora se abalanza sobre mí.
Verde infinito, verde vivo,
verde palmera vallecaucana, hoja, pasto, clorofila, verde vida, verde de mi
esperanza perdida, verde de mi pasado remoto, de los días felices en que los
ojos de Dina aún no presagiaban la muerte temprana. Explosión de verdes que son
materialmente la impetuosa fuerza de la vida, saliendo del sol e impregnando
(impregnar era el verbo preferido de mi profesor Alfredo Rubiano Caballero) todas
estas planicies, lomitas y llanuras inmensas de mi Valle amado junto con todas
sus criaturas plenas de aliento vital, de impulso imparable, de sentido y de
propósito, cucarroncitos, insectos, aves, pájaros, reptiles, tortugas, peces,
todo lo que se da en esta tierra llamada a no perecer por la mano del hombre,
llamada a trascender y prosperar más allá de las incontables generaciones de
vallunos que aún habrán de ser.
Azul frío, azul cobalto, lejano,
inaccesible, convertido ahora en el color de la pérdida y de la total ausencia
de esperanza, azul de la certeza inapelable del destino, cercano e ineludible.
Azul indiferente del acero que acude presto a la cita, para sentenciar con su
presencia que a pesar de todos los esguinces que pretendamos ponerle al camino,
al fin de cuentas memento mori.
A pesar de haber sido azul
celeste el regazo de mi madre, sin importar que fuera azul el primer amor de mi
vida o el tono fugaz de los Farallones que adornan el fondo de este paisaje, o
que azul fuera el tono de mi amado y extrañado remoto mar, este azul feroz que avasalla
a todos los demás colores de esta tarde, está aquí solo para asegurarme que las
notas finales de mi canción se están ejecutando en este momento, que mi vela no
puede hacer nada más que apagarse.
Azul es blues en inglés y
significa muchas cosas, entre otras, para mí, la infinita tristeza de haber
abandonado a Tere, a mi mancito y por supuesto, azul es el único tono en que
puedo en este instante evocar los verdes y hambrientos ojos de Tina, cuando
estaba a punto de hacerme el amor.
Al comienzo no había días
grises para mí, ese color no tenía el poder de impregnar mi memoria, sin
embargo, aunque los recuerdos iniciales de mi vida se plasman en tonos azules y
cálidos al ser rememorados, en este instante solo los puedo ver en verde, verde
caña, verde tina, verde furioso de la camiseta amada, verde que te quiero
verde, verde que ojalá sea el hado promisorio de mi mancito.
Aquí lo único negro es el
futuro; y para más congoja, el inmediato. La espera me ha agotado.
Recordé que hace poco me había
puesto a pintar. Me había salido un paisaje de río, el Pance, por supuesto, el
de aquella vez que lo vadeamos en una excursión con el grupo de Scouts de mi
colegio.
El paisaje me había salido enmarcado
con esos árboles de nosotros, de troncos retorcidos, inclinados y rugosos y con
esas lomas que asaltan la mente cuando uno nombra a El Valle y por supuesto, la
bendita pintura me había salido solo en verde y azul. Ojalá alguien la
encontrara, para que la pudieran ver y entender la razón que me trajo de nuevo
a este, mi Valle.
Allá a lo lejos, cinco tipos
grandes, vestidos elegantemente de negro, con cabellos cortados a la manera
militar y gafas oscuras acaban de salir de la cabaña. Miran a su alrededor,
desconcertados, extraviados, agobiados por la imponente belleza del paisaje. De
pronto uno de ellos se queda quiero, intentando pensar, maniobra difícil para
él; al cabo de unos segundos se pine la mano a manera de visera, cubriéndose
del sol y otea barriendo toda la zona en lontananza. Por un instante se detiene
tratando de detallar esta loma. Algo habla con sus colegas.
Creo que ya me han
encontrado. Son los esbirros del padre de Tina, son los que se han demorado
casi 8 meses en dar conmigo. Ellos vienen a saldar mi destino, el azul de su
determinación es contundente.
Finalmente son ellos los que
me han estado buscando sin conocerme, los brainless guys.
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