lunes, 31 de octubre de 2011

Leyendas Cortas II: aquí va la segunda parte de este cuento... Recuerden que la primera se encuentra más abajo en este blog... Y todavía falta...

El viejo y el barman

- Vaya, Jeremías, veo que ha estado entreteniendo a nuestra más reciente adquisición. No le importa que le diga así, ¿cierto mi joven forastero?
- Eso me gusta, ya decía yo que usted era de confianza, así no tenga idea de nada, ¡ja, ja, ja! Mentiras, disculpeme, ya sabe como me gusta bromear. Los estaba escuchando y ví que discutían el tema de la leyenda de Mayorga.
- Precisamente le estaba contando a nuestro amigo el extraño cambio que sufrió Mayorga (asumiendo que siempre haya sido el mismo) a principios del siglo pasado, cuando dejaron (o casi) de desaparecer mujeres, para perderse los hombres.
- Perdóname Jeremías que te interrumpa, pero yo tengo una versión diferente. Yo no creo que exista el tal vampiro.
- Si joven, así como lo oye. Todo este rollo no es más que un invento de las mentes calenturientas que habitan este barrio. Verá usted, muchas de las familias de este barrio, incluyendo la del viejo y la mía, han estado aquí desde épocas remotas, por lo menos dos siglos. Créame, la tradición oral se arraiga y conlleva su propio peso.
- Lo que dice nuestro querido anfitrión es cierto. Mi bisabuelo llegó a este barrio en 1820. Pero yo no puedo estar de acuerdo contigo, barman. Explícame pues, si no hay vampiros en la historia, como es que los Mayorga casi nunca salían de día, por qué se perdía tanta india mujer, por qué eran tan parecidos entre ellos, por qué trataron de esconderse tras la independencia y ¿por que nunca se pudieron ver sus cadáveres?
- ¡Ay, mi estimado viejo! Cómo te crées cuanta bobada se habla por aquí. A ver... Primero, la historia de los Mayorgas arranca en los 1700s así que no hay ningún registro, todo es leyenda oral, cuentos que pasan de madres supersticiosas a hijos ingenuos. Segundo, las familias españolas antiguas de la nobleza casi no se mezclaban con las clases medias y bajas, así que todos se parecían mucho. Nunca has visto mi colección de reproducciones de los retratos de los Austrias? Todos igualitos a lo largo de los siglos, monitos escurridos con ojos claros de ternero degollado, ¡todos igualiticos!
- ¿Ve? Este joven lo confirma, él ha visto los originales en El Prado. Además, salvo el retrato del primer Mayorga que tienen en el museo, no hay ningún otro retrato, NINGUNO.
- ¿Pero donde me dejas la desparición de las indias?
- ¡Viejo! ¿Cuanta gente no ha muerto en el mundo? ¿Cuantos no desaparecen, a diario, incluso hoy día, en pleno siglo XXI?
- Bueno, entonces ¿cual es tu teoría?
- Ya te digo, pero primero démosle un trago a nuestro amigo que lleva rato sin hablar.


- Ya el hombre te dijo que está feliz escuchando, responde, ¿cual es tu teoría?
- Nada, pues creo que simplemente se trataba de gente rara que no le gustaba mezclarse con la indiamenta. Finalmente hubo uno que se casó con alguna lugareña y terminaron mezclándose, así que se les perdió el rastro.
- Pero, ¿por que se perdían las indias?
- Pues seguro que les gustaba robarse una de vez en cuando para violarlas y depués esconderlas en la finca. O en el peor de los casos se les iba la mano y las mataban. Recuerda que los encomenderos en general no consideraban a los indios como seres humanos.
- Pero Mayorga ¡venía precisamente a cambiar ESO!
- ¿Y a quien le consta qué era lo que fuese lo que él pensaba? ¡Mínimo estaba quebrado y no se le ocurrió nada mejor que decir en España con tal de hacerse a con una buena encomienda!
- ¿Ves? ¡Nuestro amigo aquí está de acuerdo!
- Pero entonces, ¿por que se escondieron en la época de la Independencia?
- ¡Pero por favor! ¡Era un español que traicionó a los suyos para poner a su nombre una fortuna que era nominalmente de la Corona Española!
- Si, pero también tu joven amigo preguntó por que dejaron de perderse las indias y ¡empezaron a perderse los hombres!
- ¡Pues un hecho y otro no tienen nada que ver! En la primera mitad del siglo pasado el país era un desorden, si alguien se perdía, pues no pasaba nada. ¿Cuanta gente no murió en el mas completo anonimato? Además repito que jamás he visto el cadáver exangüe de nadie. Simplemente estos hombres vienen a buscar aventuras en lo que solo es un barrio tranquilo y viejo, casi una ciudad del siglo XIX dentro de la ciudad más grande y al no encontrar nada, se van y no vuelven.
- ¿Pero y las niñas que se pierden cada 10 años? Siempre han sido jovencitas de este barrio. Recuerda que hace 10 años desapareció una de las nietas de González, el zapatero. Era bien linda, ¿o me equivoco?
- Bueno viejo, te confieso que eso si es un misterio. De más que simplemente la niña se aburrió del papá. Ese hijo del zapatero era bien retrógrado. Te apuesto que la china se voló con el novio.
- Pues yo no lo creo. Mira que este año se debe perder otra jovencita y casi siempre es por esta época.
- Si joven, sucede exactamente a mediados de junio CADA 10 AÑOS.
- ¡Eso es pura coincidencia!
- ¿Coincidencia? Por lo que sé, ¡hasta tus hijas podrían perderse! SIEMPRE es una joven del barrio. Y por estos días la única que está en casa es tu Mariushka, ¿no?
- ¡Con Mariushka no te metas, viejo!
- ¿Que me dijo, joven?    ¿Y luego usted que tiene que ver con Mariushka? ¡Mariushka, ven aca! ¡Ah, no! ¡¡¡Espérame voy allá!!!
- ¡Que ha hecho joven! ¿En serio habló con Mariushka? No, no es grave, solo que el barman es estricto... Bah, espéreme ya vuelvo.
- No, tranquilo, simplemente tómese otro trago.
- ¿Qué me dijo?
- Claro que lo creo. Y Mariushka podría perfectamente ser la próxima desaparecida.


De nuevo Mariushka

- ¿Pero que fue lo que le dijiste a mi padre? ¡Está todo enfurruñado en el fondo de la trastienda!
- ¿Se dio cuenta que habíamos hablado? ¿Pero no te dije que en realidad se molestaba? ¡En verdad si que no entiendes nada de nada!
- Pero no, no, no pasa nada, no te preocupes. En realidad no pasa nada de nada. El solo se "molesta" un poco, pero es porque recién te conoce... Bueno y también porque yo no le dije nada antes que se enterara. ¿Sabes? Lo que pasa es que él recela porque piensa que la mayoría de los muchachos se me acercan únicamente por mi extraordinaria belleza, ¡¡¡ja, ja, ja!!!
- Tan lindo, si, ¡yo sé que te diste cuenta!
- Pero no me puedes negar que ¡el aspecto externo tambien cuenta! ¡Jajajaja!
- ¡Descarado! ¡Jejeje! - ¡Tú también, eres muy querido! ¡Ay que rico, me hiciste reir!
- ¿Dime? ¿Que cosa estaba diciendo el viejo?
- Si, claro que dentro de toda la leyenda absurda de Mayorga por supuesto que le he escuchado al viejo la versión de la joven que se pierde cada diez años...
- ¿Y que? ¡Por supuesto que no creo en nada de eso! ¡Creo la versión de mi padre! ¡Nada es más que el fruto de la calenturienta imaginación de esta gente que piensa que estamos en un pueblo aislado y no en medio de la gran Urbe cosmopolita!
- ¿Como así? ¿Te preocupa que yo pueda ser la próxima joven en desparecer? ¡Que locura dices! ¿De donde sacas eso?
- ¿Lo dice el viejo? ¡Está loco, el viejo! ¡El más que nadie debería saber que son patrañas, pues por algo le dicen el viejo!
- ¡Si, precisamente por eso! ¡Porque conoce a todo el mundo!
- Si, en serio, y de toda la vida, ya te lo he dicho... No me he querido burlar de ti...
- Mira, en realidad no creo correr ningún peligro y por si acaso, tengo a mi padre, a mi madre y a mis hermanas mayores.
- No, no las has conocido porque no todas trabajan en nuestro negocio familiar, pero si insistes en hacerte asiduo de este lugar, finalmente las conocerás.
- ¡Pero que descarado eres! ¿Como así que asiduo de mi? ¡Que te pasa! ¿Quieres que mi padre se infarte? ¡Jajaja, mentiras, claro que si, puedes volverte todo lo asiduo que quieras! Mas bien tomate otro traguito que hace rato te veo solo con el mismo whisky.
- ¿Lo dices en serio? Yo no creo que quieras volarte conmigo solo por rescatarme de un improbable rapto que sucede cada diez años. Yo lo que creo es que tu quieres otra cosa...
- No, no, discúlpame, estaba bromeando. Se que en serio te preocupas por mi, pero créeme, el viejo es un excelente narrador de historias y de seguro te ha influenciado más de la cuenta.
- ¡Ya te dije que yo no corro ningún peligro! Pero por si acaso te tendré en mente para que me rescates.
- Si, te lo prometo.
- Vale, pero por ahora relájate, tomate un traguito y sigue disfrutando de las historias del viejo.
- No, no me puedo tomar uno, pero igual brindo a tu salud. Chao, un besito, mas tarde seguimos charlando.
 

El último tiempo del viejo

- Bueno joven, tranquilícese, ya calmé a nuestro querido barman.
- ¡Ah, pero que valiente! ¿Así que no estaba preocupado? O no conoce para nada al barman, o es usted muy valeroso, o en realidad no le interesa Mariushka y simplemente se va a ir mas tarde para su casa...
- Pero no se me ofenda, solo le estaba picando la lengua. ¿No le hemos dicho ya cien veces lo peculiar de nuestro humor por estos lados?
- Bueno, en todo caso me alegra saber que le interese Mariushka. Como le digo, la conozco desde que era muy joven, pero eso no es mucha gracia, ella aún es una niña, ¡ja, ja! Y es la más consentida del barman.
- Ya se lo dije, pero le repito. Efectivamente cada 10 años se pierde una joven del barrio.
- ¿Por que ella? Verá, este es un barrio antiguo, durante la Colonia era un pueblito cercano a la Capital. No ha habido mucha inmigración y hay familias viejas, muy viejas... Y algunas familias nuevas, que recién tienen chicos pequeños. Así que muchachas de la edad de Mariushka... Pues solo Mariushka. ¿Y quién sabe si el vampiro querrá cambiar la tradición de sacrificar una lugareña cada 10 años?...
- ¡Por supuesto que el vampiro existe! ¡Todo encaja! El barman es un escéptico, ¡pero yo estoy convencido de ello!
- ¡Porque llevo toda la vida oyéndolo! Le escuché la historia a mi padre, que se la escuchó a mi abuelo, que estuvo en el matrimonio del Mayorga de turno, el que fué matrimonio público y ¡a la vista de todos! ¡Y a mi abuelo le constó que dejaron de desaparecer las mujeres, para empezar a desaparecer hombres!
- Bueno, la razón de este cambio no la sé a ciencia cierta. La leyenda habla de varias teorías. Una, es que con el correr de los siglos en el corazón de Mayorga renació el espíritu bueno que originalmente albergaba, el del noble español que quería balancear las injusticias que se cometían contra los indios. Otros han dicho que Mayorga se enamoró tanto, que transformó a su esposa en vampiresa. Pero ella aceptó este matrimonio siniestro solo con la condición que él nunca volviera a atacar a ninguna mujer. ¡Seguro no quería someterse al riesgo que él no se enamorara de otra! ¡Ja, ja, ja!
- Gracias, muy amable, se lo acepto, pero bueno, tómese otro conmigo, ya va completando otra botella y lo veo entero.
- Por supuesto, en su oficio debe estar acostumbrado a reuniones donde abunda el Whisky...
- Hombre, ya que me lo pregunta, en mi familia sí llevamos la línea de la supuesta descendencia de Mayorgas después de la Independencia. ¡Pero insisto en que yo creo que todos son uno mismo!
- Desconozco la razón por la cual evitaron los registros recientes; por eso le decía que es notable que no haya mucho escrito oficial acerca de ellos -salvo las sucesiones en las Notarías, de resto, nada de nada- Pero desde tiempos de mi tatarabuelo, la familia mía le ha seguido la huella al vampiro hasta el día de hoy.
- Si, joven, yo se quién es en teoría el Mayorga actual...
- ¡Pero claro que no se lo voy a decir! ¿Por que habría de hacerlo? ¡Recién lo conozco hoy! ¡Ja, ja,ja! ¡No se asuste! ¡Estoy bromeando! ¿En realidad desea conocer toda la verdad? ¡Ni yo la sé! - ¿En serio? ¿Y por que razón?
- Vaya, me deja sorprendido... ¿Por salvar a Mariushka?
- Pues dejeme decirle que me parece apresurado de su parte todo esto.
- ¡Mi culpa! ¿Y por que sería mi culpa?
- ¡Lo tengo convencido de mi historia! ¡Cree que Mariushka podría estar realmente en peligro! Eso lo que demuestra, joven, es que ¡soy un buen narrador de historias! Y bueno, demuestra su buen corazón...
- Por otro lado yo si estoy convencido de la existencia del vampiro. Como le digo, creo saber de quién se trata.
- ¿Que por qué no lo han acorralado y asesinado? ¡Buena pregunta! Pero yo tengo una pregunta que hacerle a usted, ¿puedo?
- ¿Por qué se interesó usted inicialmente en este tema? ¿Cómo supo de los hombres que deaparecen ocasionalmente?
- Claro, entiendo, su profesión...
- Si, me imagino que desea conocer la verdad, como me dijo hace un rato...
- Pero recuerde que ni el mismo Jesús sabía que era la Verdad... Cuando Pilato se lo preguntó, lo único que Jesús hizo fue callar... Callar y mirar hacia el piso.
- La Verdad, la Verdad... Que tanta cantidad de Mentiras se han tejido a lo largo de la historia para buscar la Verdad, ¿no cree...? Brindemos por la Verdad, ¡ja, ja, ja!
- Otra pregunta. ¿Qué estaría dispuesto a hacer con tal de saber la verdad?
- ¡¡¡No diga eso, joven!!! ¡TODO es algo muy grande e indefinible!
- Todo con tal de salvara a Mariushka... Me impresiona de nuevo... Pero volviendo al tema... ¿Joven? ¿Se encuentra usted bien? Lo veo como pálido, ¿acaso le cayo mal el whisky?
- ¡Barman, venga rápido! ¡Este joven ha perdido el conocimiento!

viernes, 28 de octubre de 2011

RECORDANDO A CALI: Estos dibujos son de sitios muy representativos de la ciudad.

La Iglesia de La Merced

San Nicolás

San Antonio

FREE AS A BIRD.

http://www.youtube.com/watch?v=3-MvJDmY2ME

LEYENDAS CORTAS: este es un cuento bastante largo, lo publico por partes. Interesante es que al protagonista de este cuento le hablan, el debe responder algo, pero nunca se le escucha lo que el dice en esta narracion. Cada lector debe adivinar para donde va la intención narrativa.

LEYENDAS CORTAS



El tiempo del barman.

-Mire, usted no me lo está preguntando, pero es la primera vez que lo veo por este barrio. Es más, yo diría que Usted no es de esta ciudad. Que por que lo digo? Ay, vecino, si es que se le nota de lejos lo calentano, mírese las medias no más, ¡ja, ja, ja!
- No mentiras, estoy bromeando, no me haga caso. Es que las personas de esta ciudad somos como cansonas a veces. Pero venga, siéntese en la barra, tranquilo, va por cuenta de la casa, eso sí, así está mejor, con confianza. Pero vea, mas bien cuénteme a que se dedica, que lo trae a estas horas tan oscuras y por estos lados tan tardíos de la ciudad. Usted debe saber que por estos rincones se ha perdido mucho hombre solo, en especial si no es de por aquí. Que por que? Pues dicen que de vez en cuando estos señores desaparecen y luego los encuentran varios días después, por ahí abandonados, sin una gota de sangre en el cuerpo. No señor, yo nunca he visto ningún cuerpo de esos, pero le puedo asegurar que es verdad. No, como le digo, nunca he visto un cadáver sin sangre, pero si he sabido de casos. Hace alrededor de 9 ó 10 meses vino a este barcito tan alejado del mundo, tan al margen de los grandes acontecimientos, tan al lado del camino, disculpe que me ponga hiperbólico, es que las luces del atardecer me llevan lejos en el tiempo, la memoria y la distancia, pero no me deje irme por las ramas, interrúmpame cuando lo haga. Es que yo todos los días, atendiendo en este bar en esta loma en la parte antigua de la Metrópolis tan moderna y sin embargo este barrio tan tranquilo, tan abandonado, tan viejo, que es raro ver forasteros. Imagínese lo que acabo de decir, extranjeros en la Ciudad cosmopolita, la Urbe implacable y vanguardista.
- Pero otra vez me fui en descripciones redundantes e innecesarias. Vaya, veo que ya se terminó el scotch, no se preocupe, el que sigue también va por mi cuenta. Más bien mientras lo disfruta yo voy a la trastienda a arreglar un pedido, si necesita algo puede llamara Mariushka, ella es mi hija menor, algo tímida pero muy servicial. ¡¡¡Pero cuidado me la mira mucho, que es muy bonita, y yo no tolero a los que me la miran en demasía!!! ¡¡¡Ja, ja, ja, de nuevo estoy bromeando!!! No crea que yo soy de esos viejos retrógrados, claro que no! Mariushka, mi tesoro, los ojos de mi vida, por favor estate pendiente del forastero, me lo atiendes bien a don... ¿Como me dijo que se llamaba, mi señor? Bueno, ya vuelvo, está en su casa, o mejor dicho, en mi bar, pero considérelo como su segundo hogar, del que nunca va a querer irse!

El tiempo de Mariushka

- ¿Seguro que no quiere nada mas? Vea que el whiskicito que le está ofreciendo mi padre es de la mejor calidad. ¿Si? ¿Le sirvo otrico? Vale, así está mucho mejor, ¡que bueno!
- Veo que ha estado preguntándole a mi padre acerca de los desaparecidos. Vea, yo no creo en supersticiones, no creo en brujas, no creo en espantos. ¿Sabe que soy una chica moderna? Claro, si hasta voy a la universidad, lo que pasa es que estoy de vacaciones, pero me inscribí en economía el año pasado y hasta me ha ido bien, ¡sí señor!
- Pero bueno, como le venía diciendo, yo no creo en esas cosas, pero este barrio es muy viejo y dicen que los hombres solitarios se pierden desde hace más de un siglo, si, me oyó bien, ¡un siglo! Claro, este barrio existe desde la época de la Colonia. La leyenda dice que estas calles alojan a una familia de vampiros que curiosamente no se nutre de mujeres jóvenes y hermosas sino de hombres solitarios, preferiblemente de lugares alejados, hoy en día debería decirse de barrios alejados, tanto ha crecido esta urbe!
- No, no tengo ni idea que porque se pierden precisamente ellos, no sé por qué esta desviación local de la tradición vampírica generalmente aeptada, pero eso me conviene enormemente, ¿no cree? ¿Que como así que por que? ¡Ay, tiene razón mi padre al decir que es Usted calentano, es que no entiende ni una! A lo que me refiero es, que en el remoto caso de ser cierta esta leyenda, yo no correría peligro, pues soy de aquí y soy una chica muy querida, justo lo que a ellos no les apetece, que suerte la mía, ¡ja, ja, ja!
- Vea, cambiando de tema, no le pare muchas bolas a mi padre, vive con la historia del bar de un rincón olvidado de la ciudad, cuando en realidad este barrio antiguo es un foco turístico permanentemente visitado por su arquitectura, sus museos y claro, por su vida nocturna. Aquí no corre ningún peligro, así que disfrute su velada y que tenga éxito en su investigación.
- No, yo tampoco he visto nunca un supuesto muerto de esos, pero si es cierto que hace 10 meses por aquí estuvo un señor que supuestamente desapareció después.
- No, nunca llegué a hablar con él. No saludo a todos los clientes que vienen a este bar, en realidad soy tímida. Pero no todos los días se ven unos ojos como los suyos por aquí. ¡Ja, ja, ni mas faltaba!
- Sí, otro día podría ser que le aceptara un cafecito.
- Me gusta esa idea, vale, pero ahora tengo que atender otras mesas, pero sí, está bien y mientras tanto tómese otro traguito, que mi padre invitó a la botella entera.
 
El tiempo del viejo

- Tranquilo, no me mire así, no se asuste... Yo solo siento curiosidad por saber a que sabe ese whisky suyo como tan fino...
- ¿En serio? ¿Me invita a un trago? ¡Que amable de su parte!
- Jeremías, Jeremías Cristancho para servirle, pero por aquí me dicen el viejo, no tanto por mis 70 años, como por lo que conozco a toda esta gente desde que era muy joven.
- Si señor, así es, toda mi vida la he pasado en este barrio.
- ¡Ah! ¿Usted también está averiguando por los muertos? Pués déjeme advertirle algo: ¡no se trata de ningún cuento! ¡En realidad ha sucedido!
- No, yo tampoco he visto ningún cadáver, pero he vivido aquí toda la vida, y uno escucha cosas. Le aseguro que esos hombres están bien muertos y ¡sin una gota de sangre! ¿Que por qué lo se si no los he visto?
- Usted si es que realmente no entiende nada, parece calentano, ¡ja, ja, ja!
- Déjeme le cuento, pero primero invíteme a otro traguito, eso sí, ¡así esta mejor! ¡Salud! Mi Dios me lo conserve sanito, usted es muy amable.
- Bueno, ahora si le cuento: la leyenda dice que a mediados del siglo XVII arribó a la antigua aldea colonial, si señor, la misma que hoy en día es esta monumental urbe. Como le decía, a mediados del XVII llegó un vampiro llamado Mayorga. Antes de convertirse en un vampiro era un conde de la corte española. Se dice que había sido un cristiano probo y que detestaba las maneras en que se decía eran tratados los indios y los negros en las Colonias, así que obtuvo una cédula real, le asignaron una encomienda y se vino a comprobar el estado de las cosas con sus propios ojos y juró que cambiaría toda injusticia que encontrara. Pero algo le sucedió en el camino y el personaje que arribó a la encomienda era el ser mas sanguinario que se haya conocido. Solo se le veía de noche y en pocos meses diezmó la población de su encomienda, especimente de indias jóvenes. Luego las cosas se calmaron un poco, pero al señor encomendero Mayorga rara vez se le veía y manejaba todos sus asuntos a través de emisarios. De todas maneras, de vez en cuando se perdía alguna india, pero como es natural, de esos hechos no hay ningún registro escrito. Finalmente tras una sorprendente larga vida, Mayorga falleció en 1709, dejando todos sus bienes, que no eran pocos, a nombre de un sobrino segundo que nadie había visto nunca, pero a cuyo arribo a la encomienda varias semanas después, a todos sorprendió por su asombroso parecido con el tío y por poseer la misma maña de nunca salir de día. A partir de allí surgió la leyenda que Mayorga y su sobrino no eran más que uno mismo, un vampiro para mas señas, que había urdido esta estratagema para borrar sus huellas. Lo curioso del caso es que dicen que al entierro de Mayorga nadie fue y por lo tanto nadie pudo verificar la presencia del muerto en el cajón.
- Veo que no lo estoy aburriendo con esta leyenda tan antigua, pero tan propia de este lugar, pues dicen que cuando la aldea creció y se formó este barrio, en esta misma calle quedaba la antigua hacienda del encomendero Mayorga.
- Sí, por supuesto que sé mas cosas de esta leyenda, pero a palo seco no se puede: déjese ver con otra botellita, mi querido extraño, ¡que esta ya se acabó!
-¡Bien, perfecto! Le aseguro que cuando menos, tendrá usted un tema para un buen cuento, o para un artículo, pues se me antoja, por su manera de preguntar las cosas, que es Usted un periodista.
- Déjeme voy al baño y mientras tanto que vayan trayendo la otra.
- Si señor, descuide, no me voy a ir. Charlar con Usted es delicioso. ¡Ya nos vemos!
  
Otra vez Mariushka

- Hola, veo que estás muy cómodo, deja yo te sirvo el primer traguito de esta nueva botella.
- Si, no hay problema, casi no hay nadie, me puedo sentar un ratico contigo. No, no tranquilo, no me voy a tomar nada, aún no tengo sed.
- ¿Aburrirme? Jamás, me dvierto en este trabajo, ayudo a mi padre y ¿sabes? adoro este barrio. Veo que podrías llegar a adorarlo también, has estado hablando con el viejo.
- Si, definitivamente es muy querido y gracioso, el viejo, conoce a todo el mundo en este barrio, como el dice.
- Exacto, a todo el mundo y desde que era muy joven.
- El, o el mundo? ¡Ay, que chistoso eres! ¡Pues es obvio, gran tontito! De veras que tú si no entiendes es nada de nada, ¡ja,ja,ja!
- Discúlpame, tu sabes que tengo la misma tendencia a bromear de mi padre.
- Por supuesto que he escuchado todas esas historias tontas del viejo, pero ya te dije lo que pienso de ellas. Esan son supercherías, yo soy una chica moderna. Y además te adelanto: esa no es la única historia loca que se sabe el viejo y además le gusta tanto el trago, que te estaría contando historias hasta mañana con tal de estar al lado de la botellita esa tan linda que te acaban de dejar a tu lado.
- ¿Que fui yo la que deje esa botellita ahí? No te lo puedo creer, ¡ja, ja, ja!
- Gracias, tus ojos también son lindos cuando ríes.
- ¿Sabes? Por hoy me gustaría dejar el trabajo e irme a dar una vuelta por ahí contigo.
- Bah, no bromées, además mi padre sí suele ser estricto, sobre todo si es la primera vez que te ve y ya sabes, no confía mucho en los que no son de este barrio, pero podría ser otro día, o quizá mas tarde, ¿quien sabe? ¡Si me sigues mirando así me vas a convencer!
- No señor, velo tan confianzudo, ¡que tal! ....Mentiras, claro que si.
- Rico, muy rico. Nos vemos ahora, voy a ver que quiere la señora del fondo. Chao.
 
Otro tiempo del viejo

- Ah, delicioso,muy rico el trago, muchas gracias. ¿Desea que le siga contando viejas historias?
- Bueno, habíamos quedado en la vez que Mayorga dejó todo a su supuesto sobrino segundo. Había sin embargo alunas cosas contradictorias, que no cuadraban muy bien; pues a este sobrino se le veía ocasionalmente de día en la población, era más bien callado y en general administró muy bien los bienes. Sin embargo los rumores de ser un vampiro continuaban, pues de vez en cuando se seguían perdiendo las indias. Tuvo también una vida larga y según se decía, había tenido un hijo natural con una de las indias, la más bonita de la hacienda. Dicho hijo era muy enfermizo y nunca salía de la casa, pero cuando el segundo Mayorga murió en 1776, el muchacho era un hombre hecho y derecho, igual a su padre. A nadie le extrañó que al hacerse cargo de las encomiendas, mantuviera la costumbre de dejarse ver muy poco y principalmente de noche. Este Mayorga era demasiado discreto y murió supuestamente en 1801 sin dejar descendencia, debido según se decía, a que era tan enfermizo, el pobre. Así que de nuevo llegó de España otro familiar cercano, un primo tercero de apellido Fuenmayor y Mayorga Cardona. Fue el último encomendero. Es sorprendente como la línea de Mayorgas se puede seguir claramente en los documentos oficiales desde su llegada a la colonia hasta las vísperas de la independencia, no así posteriormente. Este Fuenmayor vió los sucesos que se avenían y decidió aliarse con el ejército libertador, traicionando así a los españoles. Por supuesto, tras 1819 una parte de su antigua encomienda y gran parte, si no la totalidad de la antigua fortuna pasó de manos de la corona española, a sus manos personales. Un gran general del ejército patriota recibió una considerable comisión por ayudar a tramitar el ¨traspaso legal de bienes¨.
Después de eso, la línea de los Mayorgas se pierde de los archivos, aunque los bienes siempre son heredados por alguien sin que se presente ningún tipo de reclamación o querella.
- ¿Que que tienen que ver todos estos datos con la historia del vampiro? ¡Ay hombre, usted no entiende! Trato de establecer que hay una línea continua desde el primer Mayorga, por lo menos hasta 1910.
- Por que hasta esa época? Pues esa fecha tiene de especial el hecho que el Mayorga de esa ocasión se casó públicamente, frente a todo el mundo, con amplio registro gráfico y documental y a partir de ahí dejaron de perderse las mujeres, y algún tiempo después empezaron a perderse los hombres.
- Si señor, así como se lo digo. No se volvió a perder ninguna mujer. O casi, bueno, solo se pierde una joven más o menos cada 10 años.

lunes, 24 de octubre de 2011

A veces no tengo nada que decir

A VECES NO TENGO NADA QUE DECIR

                                        

Así que se levantó pensando que sería bueno dedicarle un tiempo a la filosofía, al noble arte de pensar. Decidió que sería grandilocuente poder verter algo de su vasto conocimiento en unas cuantas líneas inspiradas, traer una nueva luz al mundo, ser el faro guía de la próxima generación, desbaratar los paradigmas, establecer un nuevo orden, profetizar la llegada del siguiente hito cultural, retar al establishment y dejarlo tirado en el camino, fatigado, asombrado, sobrecogido ante su portentosa capacidad. Soñando con haber realizado ya su texto definitivo, lo que ni por error el día anterior había pasado por su mente, se sentó en la pequeña silla que tenía atrás, en el patio privado del balcón posterior, en donde solía sentarse a buscar inspiración, a que la musa lo tocara.
Recordó todas aquellas grandes obras que había leído en el pasado, aquellos grandes autores que anteriormente le habían brindado momentos de asombro, gratos instantes de diversión, momentos de locura banal, aventuras en mundos por él no conocidos. Recordó por un instante divertido a Cortázar. Imaginó que estaba en un país nórdico, o en Irlanda, o en Escocia tal vez, donde la leyenda dice que introducen páginas en blanco al azar, en el medio de los libros al momento de imprimirlos. Si el lector desemboca a las tres en punto de la tarde  ante una de las páginas en blanco, inmediata, súbita y definitivamente muere.
Algo no encaja en esta leyenda de miedo. Sería más elegante morir si te encontraras las páginas en blanco a una hora más dramática, por ejemplo a mediodía. Miró el reloj... 10:52. Se rió con desdén. Supercherías de abuelas elegantemente contadas por un hombre genial con la pluma. Y sin embargo recordó que en su adolescencia, ese cuento tan corto, menos de dos párrafos, lo había asustado.




Pensó que se había levantado un poco tarde, dados los excesos de la noche anterior. Vagamente recordaba haber estado dibujando unos bocetos para aquel cortometraje animado que le hubiera prometido a un amigo de infancia, tantas décadas atrás. Habían estado acompañando la excelente cena Thai con vino, después unas cervezas, luego acudieron finalmente a la reunión, había muchos invitados en el estudio de Mitch, gente VIP, gente ampulosa, engreída, pero también ávida de dejarse ver con la crema y nata del circulillo intelectual de ésta tortuosa y compleja Capital...
Más vino, algunos escoceses en las rocas, mucha interlocución, música alta, algo de locura y él, en el centro, explicándole al corrillo de avanzada la razón por la cual la obra gráfica de Hugo Pratt era imprescindible en cualquier casa medianamente culta.
¿Con que persona había abandonado el estudio de Mitch? ¿Quién era esa chica joven de ojos acaramelados? No importaba, al fin y al cabo, al despertar a la madrugada y observar su cuerpo cincuentón, incipientemente desgastado, a ella con seguridad le habría entrado el pánico y habría huido. Lo malo era no recordar los detalles, pues el acto en sí es viejo conocido y ha sido utilizado hasta la saciedad. Pero el detalle... ¡Ah! Ahí es donde se suele encontrar la respuesta a la curiosidad por la diversidad. Ya que no recordaba el detalle y debido a que no activó el sistema de grabación oculto, pues no pensaba que nada extraordinario fuese a resultar de la reunión de Mitch, se maldijo por haber perdido esta única oportunidad de agregar un nuevo punto de comparación al estudio de la construcción de su Teoría Universal del Amor.
En fin, no habría podido eludir la mencionada cita donde Mitch. Era el lanzamiento de la última producción de esos jovencitos irrespetuosos que habían logrado llamar tanto la atención de los medios, durante, tal vez, los últimos tres años. A veces la crema y nata del intelecto debía untarse de Cultura Pop.
Estaba muy cansado. Algo no ajustaba bien aquella mañana-casi-mediodía. Se rascó en la nalga y se asombró ante este gesto tan común y cotidiano, como si fuera la primera vez que lo realizara, como si el hecho de tener nalga pruriginosa le hubiera descendido violentamente al terreno de la carne, la sangre, el nervio, la tripa. Sintió dolor de cabeza y sed.
Se incomodó ante tanto síntoma físico: cansancio, cefalea, prurito, sed, casi como si su cuerpo al enviarle tanta información somática le estuviera interrumpiendo al cerebro su alta misión de pensar. Mientras se dirigía al refrigerador maldijo sus pies cansados, la artrosis de cadera, el guayabo físico y la urgencia de sus intestinos. Satisfacer su fisiología le tomaría mucho menos tiempo que satisfacer su Psique, pero se le antojaba harto arduo y dispendioso tener que bañarse, prepararse comida, ponerse ropa cómoda pero presentable, por si alguien aparecía por su Pent House, tomarse un par de sobres de Sal de Frutas, o tal vez mejor una cerveza bien fría, hidratarse, peinarse, cagar. Y todo eso antes de por fin poderse dedicar a iluminar el mundo con su siguiente artículo. Incluso alguien tan importante como él debía cumplir algunos compromisos, principalmente los laborales. Tenía que escribir la columna del domingo para el Diario Nacional. Justo al pensar en esa obligación sublimó el propósito del deber, al constatar que contaba con una ventana muy conocida, desde donde podría, como se lo había propuesto, dejar ver algo de su grandeza.
Al abrir la puerta y admirar el caos interior del refrigerador, se preguntó por que razón todo lo que escribía terminaba siendo autobiográfico, de alguna manera indefinible, pero por él siempre aprehensible. Incluso cuando redactaba guiones para comerciales, su experiencia vital terminaba metiendo baza. Tanto pensamiento espurio me va a terminar haciendo daño, decidió, mientras sacaba una jarra de naranjada con hielos y la mezclaba con Vodka. No hay mejor remedio para un guayabo pomarroso, se dijo riendo, al recordar los términos particulares en que su padre se refería al Mal de Tragos.
No debería existir riña entre los aspectos prosaicos de la vida y el sublime oficio de escribir, este destornillador me quedó bien preparado. Se lo tomó junto con dos cápsulas de Tylenol. Poco a poco fue adquiriendo la sensación que después de todo, el día no estaba tan roto como lo había intuido inicialmente. Tal vez no obtenga el artículo esclarecedor con el que sueña, pero con seguridad va a poder componer una columna decente, con la cual seguirá sustentando su bien ganada fama de librepensador, original, observador pero crítico y ampliamente culto, vanguardista, con preocupaciones sociales, políticas y culturales, centrado en la realidad nacional sin perder de vista el vasto panorama de la actualidad mundial.
Mientras hacía uso del toilettes se quedó como en el limbo, sin pensar, en un estado etéreo cercano al providencial Nirvana tántrico del que tanto había oído hablar a sus amigos de la vertiente esotérica. Se sacudió como para traer de nuevo su mente a la realidad concreta de la escatología inmediata. Al entrar en la ducha se asombró de ver pequeños puntos luminosos en la periferia de su campo visual. Los puntitos se movían como locos, como con una intención propia no develada y por más que intentaba enfocarlos, no lo lograba. Mientras el agua tibia recorría su piel y la refrescaba, cayó en cuenta que nunca en su vida había tenido experiencias extrasensoriales. Desde su juventud se había dedicado a la investigación, a la cultura, a instruirse, a asistir a cursos, a tomar una posición crítica frente al devenir de los sucesos humanos. Nunca le había brindado la menor atención a sus coetáneos cuando hablaban de percepciones, de premoniciones, de deja-vús, de historias de espantos, de haberse soñado con la muerte de la abuelita justo para llegar a casa y comprobar como el sueño se hacía realidad frente a sus propias narices. No, él nunca tuvo ninguna percepción y para su gusto, todo eso no era más que basura inventada por comadres desocupadas. Por lo tanto, su cerebro práctico decidió que los puntos luminosos no debían ser más que miodesopsias relacionadas con algún bajón transitorio en sus niveles de glucosa.
Por una razón no muy bien definida recordó aquel episodio de su infancia en el que, ante la carrilera que se extendía hacia el norte, pasando solo a tres calles de su casa paterna, Ralph, su amiguito de aquel entonces le había asegurado que si pedía un deseo al momento de pasar el tren, si lo pedía apretando mucho los ojos, ese deseo se concedería. Salió de la ducha intentando olvidar ese recuerdo tan banal y tan pueril. Pero la cara de Ralph volvió una vez más a su memoria: ¡Pide un deseo, pídelo! Le repetía una y otra vez.
Mientras se secaba y elegía un cómodo traje informal con una camisa tipo polo a tonos pasteles, la cara de Ralph seguía como un disco rayado pídelo, pídelo, pídelo, pídelo, como cuando uno va en un transporte público y escucha un retazo de canción popular, ojalá de esas que uno desprecia, y luego se queda todo el día con la melodía estancada en el cerebro, como una mosca dándole vueltas a algún desperdicio especialmente provocativo para ella. Agitó la mano para espantar a la mosca, o la cara de Ralph, o lo que fuera y de nuevo entró en un estado de disgusto e inconformidad con la vida.
Puso las noticias. Alguien había muerto devorado por un cocodrilo. Un hombre joven de la Cámara de los Lores había tenido un accidente automovilístico la noche anterior. Seguía el problema con los rehenes en Bombay. El mundo seguía siendo la misma porquería. Apagó la Tele. Se preguntó que pasaría de verdad si un buen día de estos uno se despierta y encuentra una gigantesca nave espacial flotando sobre su ciudad. ¿Sería esto suficiente para hacer desaparecer la desigualdad? ¿Uniría un suceso de estos de manera definitiva a la Humanidad? Pensó que no sería del todo un mal tema para su artículo, aunque no era precisamente con eso con lo que el soñaba. Deseaba escribir acerca de algo más noble, más alto, más encumbrado. Hoy tenía ganas de sacar a relucir su cultura.
Volvió a la Solana. Así le llamaba él a la silla del patio privado del balcón de atrás de su Pent House. Se sentó a pensar. No se le ocurrió nada.
Tal vez es el guayabo. Es muy raro que no se me ocurra nada.
Por costumbre lo único que tenía que hacer era sentarse frente al ordenador, mirar cualquier foto, imágen o póster de los muchos que colgaban en su oficina, el rincón más desordenado y más privado de toda su vivienda. Con ese solo hecho la inspiración llegaba y se sentaba a escribir a torrentes acerca de lo que fuera. Había vivido mucho y tenía muchas cosas que contar.
A veces no tengo nada que decir.
Convencido que esto no era más que otro efecto del guayabo decidió ir por la cura extrema y de una vez se sirvió un escocés doble en las rocas. No se quiso sentar de nuevo en la Solana sino que se dirigió a la oficina y encendió el ordenador. Releyó sus últimos tres artículos para la columna dominical del Diario Nacional buscando una línea de conexión, un propósito extendido en el tiempo, una senda para ser seguida. Pero tal vez la inspiración había decidido no serle tan fiel durante el último mes, pues aunque todos los artículos le parecieron en general merecedores de la columna, se dedicaba cada uno a un tema diferente y no había un mensaje en profundidad, una máxima escondida, una intención definitiva. O tal vez, lo veía así, por ser hoy el día que era, por los estragos de la reunión de Mitch, por la ausencia del recuerdo de la joven de ojos acaramelados.
Entonces determinó dejarlo así por el momento, tal vez en la tarde escribiría algo. El límite para enviar el artículo por vía Internet al Diario Nacional era a las 7:30 de la noche. Estaba muy cansado aún, el baño no había logrado del todo el propósito de revitalizarlo. Le echó la culpa a los puntos luminosos esquivos y a la cara de Ralph. Entonces recordó el deseo solicitado tantos años atrás, al paso del tren.
Había pedido un perro.
Sonriente, al haber logrado vencer esta pequeña batalla contra el continuo ataque del tiempo, se terminó el escocés doble, sintiéndose mejor, en realidad, mucho mejor. Tal vez era buena idea leer algo para terminar de relajarse. No era el momento para detenerse a pensar si su vida había sido plena, si tanto éxito y reconocimiento realmente lo habían llenado, como lo hubiera llenado en su infancia aquel perro que finalmente su estricto padre le negó. No, no era momento de pensar en pequeñeces. Había que disfrutar el día, el asueto, sacarse el guayabo y el cansancio de encima.
Otro escocés doble en las rocas. La biblioteca. Había un viejo ejemplar heredado de su abuelo. Un libro de Milton. Nunca al intentar leerlo pasó de los primeros capítulos en este volumen particular.
Se sentó en la Solana. Era prácticamente mediodía. De pronto, un frío inmenso se apoderó de su pecho.
Fue un pánico súbito, certero, definitivo.
Al abrir el libro por la mitad, las páginas del centro estaban... completamente en blanco.
Fin.




viernes, 21 de octubre de 2011

NOCTURNO II


Es la noche que me invita. Es de nuevo la sagrada oscuridad, la que te seduce, la que te induce, la que te excita.

Te busco en el medio de la gente sonámbula, la que deambula por las calles mientras se le pasa la vida por delante, la que no se da cuenta que el mundo gira, la que aún cree que es el Sol, el que nos rodea como un tiovivo insaciable e infatigable. No puedo encontrarte allí, pues no puedo prefigurarte como uno más de esos entes anónimos diurnos. Te busco en las caras de los transeúntes, en sus miradas perdidas, en sus afanes cotidianos, en sus angustias del momento, en sus deseos escondidos, en sus tristezas de antaño y en sus mezquinas esperanzas.

Pero no puedo encontrarte allí, pues no puedo prefigurarte en forma diferente de la luz, del ritmo, de la risa, del goce pleno de la música y la vida. Y en esas personas el ritmo se ha desacompasado, la risa se ha extinguido, la luz se ha eclipsado, el goce perdido y la música apagado.

Te busco en el medio de los anuncios de los almacenes, de las propagandas en la radio, de las novelas de la Tele, en las vallas de la Autopista, en los clasificados del periódico, en los disonantes gritos de los payasos del centro que ofrecen corrientazo a 3 500, en los graffitis callejeros, en los mensajes en mi celu, en el beeper trasnochado, en el llamado imponente de la selva de cemento.

Pero allí ya no te encuentro, pues tu mensaje no se vende, no se anuncia, no se enciende, no es perceptible en los neones de ese centro, que de tanto ofrecerse, se quedó sin alma y sin simiente.

Te busco en los afanes del trabajo, en los problemas de mi vida, en la ruta hacia mi casa, en los momentos de oficina, en los colegas de la causa, en los informes por montones, en los reportes de misiones, en los comités sin conclusiones y al final de las reuniones.

Pero allí tampoco estás, pues tu causa es mas sublime, tus afanes ya no existen, tu misión ya esta cumplida. Y es que no puedo prefigurarte como alguien más en la rutina, como parte de un trabajo, que al final lleva  a la ruina.

Te busco en los días de lo normal, cuando la claridad no es mas que bruma sin melodía, en lo sucio de lo cotidiano, en  lo insustancial de la rutina, pero se que allí ya no te encuentro, pues tu Luz es aún mi guía, y me lleva mucho mas lejos de lo que la sociedad aprobaría.

Así que recorro la Ciudad, sus calles y avenidas, convencido que lo nuestro superará mis mas locas fantasías.

Y por eso no te encuentro, jamás durante el día, pues la realidad cuadriculada no deja espacio a la alegría. Y te busco en todos lados hasta rayar en la locura, hasta desafiar todos los límites de la razón y la cordura.

A veces me dejo llevar por este discurso loco, por estas ganas vanas de haber podido compartirlo todo contigo.

No puedo evitarlo…

Simplemente me dejo llevar…

A veces me pregunto como hubiera sido vivir contigo.

A veces me pregunto que hubiera sucedido si tan solo te hubiera conocido un par de años antes. Hubiera sido capaz de alterar a la desgracia? Hubiera sido capaz de cambiar nuestros destinos? Hubiera la determinación de este sentimiento ser capaz de burlar el trágico sino que sobre ti se cernía? Preguntas vanas estas, pues la realidad es otra y por mas que mis deseos me derrumben con su fuerza, ya no existe la manera de traerte de regreso y compartirlo todo contigo. Con seguridad no hubiera habido la menor posibilidad que siquiera consideraras haber cometido un error conmigo. Yo hubiera sido feliz contigo y te hubiera amado hasta el último de mis días.

Pero te fuiste sin lógica, sin medida, sin espera, sin aviso, de manera tan definitiva y total, desocupaste al mundo en un solo suspiro y vaciaste sin lugar a dudas hasta la más mínima posibilidad de seguir existiendo junto a ti.

Soñaba compartir contigo mi alegría,… mas solo era soñar despierto y dormir despierto durante el día no es más que una pérdida de tiempo y de energía. El sentido de mis días se esfumó, el rumbo de mi vida se perdió, el aire se hizo denso, irrespirable, inaceptable, inaguantable, invivible, insoportable, el destino inamovible e irrefrenable me venció sin la menor dilación, sin el menor suspiro, sin la menor tregua.

Por eso amo la noche. En ella descubrí que la lógica no existe. En ella encontré el rumbo perdido de mi vida hueca. Me di cuenta que no todo estaba perdido, que no todo era en balde, que aún había un sitio libre de la tiranía absoluta y el yugo todopoderoso de la mecánica cuántica y de la física newtoniana.

Encontré que efectivamente soñar despierto había sido una pérdida de tiempo. Me di cuenta que buscarte en todos los sitios en que lo hice no me ofreció otra cosa que torturarme. Me enteré que en realidad nunca había perdido lo esencial de ti. Nunca deje de creer en tu ser, en tu amor, así el mundo no nos hubiera dado el tiempo requerido; por eso nunca me abandonaste de verdad. Era simplemente la ansiedad de palparte, la ausencia de lo físico, la imperiosa necesidad de los sentidos, que si no ven, no huelen, no escuchan, no prueban , no palpan, simplemente no creen, la que me cegó, me ensordeció, me enmudeció y me insensibilizó.

Y una noche te encontré. Viniste a mi, tan real y tangible como cuando estabas con nosotros. Una noche turbulenta. Desde tu partida los días eran insulsos, insustanciales, etéreos y las noches turbias, pesadas, espesas, impenetrables. Atravesarlas era todo un suplicio.

Y cuando llegué a pensar en lo peor, entonces te vi. Y viniste a mí. Antes no estabas y al siguiente instante nunca te habías ido. No hubo necesidad de palabras. El amor lo llenó todo con su esencia. Ya no nos faltó el tiempo nunca más.

Aprendí a resignarme a tenerte solo en la noche, solo cuando la oscuridad desvanece al falso mundo normal y me trae la anhelada realidad.

Por eso amo la noche.
Cuando puntual, eficaz y cabalmente, llega al final de cada día.

Cuando de nuevo cierro los ojos y puedo tranquilamente,
Volver a soñar contigo.

jueves, 20 de octubre de 2011

Dr. Jekyll & Mr. Hyde (Hipertragedia en dos actos)

Dr Jekyll & Mr. Hyde

(Hipertragedia en dos actos)

Primer acto

El Dr. Fernández era un hombrecillo gris, nervioso, tembloroso. Era como una especie de ratoncito mojado, de esos que uno se encuentra en una esquina, muerto del susto, mirándolo a uno, con esos ojos grandotes, lagrimosos, suplicantes, esperando que uno voltée a mirar a otro lado y les perdone la vida para dejar que salgan corriendo a la siguiente alcantarilla, o por el contrario que les termine la mísera existencia con un único e impulsivo acto de violencia súbita con la extemidad inferior avanzada contra el propio cuerpo.

El Dr. Fernández llega todos los días a las 6+30 a su consultorio, se retira su gabán, gris, todo gris como él mismo, frunce la naricita rosada y chiquita, tiembla todo rapidito y afectado y se dirige a la esquina de la greca, a prepararse un tinto.

Tras el tinto se sienta en su escritorio, enciende su ordenador y registra las citas del día.

El Dr. Fernández es Médico Familiar. En las mañanas atiende su consulta particular, en un consultorio anacrónico, viejo, viejo, viejo, como de los años cincuentas, oxidado, podrido, viejo, feo. La gente sin embargo, va hasta allá, a un edificio que era como Art Decó, como lo último en la moda de hace medio siglo, pero que hoy en día queda en medio de un barrio donde de día venden cucos amarillos y de noche sustancias de cualquier color y con cualquier efecto.

Pero la gente va hasta allá porque aprecia al Dr. Fernández. Porque es bien buena gente, porque sus diagnósticos son bien acertados, porque sus tratamientos funcionan y sobre todo, porque es bien, bien, bien baratero.

El Dr. Fernández se mira al espejo. Su calva cincuen- que vá, casi sesentona, ese bigotico afectado, mojadito, tan nervioso como todo el resto de él, esos ojitos chiquitos y medio bizcoretos, esos lentes gruesos en un marco ridículamente pasado de moda.

El Dr. Fernández nunca se casó. Nunca tuvo el valor de acercarse a las mujeres que le atraían. Y las que lo miraban eran muy poco para él. Pero eso a él no lo trasnocha. El no se deja convulsionar por eso. El no se deja sacar de órbita por un detalle tan trivial como la vida en pareja.

Al Dr. Fernández nada lo desvía de su rutina establecida, de su perfección inédita, de su mundo ideal.

Nada, excepto la tarde de los jueves.

En las tardes de los jueves, la naturaleza exhuberante escondida en cada uno de nosotros, se manifiesta súbitamente desde el interior del Dr. Fernández, como un volcán salvaje a punto de estallar.

Cada día el Dr. Fernández atiende a una treintena de personas que le cuentan sus quejas, le exponen sus problemas, le dicen sus cuitas. El Dr. Fernández los escucha pacientemente. En la inmensa mayoría de las veces la causa no se encuentra en un daño físico del cuerpo de los pacientes, sino en su vida.
Aunque esto lo desagrada profundamente, el Dr. Fernández no cambia la expresión de su rostro, siempre les da largos consejos, siempre les hace psicoterapia, siempre está allí para cuando lo necesiten.

Después del mediodía el Dr. Fernández se va al restaurante de la esquina, pide un corrientazo de $5500 y va trozando la carne en pequeños pedacitos de manera metódica, como cuando trabajaba en el anfiteatro de anatomía, para luego degustarlos como si quisiera sentir el sabor de cada molécula componente del pobre guisado que consume de manera prepaga para aplacar la necesidad proteínica de la la diaria existencia.

Menos los jueves.

En las tardes de los jueves la naturaleza exhuberante del hambre prehistórica le exige al Dr. Fernández no almorzar y guardar sus apetitos para actividades más demandantes.

En las tardes de los jueves el Dr. Fernández se dirige a su apartamento en un histórico edificio del centro de la ciudad que data de los años cincuentas y que curiosamente ha sobrevivido a casi seis décadas de cambios. En los pisos superiores todavía vive gente que tiene trabajos normales y vidas lo mas normales posibles, tratándose del centro de la ciudad.

Se quita su traje formal, se retira las gruesas gafas y se pasa la mano sobre la calva prematura, frente al espejo. Se coloca un gorrito de equipo de baseball anacrónico y gastado. Se pone un pulóver naranja, unos jeans y unas zapatillas. Se guarda una gran cantidad de dinero en el bolsillo y se dirige, no muy lejos de allí, a un conocido lugar.

Interludio

Mariana se levanta y suspira. Mira al techo del sitio donde malduerme. Roto, sucio. Como rota y sucia siente ella su vida.
Quería ser cantante.
Su nombre artístico iba a ser Jude Jenny. Quería un grupo de músicos que se llamara The Bachelors.
Había estudiado en un pueblecito lejos, lejos, en la mitad de los llanos. Pero tenía un vecino que había escapado de la ciudad buscando un sueño hippie perdido en los meandros de los ochentas. El tipo vivía con una mulata y tenía tres muchachitas, una de las cuales había sido amiga de Mariana. Así fue que ella, viviendo tan lejos, conoció la música gringa.
Pedro (el hippie) le enseñó a tocar guitarra y le enseñó a hablar inglés con muy buen acento.
Cuando tuvo edad y valor, Mariana trazó un plan: empezó a trabajar en unas minas cercanas a su pueblo, haciendo de todo, desde minera hasta secretaria. Ahorró dinero y nunca, nunca, nunca, le hizo caso a los muchachos del pueblo. Quería salir.
Un día hizo su maleta, empacó la guitarra que Pedro le había regalado (una cosa mala, viejita, de madera) que lo era todo para ella. Su cariño estaba en las cuerdas de esa guitarrita.
Un buen día lo hizo de un solo golpe. Se fué. Tenía 17 años.
Su sueño iniciaba en la gran Ciudad. Empezaría cantando en los buses. Alguien se conmovería con la dulzura de su voz y sería "descubierta" por un gran productor. Luego llegaría la fama.
Lo que Mariana no sabía era que la gran Ciudad era fría, idifenrente y ruel.. Supremamente cruel.
Su sueño no incluía la angustia del hambre, del frío, de no encontrar donde vivir. Su sueño no incluía ser forzada a consumir drogas y trabajar con su cuerpo. El contacto que le habían recomendado para cuando llegara a la Ciudad era jefe de una red de trata de personas. Le dijo que el y sus socios, de adelante serían sus "jefes" y que por lo tanto, debían probar primero como era que les había salido la nueva "mercancía".
Como en una película Clase B, todos los males le cayeron a Mariana. Tragedia tras tragedia. la juventud se fue rápidamente de su rostro, la esperanza de triunfar dejó de brilar en sus ojos.
Como en una pésima pesadilla, sus "jefes" le habían dado el nombre de trabajo de "Jennifer" para ser usado con los clientes que frecuentaban las interminables noches del burdel.
En este triste mundo, gris, roto y vacío, Mariana había encontrado un tenue consuelo. En el burdel de mala muerte del centro, donde tenía que venderse para que sus "jefes" le dieran, techo, coca y algo de pan, para que no muriera de física hambre, ocasionalmente tenía un pequeño consuelo. Los jueves en la tarde un extraño hombrecillo, algo mayor, le pagaba para estar con ella. Pero no la tocaba. Solo le decía que descansara mientras el hablaba con ella y le contaba alguna historia. Ese hombre iba todos los jueves al burdel, pero solo la había llamado a ella unas cinco ocasiones. Las demás mujeres decían que cuando se las llevaba, se portaba como un macho desenfrenado.
Pero a Mariana nunca la había tocado.
Algo le decía a ella que de alguna manera, era especial para ese hombrecillo, que parecía un ratón asustado. Tal vez, si ella era lo suficcientemente astuta, lograría que el la sacara de ese infierno.
Y ella sentía la premura de hacerlo rápidamente.
Porque hoy era jueves.

El resto del Interludio

En las tardes de los jueves la exhuberante naturaleza escondida muy en el fondo del ser del Dr. Fernández sale a flote. Le exige no almorzar y guardar sus apetitos para otro tipo de hambres. Siempre ingresa a ese conocido local del centro, no muy lejos de su vivienda, con una gran cantidad de dinero en su chaqueta y da rienda suelta a sus necesidades. Se toma dos o tres botellas de Whisky. El siempre solicita 12 años, pro en realidad nunca ha sabido si lo que le sirven tiene todo ese abolengo, pero lo cierto es que después del tercer trago ese ser oculto sale a flote.
Grita.
Canta.
Baila.
Se convierte en el ser más louaz y extrovertido.
Narra anécdotas, cuenta chistes.
Hasta terminar la primera botella.
Después solicita los servicios especiales del local.
Siempre se va con una, a veces dos de las chicas del local y pasa el resto de la tarde y parte de la noche. Una y media o dos botellas más, hasta saciar todos sus instintos.
Pero desde hace algunos meses ya no lo disfruta tanto. Ha aparecido una tal Jude, Jane, Jenny, el Dr. Fernández no lo recuerda muy bien, que hace que Fernández salga luchando en el medio del Hyde fiestero de los jueves vespertinos.
A veces se la ha llevado. No ha sido capaz de saciarse en ella.
Charlan.
Ella le ha contado su vida. Sus sueños frustrados. Sus esperanzas perdidas.
El ha visto sus alas rotas. Hyde se esconde y Fernández la mira con sus ojitos de ratón asustado.

Así que Hyde lucha por gozar, pero ya Fernández no lo deja.
Una lucha se ha iniciado en su interior, porque Fernández Se ha enamorado y no deja que Hyde goce con June, Jude, Ginny, como se llame.

Y Hyde se muere por saciarse de ella.

Y la lucha interior se incrementa.

Porque hoy es jueves en la tarde. Fernández ve la entrada del local y Hyde se prepara para salir.

Segundo acto


Mariana (aka Jude Jenny, aka Jennifer) ve entrar al hombrecito mayor con cara de ratón asustado. Ella no sabe que bajo la apacible superficie del Dr. Fernández, el día de hoy Hyde está dispuesto a no dejarse doblegar.

Fernández se ha enamorado de esta chica delgada y hermosa, con esos ojos gigantes. No ha sido al estilo de Hyde, ha sido Fernández el que inicialmente sintió compasión de esta niña, empezó a pagarle para que descansara, luego se puso a hablar con ella. Descubrió que esta nena de burdel era sorprendentemente madura y estaba inusitadamente instruida para provenir del fondo de... ¿De donde era que ella venía? Bueno, no importa, era sorprendemente culta para su condición.

En vez de entregarse inmediatamente a la pasión desenfrenada de Hyde, Fernández fue cocinándose lentamente en una salmuera intelectual en la que mezclaba la sorprendente cultura de la niña y sus propios deseos y pulsiones internas. En algún lado intuía que esa niña también sentía algo por el, o de pronto quería aprovechar su estado, claramente estable, con algún fin que el no podía entrever. En todo caso, Fernández ha llegado este jueves al local tan suficientemente cocinado, que lo único que desea es encontrarse con Judy, Genny, Jenna, como se llame, para proponerle que se vaya a su casa esta misma noche. Conocedor crónico del modus operandi del local adonde cada jueves de los últimos años, décadas tal vez, siglos no se sabe, ha dejado andar a Hyde a sus anchas, Fernández ha urdido un plan para poderse sonsacar a esta niña. Fernández sueña con lograr una especie de remanso de paz, algo parecido a un hogar, para poder huir de la rutina que aborrece a diario y no cada jueves.

Solo que Hyde no está tan dispuesto a abandonar su lugar en el mundo tan fácilmente.

Hyde está dispuesto a procurarse gran desenfreno y placer esta tarde, precisamente con Jane, Gerta, Yined, como se llame, justo para disuadir a Fernández. Hyde no puede creer que Fernández sea tan idiota como para no percatarse que ella solo quiere aprovecharse de el.

Hyde ha sido feliz. Vive sin preocupaciones, una sola vez a la semana, sin importarle el mundo que vive allende las puertas del localucho del centro que Fernández escogió tanto tiempo atrás.

Fernández ingresa al local. Fernández mira a Mariana a los ojos. Hyde se saborea desnudando a Jude Jenny en su mente. Hyde está preparado para cualquier eventualidad. Así tenga que obligar a Fernández y Jerty, como sea que se llame. ha hecho que Fernández lleve en el bolsillo aquel viejo revólver que compró para defenderse y que nunca ha usado, es un inepto, este Fernández!

Mariana (aka Jude Jenny, aka Jennifer) no logra notar el debate interno tras los ojitos de ratón asustado. Dirige al Dr. Fernández una amplia sonrisa. No deja sin embargo de sentir cierta angustia en el epigastrio, una palpitación tal vez, o un bajonazo en los niveles de droga. "El Jefe" Se aproxima desde el lado de Fernández, algo más rápido que el y le hace señas a Jude Jenny: Necesita dosificarla y probar que la mercancía sigue siendo realmente útil. Ha decidido que hoy debe probar unas dos o tres chicas, Mariana entre ellas.

Fernández intenta decir que es su día especial y que esta es su chica especial.

"El Jefe" solo puede ver los ojitos de ratón asustado. Le vale que este cliente siempre gaste a raudales todas las tardes de los jueves. El viene por lo suyo y es uno de los duros, de los dueños. Es precisamente "El Jefe".

"El Jefe" nunca tuvo tiempo de volver a ver esos ojitos de ratón asustado. Solo alcanzó a sentir el alma saliéndosele por un agujero increíble espontáneamente formado en su espalda. Tal vez alcanzó a escuchar el fuerte estampido detrás de él y de pronto logro percibir el aroma incipiente de la pólvora.

Hyde no se iba a dejar quitar a Gineth, Jessie, como se llame.

Fernández no alcanzó a salir a la superficie a través de los ojos de ratón asustado. La reacción de los guardaespaldas de "El Jefe" no fue tan veloz como para salvar a su patrón, pero si fue lo suficiente como para dejar la mirada de Hyde a mitad del camino, salvaje, indómita, perdida para siempre entre el pecho de Mariana.

Jennifer se quedó quieta, temblando. No pudo llorar por Fernández. Ni siquiera pudo llorar por la guitarra rota de Mariana ni por los sueños eternamente desaparecidos de Jude Jenny.

Juan ya no ríe

JUAN YA NO RÍE



El hombre abrió los ojos. La niebla matutina se confundía con la atmósfera espesa del sueño recién abandonado. ¿Que era lo que había estado soñando? No lo lograba recordar con certeza. Tal vez hubiera perdido el sueño recapitulando los últimos acontecimientos del día anterior, tal vez hubiera tenido uno de aquellos luminosos sueños del pasado, en los que de nuevo era niño y aún no había perdido la capacidad de reir. Añoraba la risa, el recuerdo de ella le era doloroso. Pues desde hacía trece años, dos meses, tres semanas, cinco días y siete horas había perdido por completo el goce de reir.

Sacudió la cabeza tanto para liberarse del sueño residual, como de los malos recuerdos. Ambos insistían en adherirse a su ser como parásitos, dispuestos a luchar antes de ser desalojados. Juan movió de nuevo la cabeza y esta vez, mas confiado, se levantó y se dirigió al baño. Cualquier otro hubiera sonreido tras vencer el sueño. Este gesto, tan común, tan cotidiano, tan banal, tan frecuente, tan humano, no afloró a su rostro. Solo que ahora estaba despierto y no se cuestionó por qué ya no reía. Es mas, olvidó que había soñado que era de nuevo niño y estaba muriéndose de la risa, a carcajadas, porque un globo brillante flotaba amarrado de su muñeca contra el cielo azul, azul, recuerdo recurrente de su infancia feliz, irremediablemente perdida en los meandros del pasado. Hacía miles de días que se repetía la rutina: despertaba antes de saber que estaba despierto, antes de comprobar si estaba vivo, espantaba los recuerdos de la risa y se iba para el baño, siempre serio, siempre solo. Esta vez al pasar frente al espejo tampoco volteó a mirar su reflejo.

Así pues que salió a la calle. Era un día gris, en una ciudad gris, en un mundo gris, en un época gris sin nada diferente que ofrecer. No había oleadas de poetas, o pintores, o artistas, no había grandes revoluciones, depresiones, guerras, descubrimientos o epidemias. Ni siquiera el avance tecnológico parecía sacar al Universo del mutismo permanente de la gente. Juan salió a la calle y nadie lo miraba. La gente se cruza con el sin levantar siquiera la vista. Caras procupadas, afanadas, errabundas, Caras perdidas, angustiadas, ensimismadas, pensativas, indiferentes. Cada cual parece encerrado en su propio mundo. Juan pensó que tal vez podía ser la carga absurda que este tiempo ha colgado sobre los hombros de cada cual. Un grupo de niños cruza veloz la calle en busca de su transporte escolar. Los niños tampoco ríen, o por lo menos, Juan no los ve reir. Si tan solo el lejano eco de una risa, cristalina y pura, hubiera roto la pesada carga de la monotonía, tal vez Juan hubiera podido distinguir matices de tonos diferentes al omnioresente claroscuro grisáceo de la devastadora rutina automatizada por la fuerza de repetir cada día lo mismo, los mismos lugares, las mismas rutas, las mismas personas, las mismas circunstancias. Tal vez Juan se hubiera preguntado por que desde hace trece años, dos meses, tres semanas, cinco días y ocho horas ya no ríe. Pero el eco de la risa no llega. Como tantos miles de días antes, Juan se ha sentado en el mismo sitio del paradero a esperar su transporte. Un señor de edad casi se le sienta encima, sin mirarlo. Juan se levanta en el último instante mirando al hombre con expresión fúrica. Por un instante ese sentimiento - la furia repentina - cruza su rostro, pero se ha desvanecido en el acto. El transporte llegó, el viejo se levantó del asiento ultramoderno minimalista frío y bruñido del paradero y se sube al bus pasando por encima de Juan, sin mirarlo. Juan sube detrás y como siempre, el conductor no lo volteó a mirar. Esta vez una mujer ocupa el puesto de Juan, al fondo, al rincón. Esto si es algo digno de recordar. Tal vez hoy suceda algo que haga sonreir a Juan.

Fué por ese motivo -ver una mujer extraña ocpupando su puesto habitual, al fondo al rincón- que Juan sintió algo diferente. La mujer lo miró a los ojos, pero fué como si no lo viera, o como si hubiera mirado a través de él. Juan se sienta y mira absorto por la ventana. La ciudad desfila ante sus ojos y por primera vez en estos trece años, dos meses, tres semanas, cinco días y nueve horas, se siente leve, etéreo, intangible. Entonces a lo lejos vió el destello fugaz de unos rizos cobrizos claros y recordó a Maya. Se sobresaltó con este recuerdo, pues de inmediato recordó la risa, aunque no pudo evocar el sonido de su propia risa ni pudo evocar la calidez reconfortante que se siente al reir. Tampoco pudo evocar las circunstancias y el momento que esto sucedió, pero el recuerdo de Maya y de la risa olvidada van de la mano. Pues resulta que la última vez que Juan río, Maya estaba a su lado.

A partir de allí los recuerdos inundaron a Juan de una manera despiadada, cruel, abrupta, inclemente. Juan no puede creer como pudo olvidar a Maya. Tampoco puede creer como dos hechos fortuitos (la mujer ocupando su puesto habitual al fondo, al rincón y una cabellera cobriza clara, rizada) hayan despertado de pronto esta cascada impetuosa en su interior. De repente ha recordado todo lo que tiene que ver con Maya. La conoció a través de un amigo, es mas, el amigo era el novio original de Maya y Juan se metió donde no debía. El amor fue intenso y súbito, sin condiciones, sin tiempo, sin barreras, solo con el lenguaje de sus cuerpos. Juan quería vivir con Maya, sobre Maya, bajo Maya, dentro de Maya. Juan quería tener hijos con Maya, crecer con Maya, envejecer con Maya, nunca morir si no fuera con Maya, por Maya y para Maya. Juan ve los ojos de Maya, la nariz y la boca de Maya, siente la tibieza le la piel de Maya y el perfume sublime de sus cabellos húmedos enredados entre sus dedos en una tarde lluviosa de un lejano abril. Juan puede recordar el aliento de Maya y el tono de su voz cuando le asegura que jamàs lo va a dejar. Mil detalles del cuerpo de Maya, ese lunar escondido, la primera arruga fina y casi imperceptible debajo de sus ojos a causa de su risa permanente, y la risa, la risa de Maya, Juan ha podido recordar la risa de Maya... Pero aún así, no ha podido reír por si mismo. Juan ya no ríe.
Y de pronto se pone frenético, excitado, hiperactivo. Esa cabellera cuyo destello a lo lejos casi pudo vislumbrar, reconocer, aprehender, debe ser Maya, es ella y Juan aquí dentro de este estúpido bus que no para y Juan timbra pero el chofer no lo oye y el bus sigue y sigue hasta que la mujer del último puesto, al fondo, al rincón, se levanta y timbra y el bus para y la puerta se abre y ella se baja y Juan como loco en pos de ese minúsculo destello que ya no distingue.

El bus había realizado un gran recorrido al momento de parar. Se encontraba en una zona céntrica de la ciudad. Juan se baja del bus en pos del destello cobrizo claro, rizado, que prácticamente ya no distingue y sale corriendo detrás. Puede sentir la opresión en el pecho mientras trata de abrirse paso entre la multitud. La masa que se desplaza en las calles del centro es una cosa amorfa, compacta, anónima, que se mueve caóticamente, sin aparente propósito, sin sentido claro, o tal vez sí, por supuesto, quiere impedir que Juan alcance aquel destello cobrizo claro, rizado. Y la masa se arremolina alrededor de Juan, contra Juan, frente a Juan. La masa informe es gris, hecha de gente aún mas gris, con trajes y maletas grises y con paraguas negros. Aunque le estorban, aunque no lo dejan avanzar, estos entes no lo miran, nadie lo determina, nadie se fija en él. Juan sigue buscando ese destello lejano cobrizo claro, rizado y lo busca y se desespera y mientras se desespera el recuerdo de Maya se hace omnipresente y lo mira sonriente y Juan mira a la gente y siente que no està respirando, pues nadie ríe y Juan poco a poco empieza a comprender como Maya se llevó su risa hace trece años, dos meses, tres semanas, cinco días y diez horas. En este momento Juan se da cuenta que solo encontrando si en verdad este destello lejano pertenece a Maya - es Maya, tiene que ser ella - podrà desvelar la niebla que se adhiere a su memoria como un paràsito, dispuesta a luchar antes de dejarse desalojar.

Juan ha logrado abrirse paso a través de la masa a través de la gente, contra la corriente y contra la voluntad de la masa. Ahora distingue claramente a lo lejos el destello de una cabellera cobriza clara, rizada y alcanza a vislumbrar cuando su dueña - indudablemente una mujer madura - ingresa en una cafetería de la esquina. Juan no logra diferenciar los detalles del rostro de la mujer, sin embargo la presión en su pecho aumenta. No son palpitaciones, no es el loco batir del corazón queriendo desbocarse por fuera de la prisión de las costillas, es mas bien un peso frío y sordo que se propaga del centro hacia afuera y que lo paraliza. Pero no hay duda, las borrosas y lejanas facciones del rostro de la mujer mueven algo muy profundo dentro de Juan. Es Maya. Juan se acerca lentamente, lleno de turbias premoniciones, de temores siniestros, funestos, dudas oscuras, inciertas, improbables, fatuas. Horas después, solo, completamente solo en su oficina, Juan evoca como se va acercando lentamente a la vitrina del café de la esquina y como en un efecto de lay off, lentamente progresivo, casi detenido al final, evoca como se asoma y efectivamente concreta sus dudas,confirma sus sospechas, resarce sus celos. Un hombre absolutamente desconocido se sienta frente a Maya y la mira completamente transportado y embelesado.

Juan mira a su alrededor y por primera vez se fija en su oficina. La mira con extrañeza, como si fuera la primera vez que entrara en ella. Juan observa su oficina, cerrada por dentro y advierte un cierto aire de abandono, de suciedad, como si de un aire rancio o estancado se tratara. La pila de papeles por hacerse, a los que Juan les echa una ojeada de nuevo sin prestarles la más mínima atención. Mira a través de la ventana y lo único que puede distinguir es esa humanidad angustiada que se desplaza en forma de masa, ese continuo de individuos que nunca son los mismos, aunque la masa nunca cambia. Uno podría sentarse en esa ventana día tras día por horas enteras sin llegar a ver una sola persona repetirse. Siempre son otros, siempre son diferentes, pero el conjunto no cambia. Y nadie ríe. Y Juan ya no ríe, pero el recuerdo de Maya ha vuelto. Juan piensa en ese hombre que tomaba la mano de Maya en la cafetería y algo en los ojos de ella le hizo saber que Maya ya no piensa en Juan. Tal vez lo olvidó, tal vez ya no lo ama. Tal vez simplemente lleva trece años, dos meses, tres semanas, cinco días y doce horas sin saber nada de Juan. En todo caso Juan no ha dejado de sentir ese frío en el pecho, ese que empezó a sentir cuando de acercó a la vitrina de la cafetería. Al evocar la mirada del hombre el frío se transforma en candela, Juan recuerda como Maya río cuando ese desconocido le tomó la mano. Juan se fija de nuevo en ese momento. Maya ríe. Al precisar este hecho un fogonazo de luz se enciende dentro de la cabeza de Juan. La memoria ha vuelto toda, precisa, contundente, exacta. Juan cae fulminado hacia atràs mientras los recuerdos lo inundan aceleradamente, esta vez completos, sin dudas, sin neblinas.

Trece años, dos meses, tres semanas, cinco días y trece horas atrás, Juan sí reía. Reía como loco. Ese día había ido a cenar con Maya. Todo iba saliendo de acuerdo como el lo había planeado: el restaurante, la cena, el mâitre cómplice, el anillo escondido, la serenata, la pregunta llena de futuro y la respuesta armoniosamente correcta. Salen de la costosa zona reservada para los ejecutivos exitosos y se dirigen a la discoteca de moda en el sector. Juan lleva a Maya de la cintura y ambos sonrien, sonrien por la vida, sonrien por el futuro, sonrien porque estàn juntos y se aman. Antes del encuentro Juan había tenido un día normal, era un viernes. En la mañana se despertó, se bañó y se fué a la oficina. Decidió tomar el cómodo sistema de buses y tranvías de la ciudad. El camino hacia el centro había sido cómodo y placentero. En la oficina no pudo hacer mayor cosa, no era capaz de concentrarse, quería que llegara la noche. Sus amigos se burlaron de él toda la tarde y trataron en broma de disuadirlo de cometer la peor tontería de su vida. Y finalmente aquí va él por la exclusiva zona peatonal con Maya a su lado, con su vida y su futuro caminando junto a él con su cabellera cobriza clara, rizada y sus ojos expresivos. Todo sucede demasiado ràpido, aunque en la memoria de Juan todo se ve en excesiva càmara lenta, cada detalle se devela ahora en un estilo hiperrealista. El hombre que salta de las sombras, otro que sujeta a Maya y otro que les amenaza con un arma. Juan intenta interponerse y se lleva la mano al bolsillo interno de la chaqueta para ofrecer el dinero que lleva, eso siempre se puede recuperar, de acuerdo con la doctrina que tantos años atrás le enseñó su padre. Y entonces sintió el frío inmediato en el pecho. Luego, oscuridad. Y Juan despierta en su casa sin recordar nada, aunque ha tenido sueños agitados. Se sacude la niebla del sueño que se adhiere a él como un parásito, dispuesto a luchar antes de dejarse desalojar y se dirige al baño. Pasa frente al espejo sin mirarlo y luego sale a la calle a tomar el transporte para ir a la oficina y en todo este tiempo Juan ya no ríe. Y ha olvidado a Maya. Así han transcurrido los últimos trece años, dos meses, tres semanas, cinco días y catorce horas. Ahora Juan sabe que si al despertar el primer día se hubiera tomado la molestia de voltearse a mirar al espejo, no habría encontrado su reflejo. Pero debía encontrar a Maya, debía ser capaz de recordarla, debía saber que no le había pasado nada físico y debía saber que ella había podido seguir adelante. Pero hasta hoy ella nunca se cruzó en su rutina fija e inquebrantable de repetir aquel viernes lejano. Ahora Juan está listo. Sabe que algún día (en otra vida, en otro mundo, en otra era) volverà a reir.