A VECES NO TENGO NADA QUE DECIR
Así que se levantó pensando que sería bueno dedicarle un tiempo a la filosofía, al noble arte de pensar. Decidió que sería grandilocuente poder verter algo de su vasto conocimiento en unas cuantas líneas inspiradas, traer una nueva luz al mundo, ser el faro guía de la próxima generación, desbaratar los paradigmas, establecer un nuevo orden, profetizar la llegada del siguiente hito cultural, retar al establishment y dejarlo tirado en el camino, fatigado, asombrado, sobrecogido ante su portentosa capacidad. Soñando con haber realizado ya su texto definitivo, lo que ni por error el día anterior había pasado por su mente, se sentó en la pequeña silla que tenía atrás, en el patio privado del balcón posterior, en donde solía sentarse a buscar inspiración, a que la musa lo tocara.
Recordó todas aquellas grandes obras que había leído en el pasado, aquellos grandes autores que anteriormente le habían brindado momentos de asombro, gratos instantes de diversión, momentos de locura banal, aventuras en mundos por él no conocidos. Recordó por un instante divertido a Cortázar. Imaginó que estaba en un país nórdico, o en Irlanda, o en Escocia tal vez, donde la leyenda dice que introducen páginas en blanco al azar, en el medio de los libros al momento de imprimirlos. Si el lector desemboca a las tres en punto de la tarde ante una de las páginas en blanco, inmediata, súbita y definitivamente muere.
Algo no encaja en esta leyenda de miedo. Sería más elegante morir si te encontraras las páginas en blanco a una hora más dramática, por ejemplo a mediodía. Miró el reloj... 10:52. Se rió con desdén. Supercherías de abuelas elegantemente contadas por un hombre genial con la pluma. Y sin embargo recordó que en su adolescencia, ese cuento tan corto, menos de dos párrafos, lo había asustado.Recordó todas aquellas grandes obras que había leído en el pasado, aquellos grandes autores que anteriormente le habían brindado momentos de asombro, gratos instantes de diversión, momentos de locura banal, aventuras en mundos por él no conocidos. Recordó por un instante divertido a Cortázar. Imaginó que estaba en un país nórdico, o en Irlanda, o en Escocia tal vez, donde la leyenda dice que introducen páginas en blanco al azar, en el medio de los libros al momento de imprimirlos. Si el lector desemboca a las tres en punto de la tarde ante una de las páginas en blanco, inmediata, súbita y definitivamente muere.
Pensó que se había levantado un poco tarde, dados los excesos de la noche anterior. Vagamente recordaba haber estado dibujando unos bocetos para aquel cortometraje animado que le hubiera prometido a un amigo de infancia, tantas décadas atrás. Habían estado acompañando la excelente cena Thai con vino, después unas cervezas, luego acudieron finalmente a la reunión, había muchos invitados en el estudio de Mitch, gente VIP, gente ampulosa, engreída, pero también ávida de dejarse ver con la crema y nata del circulillo intelectual de ésta tortuosa y compleja Capital...
Más vino, algunos escoceses en las rocas, mucha interlocución, música alta, algo de locura y él, en el centro, explicándole al corrillo de avanzada la razón por la cual la obra gráfica de Hugo Pratt era imprescindible en cualquier casa medianamente culta.
¿Con que persona había abandonado el estudio de Mitch? ¿Quién era esa chica joven de ojos acaramelados? No importaba, al fin y al cabo, al despertar a la madrugada y observar su cuerpo cincuentón, incipientemente desgastado, a ella con seguridad le habría entrado el pánico y habría huido. Lo malo era no recordar los detalles, pues el acto en sí es viejo conocido y ha sido utilizado hasta la saciedad. Pero el detalle... ¡Ah! Ahí es donde se suele encontrar la respuesta a la curiosidad por la diversidad. Ya que no recordaba el detalle y debido a que no activó el sistema de grabación oculto, pues no pensaba que nada extraordinario fuese a resultar de la reunión de Mitch, se maldijo por haber perdido esta única oportunidad de agregar un nuevo punto de comparación al estudio de la construcción de su Teoría Universal del Amor.
En fin, no habría podido eludir la mencionada cita donde Mitch. Era el lanzamiento de la última producción de esos jovencitos irrespetuosos que habían logrado llamar tanto la atención de los medios, durante, tal vez, los últimos tres años. A veces la crema y nata del intelecto debía untarse de Cultura Pop.
Estaba muy cansado. Algo no ajustaba bien aquella mañana-casi-mediodía. Se rascó en la nalga y se asombró ante este gesto tan común y cotidiano, como si fuera la primera vez que lo realizara, como si el hecho de tener nalga pruriginosa le hubiera descendido violentamente al terreno de la carne, la sangre, el nervio, la tripa. Sintió dolor de cabeza y sed.
Se incomodó ante tanto síntoma físico: cansancio, cefalea, prurito, sed, casi como si su cuerpo al enviarle tanta información somática le estuviera interrumpiendo al cerebro su alta misión de pensar. Mientras se dirigía al refrigerador maldijo sus pies cansados, la artrosis de cadera, el guayabo físico y la urgencia de sus intestinos. Satisfacer su fisiología le tomaría mucho menos tiempo que satisfacer su Psique, pero se le antojaba harto arduo y dispendioso tener que bañarse, prepararse comida, ponerse ropa cómoda pero presentable, por si alguien aparecía por su Pent House, tomarse un par de sobres de Sal de Frutas, o tal vez mejor una cerveza bien fría, hidratarse, peinarse, cagar. Y todo eso antes de por fin poderse dedicar a iluminar el mundo con su siguiente artículo. Incluso alguien tan importante como él debía cumplir algunos compromisos, principalmente los laborales. Tenía que escribir la columna del domingo para el Diario Nacional. Justo al pensar en esa obligación sublimó el propósito del deber, al constatar que contaba con una ventana muy conocida, desde donde podría, como se lo había propuesto, dejar ver algo de su grandeza.
Al abrir la puerta y admirar el caos interior del refrigerador, se preguntó por que razón todo lo que escribía terminaba siendo autobiográfico, de alguna manera indefinible, pero por él siempre aprehensible. Incluso cuando redactaba guiones para comerciales, su experiencia vital terminaba metiendo baza. Tanto pensamiento espurio me va a terminar haciendo daño, decidió, mientras sacaba una jarra de naranjada con hielos y la mezclaba con Vodka. No hay mejor remedio para un guayabo pomarroso, se dijo riendo, al recordar los términos particulares en que su padre se refería al Mal de Tragos.
No debería existir riña entre los aspectos prosaicos de la vida y el sublime oficio de escribir, este destornillador me quedó bien preparado. Se lo tomó junto con dos cápsulas de Tylenol. Poco a poco fue adquiriendo la sensación que después de todo, el día no estaba tan roto como lo había intuido inicialmente. Tal vez no obtenga el artículo esclarecedor con el que sueña, pero con seguridad va a poder componer una columna decente, con la cual seguirá sustentando su bien ganada fama de librepensador, original, observador pero crítico y ampliamente culto, vanguardista, con preocupaciones sociales, políticas y culturales, centrado en la realidad nacional sin perder de vista el vasto panorama de la actualidad mundial.
Mientras hacía uso del toilettes se quedó como en el limbo, sin pensar, en un estado etéreo cercano al providencial Nirvana tántrico del que tanto había oído hablar a sus amigos de la vertiente esotérica. Se sacudió como para traer de nuevo su mente a la realidad concreta de la escatología inmediata. Al entrar en la ducha se asombró de ver pequeños puntos luminosos en la periferia de su campo visual. Los puntitos se movían como locos, como con una intención propia no develada y por más que intentaba enfocarlos, no lo lograba. Mientras el agua tibia recorría su piel y la refrescaba, cayó en cuenta que nunca en su vida había tenido experiencias extrasensoriales. Desde su juventud se había dedicado a la investigación, a la cultura, a instruirse, a asistir a cursos, a tomar una posición crítica frente al devenir de los sucesos humanos. Nunca le había brindado la menor atención a sus coetáneos cuando hablaban de percepciones, de premoniciones, de deja-vús, de historias de espantos, de haberse soñado con la muerte de la abuelita justo para llegar a casa y comprobar como el sueño se hacía realidad frente a sus propias narices. No, él nunca tuvo ninguna percepción y para su gusto, todo eso no era más que basura inventada por comadres desocupadas. Por lo tanto, su cerebro práctico decidió que los puntos luminosos no debían ser más que miodesopsias relacionadas con algún bajón transitorio en sus niveles de glucosa.
Por una razón no muy bien definida recordó aquel episodio de su infancia en el que, ante la carrilera que se extendía hacia el norte, pasando solo a tres calles de su casa paterna, Ralph, su amiguito de aquel entonces le había asegurado que si pedía un deseo al momento de pasar el tren, si lo pedía apretando mucho los ojos, ese deseo se concedería. Salió de la ducha intentando olvidar ese recuerdo tan banal y tan pueril. Pero la cara de Ralph volvió una vez más a su memoria: ¡Pide un deseo, pídelo! Le repetía una y otra vez.
Mientras se secaba y elegía un cómodo traje informal con una camisa tipo polo a tonos pasteles, la cara de Ralph seguía como un disco rayado pídelo, pídelo, pídelo, pídelo, como cuando uno va en un transporte público y escucha un retazo de canción popular, ojalá de esas que uno desprecia, y luego se queda todo el día con la melodía estancada en el cerebro, como una mosca dándole vueltas a algún desperdicio especialmente provocativo para ella. Agitó la mano para espantar a la mosca, o la cara de Ralph, o lo que fuera y de nuevo entró en un estado de disgusto e inconformidad con la vida.
Puso las noticias. Alguien había muerto devorado por un cocodrilo. Un hombre joven dela Cámara de los Lores había tenido un accidente automovilístico la noche anterior. Seguía el problema con los rehenes en Bombay. El mundo seguía siendo la misma porquería. Apagó la Tele. Se preguntó que pasaría de verdad si un buen día de estos uno se despierta y encuentra una gigantesca nave espacial flotando sobre su ciudad. ¿Sería esto suficiente para hacer desaparecer la desigualdad? ¿Uniría un suceso de estos de manera definitiva a la Humanidad ? Pensó que no sería del todo un mal tema para su artículo, aunque no era precisamente con eso con lo que el soñaba. Deseaba escribir acerca de algo más noble, más alto, más encumbrado. Hoy tenía ganas de sacar a relucir su cultura.
Volvió ala Solana. Así le llamaba él a la silla del patio privado del balcón de atrás de su Pent House. Se sentó a pensar. No se le ocurrió nada.
Tal vez es el guayabo. Es muy raro que no se me ocurra nada.
Por costumbre lo único que tenía que hacer era sentarse frente al ordenador, mirar cualquier foto, imágen o póster de los muchos que colgaban en su oficina, el rincón más desordenado y más privado de toda su vivienda. Con ese solo hecho la inspiración llegaba y se sentaba a escribir a torrentes acerca de lo que fuera. Había vivido mucho y tenía muchas cosas que contar.
A veces no tengo nada que decir.
Convencido que esto no era más que otro efecto del guayabo decidió ir por la cura extrema y de una vez se sirvió un escocés doble en las rocas. No se quiso sentar de nuevo enla Solana sino que se dirigió a la oficina y encendió el ordenador. Releyó sus últimos tres artículos para la columna dominical del Diario Nacional buscando una línea de conexión, un propósito extendido en el tiempo, una senda para ser seguida. Pero tal vez la inspiración había decidido no serle tan fiel durante el último mes, pues aunque todos los artículos le parecieron en general merecedores de la columna, se dedicaba cada uno a un tema diferente y no había un mensaje en profundidad, una máxima escondida, una intención definitiva. O tal vez, lo veía así, por ser hoy el día que era, por los estragos de la reunión de Mitch, por la ausencia del recuerdo de la joven de ojos acaramelados.
Entonces determinó dejarlo así por el momento, tal vez en la tarde escribiría algo. El límite para enviar el artículo por vía Internet al Diario Nacional era a las 7:30 de la noche. Estaba muy cansado aún, el baño no había logrado del todo el propósito de revitalizarlo. Le echó la culpa a los puntos luminosos esquivos y a la cara de Ralph. Entonces recordó el deseo solicitado tantos años atrás, al paso del tren.
Había pedido un perro.
Sonriente, al haber logrado vencer esta pequeña batalla contra el continuo ataque del tiempo, se terminó el escocés doble, sintiéndose mejor, en realidad, mucho mejor. Tal vez era buena idea leer algo para terminar de relajarse. No era el momento para detenerse a pensar si su vida había sido plena, si tanto éxito y reconocimiento realmente lo habían llenado, como lo hubiera llenado en su infancia aquel perro que finalmente su estricto padre le negó. No, no era momento de pensar en pequeñeces. Había que disfrutar el día, el asueto, sacarse el guayabo y el cansancio de encima.
Otro escocés doble en las rocas. La biblioteca. Había un viejo ejemplar heredado de su abuelo. Un libro de Milton. Nunca al intentar leerlo pasó de los primeros capítulos en este volumen particular.
Se sentó enla Solana. Era prácticamente mediodía. De pronto, un frío inmenso se apoderó de su pecho.
Fue un pánico súbito, certero, definitivo.
Al abrir el libro por la mitad, las páginas del centro estaban... completamente en blanco.
Más vino, algunos escoceses en las rocas, mucha interlocución, música alta, algo de locura y él, en el centro, explicándole al corrillo de avanzada la razón por la cual la obra gráfica de Hugo Pratt era imprescindible en cualquier casa medianamente culta.
¿Con que persona había abandonado el estudio de Mitch? ¿Quién era esa chica joven de ojos acaramelados? No importaba, al fin y al cabo, al despertar a la madrugada y observar su cuerpo cincuentón, incipientemente desgastado, a ella con seguridad le habría entrado el pánico y habría huido. Lo malo era no recordar los detalles, pues el acto en sí es viejo conocido y ha sido utilizado hasta la saciedad. Pero el detalle... ¡Ah! Ahí es donde se suele encontrar la respuesta a la curiosidad por la diversidad. Ya que no recordaba el detalle y debido a que no activó el sistema de grabación oculto, pues no pensaba que nada extraordinario fuese a resultar de la reunión de Mitch, se maldijo por haber perdido esta única oportunidad de agregar un nuevo punto de comparación al estudio de la construcción de su Teoría Universal del Amor.
En fin, no habría podido eludir la mencionada cita donde Mitch. Era el lanzamiento de la última producción de esos jovencitos irrespetuosos que habían logrado llamar tanto la atención de los medios, durante, tal vez, los últimos tres años. A veces la crema y nata del intelecto debía untarse de Cultura Pop.
Estaba muy cansado. Algo no ajustaba bien aquella mañana-casi-mediodía. Se rascó en la nalga y se asombró ante este gesto tan común y cotidiano, como si fuera la primera vez que lo realizara, como si el hecho de tener nalga pruriginosa le hubiera descendido violentamente al terreno de la carne, la sangre, el nervio, la tripa. Sintió dolor de cabeza y sed.
Se incomodó ante tanto síntoma físico: cansancio, cefalea, prurito, sed, casi como si su cuerpo al enviarle tanta información somática le estuviera interrumpiendo al cerebro su alta misión de pensar. Mientras se dirigía al refrigerador maldijo sus pies cansados, la artrosis de cadera, el guayabo físico y la urgencia de sus intestinos. Satisfacer su fisiología le tomaría mucho menos tiempo que satisfacer su Psique, pero se le antojaba harto arduo y dispendioso tener que bañarse, prepararse comida, ponerse ropa cómoda pero presentable, por si alguien aparecía por su Pent House, tomarse un par de sobres de Sal de Frutas, o tal vez mejor una cerveza bien fría, hidratarse, peinarse, cagar. Y todo eso antes de por fin poderse dedicar a iluminar el mundo con su siguiente artículo. Incluso alguien tan importante como él debía cumplir algunos compromisos, principalmente los laborales. Tenía que escribir la columna del domingo para el Diario Nacional. Justo al pensar en esa obligación sublimó el propósito del deber, al constatar que contaba con una ventana muy conocida, desde donde podría, como se lo había propuesto, dejar ver algo de su grandeza.
Al abrir la puerta y admirar el caos interior del refrigerador, se preguntó por que razón todo lo que escribía terminaba siendo autobiográfico, de alguna manera indefinible, pero por él siempre aprehensible. Incluso cuando redactaba guiones para comerciales, su experiencia vital terminaba metiendo baza. Tanto pensamiento espurio me va a terminar haciendo daño, decidió, mientras sacaba una jarra de naranjada con hielos y la mezclaba con Vodka. No hay mejor remedio para un guayabo pomarroso, se dijo riendo, al recordar los términos particulares en que su padre se refería al Mal de Tragos.
No debería existir riña entre los aspectos prosaicos de la vida y el sublime oficio de escribir, este destornillador me quedó bien preparado. Se lo tomó junto con dos cápsulas de Tylenol. Poco a poco fue adquiriendo la sensación que después de todo, el día no estaba tan roto como lo había intuido inicialmente. Tal vez no obtenga el artículo esclarecedor con el que sueña, pero con seguridad va a poder componer una columna decente, con la cual seguirá sustentando su bien ganada fama de librepensador, original, observador pero crítico y ampliamente culto, vanguardista, con preocupaciones sociales, políticas y culturales, centrado en la realidad nacional sin perder de vista el vasto panorama de la actualidad mundial.
Mientras hacía uso del toilettes se quedó como en el limbo, sin pensar, en un estado etéreo cercano al providencial Nirvana tántrico del que tanto había oído hablar a sus amigos de la vertiente esotérica. Se sacudió como para traer de nuevo su mente a la realidad concreta de la escatología inmediata. Al entrar en la ducha se asombró de ver pequeños puntos luminosos en la periferia de su campo visual. Los puntitos se movían como locos, como con una intención propia no develada y por más que intentaba enfocarlos, no lo lograba. Mientras el agua tibia recorría su piel y la refrescaba, cayó en cuenta que nunca en su vida había tenido experiencias extrasensoriales. Desde su juventud se había dedicado a la investigación, a la cultura, a instruirse, a asistir a cursos, a tomar una posición crítica frente al devenir de los sucesos humanos. Nunca le había brindado la menor atención a sus coetáneos cuando hablaban de percepciones, de premoniciones, de deja-vús, de historias de espantos, de haberse soñado con la muerte de la abuelita justo para llegar a casa y comprobar como el sueño se hacía realidad frente a sus propias narices. No, él nunca tuvo ninguna percepción y para su gusto, todo eso no era más que basura inventada por comadres desocupadas. Por lo tanto, su cerebro práctico decidió que los puntos luminosos no debían ser más que miodesopsias relacionadas con algún bajón transitorio en sus niveles de glucosa.
Por una razón no muy bien definida recordó aquel episodio de su infancia en el que, ante la carrilera que se extendía hacia el norte, pasando solo a tres calles de su casa paterna, Ralph, su amiguito de aquel entonces le había asegurado que si pedía un deseo al momento de pasar el tren, si lo pedía apretando mucho los ojos, ese deseo se concedería. Salió de la ducha intentando olvidar ese recuerdo tan banal y tan pueril. Pero la cara de Ralph volvió una vez más a su memoria: ¡Pide un deseo, pídelo! Le repetía una y otra vez.
Mientras se secaba y elegía un cómodo traje informal con una camisa tipo polo a tonos pasteles, la cara de Ralph seguía como un disco rayado pídelo, pídelo, pídelo, pídelo, como cuando uno va en un transporte público y escucha un retazo de canción popular, ojalá de esas que uno desprecia, y luego se queda todo el día con la melodía estancada en el cerebro, como una mosca dándole vueltas a algún desperdicio especialmente provocativo para ella. Agitó la mano para espantar a la mosca, o la cara de Ralph, o lo que fuera y de nuevo entró en un estado de disgusto e inconformidad con la vida.
Puso las noticias. Alguien había muerto devorado por un cocodrilo. Un hombre joven de
Volvió a
Tal vez es el guayabo. Es muy raro que no se me ocurra nada.
Por costumbre lo único que tenía que hacer era sentarse frente al ordenador, mirar cualquier foto, imágen o póster de los muchos que colgaban en su oficina, el rincón más desordenado y más privado de toda su vivienda. Con ese solo hecho la inspiración llegaba y se sentaba a escribir a torrentes acerca de lo que fuera. Había vivido mucho y tenía muchas cosas que contar.
A veces no tengo nada que decir.
Convencido que esto no era más que otro efecto del guayabo decidió ir por la cura extrema y de una vez se sirvió un escocés doble en las rocas. No se quiso sentar de nuevo en
Entonces determinó dejarlo así por el momento, tal vez en la tarde escribiría algo. El límite para enviar el artículo por vía Internet al Diario Nacional era a las 7:30 de la noche. Estaba muy cansado aún, el baño no había logrado del todo el propósito de revitalizarlo. Le echó la culpa a los puntos luminosos esquivos y a la cara de Ralph. Entonces recordó el deseo solicitado tantos años atrás, al paso del tren.
Había pedido un perro.
Sonriente, al haber logrado vencer esta pequeña batalla contra el continuo ataque del tiempo, se terminó el escocés doble, sintiéndose mejor, en realidad, mucho mejor. Tal vez era buena idea leer algo para terminar de relajarse. No era el momento para detenerse a pensar si su vida había sido plena, si tanto éxito y reconocimiento realmente lo habían llenado, como lo hubiera llenado en su infancia aquel perro que finalmente su estricto padre le negó. No, no era momento de pensar en pequeñeces. Había que disfrutar el día, el asueto, sacarse el guayabo y el cansancio de encima.
Otro escocés doble en las rocas. La biblioteca. Había un viejo ejemplar heredado de su abuelo. Un libro de Milton. Nunca al intentar leerlo pasó de los primeros capítulos en este volumen particular.
Se sentó en
Fue un pánico súbito, certero, definitivo.
Al abrir el libro por la mitad, las páginas del centro estaban... completamente en blanco.
Fin.
No hay comentarios:
Publicar un comentario