JUAN YA NO RÍE
El hombre abrió los ojos. La niebla matutina se confundía con la atmósfera espesa del sueño recién abandonado. ¿Que era lo que había estado soñando? No lo lograba recordar con certeza. Tal vez hubiera perdido el sueño recapitulando los últimos acontecimientos del día anterior, tal vez hubiera tenido uno de aquellos luminosos sueños del pasado, en los que de nuevo era niño y aún no había perdido la capacidad de reir. Añoraba la risa, el recuerdo de ella le era doloroso. Pues desde hacía trece años, dos meses, tres semanas, cinco días y siete horas había perdido por completo el goce de reir.
Sacudió la cabeza tanto para liberarse del sueño residual, como de los malos recuerdos. Ambos insistían en adherirse a su ser como parásitos, dispuestos a luchar antes de ser desalojados. Juan movió de nuevo la cabeza y esta vez, mas confiado, se levantó y se dirigió al baño. Cualquier otro hubiera sonreido tras vencer el sueño. Este gesto, tan común, tan cotidiano, tan banal, tan frecuente, tan humano, no afloró a su rostro. Solo que ahora estaba despierto y no se cuestionó por qué ya no reía. Es mas, olvidó que había soñado que era de nuevo niño y estaba muriéndose de la risa, a carcajadas, porque un globo brillante flotaba amarrado de su muñeca contra el cielo azul, azul, recuerdo recurrente de su infancia feliz, irremediablemente perdida en los meandros del pasado. Hacía miles de días que se repetía la rutina: despertaba antes de saber que estaba despierto, antes de comprobar si estaba vivo, espantaba los recuerdos de la risa y se iba para el baño, siempre serio, siempre solo. Esta vez al pasar frente al espejo tampoco volteó a mirar su reflejo.
Así pues que salió a la calle. Era un día gris, en una ciudad gris, en un mundo gris, en un época gris sin nada diferente que ofrecer. No había oleadas de poetas, o pintores, o artistas, no había grandes revoluciones, depresiones, guerras, descubrimientos o epidemias. Ni siquiera el avance tecnológico parecía sacar al Universo del mutismo permanente de la gente. Juan salió a la calle y nadie lo miraba. La gente se cruza con el sin levantar siquiera la vista. Caras procupadas, afanadas, errabundas, Caras perdidas, angustiadas, ensimismadas, pensativas, indiferentes. Cada cual parece encerrado en su propio mundo. Juan pensó que tal vez podía ser la carga absurda que este tiempo ha colgado sobre los hombros de cada cual. Un grupo de niños cruza veloz la calle en busca de su transporte escolar. Los niños tampoco ríen, o por lo menos, Juan no los ve reir. Si tan solo el lejano eco de una risa, cristalina y pura, hubiera roto la pesada carga de la monotonía, tal vez Juan hubiera podido distinguir matices de tonos diferentes al omnioresente claroscuro grisáceo de la devastadora rutina automatizada por la fuerza de repetir cada día lo mismo, los mismos lugares, las mismas rutas, las mismas personas, las mismas circunstancias. Tal vez Juan se hubiera preguntado por que desde hace trece años, dos meses, tres semanas, cinco días y ocho horas ya no ríe. Pero el eco de la risa no llega. Como tantos miles de días antes, Juan se ha sentado en el mismo sitio del paradero a esperar su transporte. Un señor de edad casi se le sienta encima, sin mirarlo. Juan se levanta en el último instante mirando al hombre con expresión fúrica. Por un instante ese sentimiento - la furia repentina - cruza su rostro, pero se ha desvanecido en el acto. El transporte llegó, el viejo se levantó del asiento ultramoderno minimalista frío y bruñido del paradero y se sube al bus pasando por encima de Juan, sin mirarlo. Juan sube detrás y como siempre, el conductor no lo volteó a mirar. Esta vez una mujer ocupa el puesto de Juan, al fondo, al rincón. Esto si es algo digno de recordar. Tal vez hoy suceda algo que haga sonreir a Juan.
Fué por ese motivo -ver una mujer extraña ocpupando su puesto habitual, al fondo al rincón- que Juan sintió algo diferente. La mujer lo miró a los ojos, pero fué como si no lo viera, o como si hubiera mirado a través de él. Juan se sienta y mira absorto por la ventana. La ciudad desfila ante sus ojos y por primera vez en estos trece años, dos meses, tres semanas, cinco días y nueve horas, se siente leve, etéreo, intangible. Entonces a lo lejos vió el destello fugaz de unos rizos cobrizos claros y recordó a Maya. Se sobresaltó con este recuerdo, pues de inmediato recordó la risa, aunque no pudo evocar el sonido de su propia risa ni pudo evocar la calidez reconfortante que se siente al reir. Tampoco pudo evocar las circunstancias y el momento que esto sucedió, pero el recuerdo de Maya y de la risa olvidada van de la mano. Pues resulta que la última vez que Juan río, Maya estaba a su lado.
A partir de allí los recuerdos inundaron a Juan de una manera despiadada, cruel, abrupta, inclemente. Juan no puede creer como pudo olvidar a Maya. Tampoco puede creer como dos hechos fortuitos (la mujer ocupando su puesto habitual al fondo, al rincón y una cabellera cobriza clara, rizada) hayan despertado de pronto esta cascada impetuosa en su interior. De repente ha recordado todo lo que tiene que ver con Maya. La conoció a través de un amigo, es mas, el amigo era el novio original de Maya y Juan se metió donde no debía. El amor fue intenso y súbito, sin condiciones, sin tiempo, sin barreras, solo con el lenguaje de sus cuerpos. Juan quería vivir con Maya, sobre Maya, bajo Maya, dentro de Maya. Juan quería tener hijos con Maya, crecer con Maya, envejecer con Maya, nunca morir si no fuera con Maya, por Maya y para Maya. Juan ve los ojos de Maya, la nariz y la boca de Maya, siente la tibieza le la piel de Maya y el perfume sublime de sus cabellos húmedos enredados entre sus dedos en una tarde lluviosa de un lejano abril. Juan puede recordar el aliento de Maya y el tono de su voz cuando le asegura que jamàs lo va a dejar. Mil detalles del cuerpo de Maya, ese lunar escondido, la primera arruga fina y casi imperceptible debajo de sus ojos a causa de su risa permanente, y la risa, la risa de Maya, Juan ha podido recordar la risa de Maya... Pero aún así, no ha podido reír por si mismo. Juan ya no ríe.
Y de pronto se pone frenético, excitado, hiperactivo. Esa cabellera cuyo destello a lo lejos casi pudo vislumbrar, reconocer, aprehender, debe ser Maya, es ella y Juan aquí dentro de este estúpido bus que no para y Juan timbra pero el chofer no lo oye y el bus sigue y sigue hasta que la mujer del último puesto, al fondo, al rincón, se levanta y timbra y el bus para y la puerta se abre y ella se baja y Juan como loco en pos de ese minúsculo destello que ya no distingue.
Y de pronto se pone frenético, excitado, hiperactivo. Esa cabellera cuyo destello a lo lejos casi pudo vislumbrar, reconocer, aprehender, debe ser Maya, es ella y Juan aquí dentro de este estúpido bus que no para y Juan timbra pero el chofer no lo oye y el bus sigue y sigue hasta que la mujer del último puesto, al fondo, al rincón, se levanta y timbra y el bus para y la puerta se abre y ella se baja y Juan como loco en pos de ese minúsculo destello que ya no distingue.
El bus había realizado un gran recorrido al momento de parar. Se encontraba en una zona céntrica de la ciudad. Juan se baja del bus en pos del destello cobrizo claro, rizado, que prácticamente ya no distingue y sale corriendo detrás. Puede sentir la opresión en el pecho mientras trata de abrirse paso entre la multitud. La masa que se desplaza en las calles del centro es una cosa amorfa, compacta, anónima, que se mueve caóticamente, sin aparente propósito, sin sentido claro, o tal vez sí, por supuesto, quiere impedir que Juan alcance aquel destello cobrizo claro, rizado. Y la masa se arremolina alrededor de Juan, contra Juan, frente a Juan. La masa informe es gris, hecha de gente aún mas gris, con trajes y maletas grises y con paraguas negros. Aunque le estorban, aunque no lo dejan avanzar, estos entes no lo miran, nadie lo determina, nadie se fija en él. Juan sigue buscando ese destello lejano cobrizo claro, rizado y lo busca y se desespera y mientras se desespera el recuerdo de Maya se hace omnipresente y lo mira sonriente y Juan mira a la gente y siente que no està respirando, pues nadie ríe y Juan poco a poco empieza a comprender como Maya se llevó su risa hace trece años, dos meses, tres semanas, cinco días y diez horas. En este momento Juan se da cuenta que solo encontrando si en verdad este destello lejano pertenece a Maya - es Maya, tiene que ser ella - podrà desvelar la niebla que se adhiere a su memoria como un paràsito, dispuesta a luchar antes de dejarse desalojar.
Juan ha logrado abrirse paso a través de la masa a través de la gente, contra la corriente y contra la voluntad de la masa. Ahora distingue claramente a lo lejos el destello de una cabellera cobriza clara, rizada y alcanza a vislumbrar cuando su dueña - indudablemente una mujer madura - ingresa en una cafetería de la esquina. Juan no logra diferenciar los detalles del rostro de la mujer, sin embargo la presión en su pecho aumenta. No son palpitaciones, no es el loco batir del corazón queriendo desbocarse por fuera de la prisión de las costillas, es mas bien un peso frío y sordo que se propaga del centro hacia afuera y que lo paraliza. Pero no hay duda, las borrosas y lejanas facciones del rostro de la mujer mueven algo muy profundo dentro de Juan. Es Maya. Juan se acerca lentamente, lleno de turbias premoniciones, de temores siniestros, funestos, dudas oscuras, inciertas, improbables, fatuas. Horas después, solo, completamente solo en su oficina, Juan evoca como se va acercando lentamente a la vitrina del café de la esquina y como en un efecto de lay off, lentamente progresivo, casi detenido al final, evoca como se asoma y efectivamente concreta sus dudas,confirma sus sospechas, resarce sus celos. Un hombre absolutamente desconocido se sienta frente a Maya y la mira completamente transportado y embelesado.
Juan mira a su alrededor y por primera vez se fija en su oficina. La mira con extrañeza, como si fuera la primera vez que entrara en ella. Juan observa su oficina, cerrada por dentro y advierte un cierto aire de abandono, de suciedad, como si de un aire rancio o estancado se tratara. La pila de papeles por hacerse, a los que Juan les echa una ojeada de nuevo sin prestarles la más mínima atención. Mira a través de la ventana y lo único que puede distinguir es esa humanidad angustiada que se desplaza en forma de masa, ese continuo de individuos que nunca son los mismos, aunque la masa nunca cambia. Uno podría sentarse en esa ventana día tras día por horas enteras sin llegar a ver una sola persona repetirse. Siempre son otros, siempre son diferentes, pero el conjunto no cambia. Y nadie ríe. Y Juan ya no ríe, pero el recuerdo de Maya ha vuelto. Juan piensa en ese hombre que tomaba la mano de Maya en la cafetería y algo en los ojos de ella le hizo saber que Maya ya no piensa en Juan. Tal vez lo olvidó, tal vez ya no lo ama. Tal vez simplemente lleva trece años, dos meses, tres semanas, cinco días y doce horas sin saber nada de Juan. En todo caso Juan no ha dejado de sentir ese frío en el pecho, ese que empezó a sentir cuando de acercó a la vitrina de la cafetería. Al evocar la mirada del hombre el frío se transforma en candela, Juan recuerda como Maya río cuando ese desconocido le tomó la mano. Juan se fija de nuevo en ese momento. Maya ríe. Al precisar este hecho un fogonazo de luz se enciende dentro de la cabeza de Juan. La memoria ha vuelto toda, precisa, contundente, exacta. Juan cae fulminado hacia atràs mientras los recuerdos lo inundan aceleradamente, esta vez completos, sin dudas, sin neblinas.
Trece años, dos meses, tres semanas, cinco días y trece horas atrás, Juan sí reía. Reía como loco. Ese día había ido a cenar con Maya. Todo iba saliendo de acuerdo como el lo había planeado: el restaurante, la cena, el mâitre cómplice, el anillo escondido, la serenata, la pregunta llena de futuro y la respuesta armoniosamente correcta. Salen de la costosa zona reservada para los ejecutivos exitosos y se dirigen a la discoteca de moda en el sector. Juan lleva a Maya de la cintura y ambos sonrien, sonrien por la vida, sonrien por el futuro, sonrien porque estàn juntos y se aman. Antes del encuentro Juan había tenido un día normal, era un viernes. En la mañana se despertó, se bañó y se fué a la oficina. Decidió tomar el cómodo sistema de buses y tranvías de la ciudad. El camino hacia el centro había sido cómodo y placentero. En la oficina no pudo hacer mayor cosa, no era capaz de concentrarse, quería que llegara la noche. Sus amigos se burlaron de él toda la tarde y trataron en broma de disuadirlo de cometer la peor tontería de su vida. Y finalmente aquí va él por la exclusiva zona peatonal con Maya a su lado, con su vida y su futuro caminando junto a él con su cabellera cobriza clara, rizada y sus ojos expresivos. Todo sucede demasiado ràpido, aunque en la memoria de Juan todo se ve en excesiva càmara lenta, cada detalle se devela ahora en un estilo hiperrealista. El hombre que salta de las sombras, otro que sujeta a Maya y otro que les amenaza con un arma. Juan intenta interponerse y se lleva la mano al bolsillo interno de la chaqueta para ofrecer el dinero que lleva, eso siempre se puede recuperar, de acuerdo con la doctrina que tantos años atrás le enseñó su padre. Y entonces sintió el frío inmediato en el pecho. Luego, oscuridad. Y Juan despierta en su casa sin recordar nada, aunque ha tenido sueños agitados. Se sacude la niebla del sueño que se adhiere a él como un parásito, dispuesto a luchar antes de dejarse desalojar y se dirige al baño. Pasa frente al espejo sin mirarlo y luego sale a la calle a tomar el transporte para ir a la oficina y en todo este tiempo Juan ya no ríe. Y ha olvidado a Maya. Así han transcurrido los últimos trece años, dos meses, tres semanas, cinco días y catorce horas. Ahora Juan sabe que si al despertar el primer día se hubiera tomado la molestia de voltearse a mirar al espejo, no habría encontrado su reflejo. Pero debía encontrar a Maya, debía ser capaz de recordarla, debía saber que no le había pasado nada físico y debía saber que ella había podido seguir adelante. Pero hasta hoy ella nunca se cruzó en su rutina fija e inquebrantable de repetir aquel viernes lejano. Ahora Juan está listo. Sabe que algún día (en otra vida, en otro mundo, en otra era) volverà a reir.
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