-Así es, Suzanna- le digo, evitando mirarla a los ojos. -He
hablado con todos ellos y el concepto es unánime.
Ella se toma la noticia con relativa calma, diría yo.
Voltea a mirar hacia la ventana de la habitación y disimuladamente se seca una lágrima
que le baja por la temblorosa mejilla del lado derecho.
El día es tan gris y frío como la oscuridad que siento en
el fondo de mi alma. El viento aúlla enloquecido entre los altos edificios del
complejo hospitalario, presagiando lluvia o granizo, de pronto incluso una
nevada prematura.
Curso el tercer año de mis estudios postgraduados. La
carrera artística de Suzanna ha sido tremendamente exitosa: pinta, esculpe,
moldea, expone; ya no solo en Suecia o circunscrita a la península escandinava.
Hace un mes lo ha hecho en Hayward Gallery, un suceso total.
Al llegar de Londres se ha tomado un tiempo de descanso más
prolongado de lo usual. A causa de mis obligaciones académicas y laborales no
he reparado en su extrema palidez o en sus ojeras. Tal vez haya perdido peso,
pero tampoco me he percatado de ello.
Pero desde hace 4 días sufre unas fiebres inexplicables.
Temperaturas de más de 39 grados, sin tos, acompañadas de dolor en todo el
cuerpo. Anoche la he encontrado desmayada y la he traído a las urgencias.
La hospitalización, los exámenes, las múltiples jeringas y
tubos que le insertan; el ambiente de hospital es completamente desconocido
para mí. El diagnóstico implacable. Tiene una leucemia mieloide aguda de mal pronóstico,
dado por la asociación con un condroma que le habían tratado con cirugía y
radioterapias en su adolescencia temprana y que ella había olvidado por
completo. Deben iniciarle quimioterapia de inmediato y aun así, no pueden decir
cómo va a evolucionar.
He llamado a sus padres y les he explicado la situación.
Han estado completamente de acuerdo con que el tratamiento debe iniciar lo
antes posible, pero ella y solo ella es quien debe tomar la decisión.
El silencio que sigue a la transmisión de la noticia es
espeso, prolongado, pegajoso y asfixiante. Ha durado tanto tiempo, que mi
corazón se ha detenido, se ha enfriado y eventualmente ha vuelto a caminar. Ha
sido tan contundente, como el cataclismo que extinguió a los dinosaurios.
Finalmente, ella me ha dicho
con la mayor seriedad del mundo: -Yo no quisiera ninguna quimioterapia. Nos
vamos a casa a discutirlo. Tendremos tiempo, te lo prometo.
Un frío oscuro se apodera de
mi alma. El más oscuro de todos.
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