domingo, 29 de marzo de 2020

LA CAJA (Capítulo 8: La despedida)


Han sido meses difíciles. Desde el momento del diagnóstico veo como Suzanna se deteriora progresivamente.

Primero hemos estado en casa. Lo discutimos a diario; sus padres siguen firmes en su opinión: prefieren el tratamiento, pero la decisión es solamente de ella. Yo hago todo lo posible para que esté cómoda, para darle una vida normal, aparentando que nada pasa. La trato con supina suavidad y delicadeza, incluso hemos seguido teniendo intimidad y ella parece disfrutarlo.

Un buen día se levanta y sin dar mayores explicaciones se declara dispuesta a iniciar el tratamiento. Nunca me aclaró la razón de su cambio de decisión.
El primer ciclo de quimioterapia se lo ha tomado bastante bien, no ha sido tan difícil. Ha durado solamente tres días y lo ha tolerado sin mayores contratiempos. 

El segundo ciclo es en junio. Es el año de 1995. Esta vez ha vomitado como loca. El dolor ha sido insoportable y su cabello se ha caído abundantemente. Se lo hemos terminado de cortar al ras y le han diseñado una peluca muy parecida a su cabello original, aceptable sucedáneo, aunque jamás tan luminoso como en los años en que la conocí.

Durante el tercer ciclo ha dejado de comer; en total ha perdido ya 15 kilos. 
Para el cuarto ciclo he notado que lleva varios meses sin menstruar.

El quinto ciclo es especialmente difícil. Me tomo una licencia de cinco días para estar junto a ella día y noche. No dormimos en todo ese tiempo más de dos horas continuas. Le he recitado de memoria todos los cuentos que me sé; los chistes también. Le he cantado. Le he narrado las últimas películas que fui a ver a cine el fin de semana anterior; es cinéfila y dada su condición no puede ir a los teatros, por lo que me ha suplicado que vaya a ver los estrenos de cartelera y se los cuente.

Le he contado de principio a fin toda la Historia de la Antigüedad, tal como me la sé y desde mi particular punto de vista.

Hago todo esto con el fin de distraer su mente, de tenerla ocupada para que el dolor no ocupe el centro de sus pensamientos, de su vida, de su cuerpo, para que no se instale en el fondo de su alma.

El sexto ciclo es relativamente calmado. Lo siguiente sería hacerle un transplante de médula ósea. Primero deben hacerle unos nuevos exámenes.

El oncólogo se ha reunido con nosotros. Explica que los resultados no son los esperados, que no hay una respuesta adecuada y que la enfermedad sigue su curso como si nada. Propone nuevas quimioterapias y otros medicamentos. 

Suzanna dice que desea parar. Miro su cuerpo delgado con un abdomen desproporcionadamente hinchado. Tengo que aguantar las lágrimas que explotan por salir. Ella no merece todo este sufrimiento. Tomo su mano y ella asiente con un débil gesto. Yo me hundo en un pozo negro y profundo. Añoro la época en que me sumergía en el azul de los ojos de Suzanna. La esperanza se ha despedido de nosotros. 

Unos días después, en casa, encuentro una inusualmente grande caja de galletas danesas que ella me ha regalado la pasada navidad. Limpio la caja y metódicamente empiezo a almacenar en ella los recuerdos de nuestra vida juntos.

Suzanna nos dejó a finales de octubre de ese año. La razón por la cual cambió de decisión y se quiso someter a tratamiento, se ha ido escondida con ella en el fondo de sus entrañas.

Tras los dolorosísimos meses que me toma terminar mi estudio, dejo todo en Suecia y regreso a mi patria solo con mi título y con la caja. El corazón lo he dejado allá, enterrado con lo que pudo haber sido mi vida, un largo futuro con hijos, nietos, una extensa familia y Suzanne a mi lado, tal cual como en las novelas románticas del siglo XIX, o como en los Cuentos de Hadas con los que aprendí a leer.

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