Han sido meses difíciles. Desde el momento del diagnóstico
veo como Suzanna se deteriora progresivamente.
Primero hemos estado en casa. Lo discutimos a diario; sus
padres siguen firmes en su opinión: prefieren el tratamiento, pero la decisión
es solamente de ella. Yo hago todo lo posible para que esté cómoda, para darle
una vida normal, aparentando que nada pasa. La trato con supina suavidad y
delicadeza, incluso hemos seguido teniendo intimidad y ella parece disfrutarlo.
Un buen día se levanta y sin dar mayores explicaciones se
declara dispuesta a iniciar el tratamiento. Nunca me aclaró la razón de su
cambio de decisión.
El primer ciclo de quimioterapia se lo ha tomado bastante
bien, no ha sido tan difícil. Ha durado solamente tres días y lo ha tolerado sin
mayores contratiempos.
El segundo ciclo es en junio. Es el año de 1995. Esta
vez ha vomitado como loca. El dolor ha sido insoportable y su cabello se ha
caído abundantemente. Se lo hemos terminado de cortar al ras y le han diseñado
una peluca muy parecida a su cabello original, aceptable sucedáneo, aunque jamás tan luminoso como en los
años en que la conocí.
Durante el tercer ciclo ha dejado de comer; en total ha
perdido ya 15 kilos.
Para el cuarto ciclo he notado que lleva varios meses sin
menstruar.
El quinto ciclo es especialmente difícil. Me tomo una
licencia de cinco días para estar junto a ella día y noche. No dormimos en todo
ese tiempo más de dos horas continuas. Le he recitado de memoria todos los
cuentos que me sé; los chistes también. Le he cantado. Le he narrado las últimas
películas que fui a ver a cine el fin de semana anterior; es cinéfila y dada su
condición no puede ir a los teatros, por lo que me ha suplicado que vaya a ver
los estrenos de cartelera y se los cuente.
Le he contado de principio a fin toda la Historia de la
Antigüedad, tal como me la sé y desde mi particular punto de vista.
Hago todo esto con el fin de distraer su mente, de tenerla
ocupada para que el dolor no ocupe el centro de sus pensamientos, de su vida,
de su cuerpo, para que no se instale en el fondo de su alma.
El sexto ciclo es relativamente calmado. Lo siguiente sería
hacerle un transplante de médula ósea. Primero deben hacerle unos nuevos
exámenes.
El oncólogo se ha reunido con nosotros. Explica que los
resultados no son los esperados, que no hay una respuesta adecuada y que la
enfermedad sigue su curso como si nada. Propone nuevas quimioterapias y otros
medicamentos.
Suzanna dice que desea parar. Miro su cuerpo delgado con un
abdomen desproporcionadamente hinchado. Tengo que aguantar las lágrimas que
explotan por salir. Ella no merece todo este sufrimiento. Tomo su mano y ella
asiente con un débil gesto. Yo me hundo en un pozo negro y profundo. Añoro la
época en que me sumergía en el azul de los ojos de Suzanna. La esperanza se ha
despedido de nosotros.
Unos días después, en casa, encuentro una inusualmente
grande caja de galletas danesas que ella me ha regalado la pasada navidad.
Limpio la caja y metódicamente empiezo a almacenar en ella los recuerdos de
nuestra vida juntos.
Suzanna nos dejó a finales de octubre de ese año. La razón
por la cual cambió de decisión y se quiso someter a tratamiento, se ha ido
escondida con ella en el fondo de sus entrañas.
Tras los dolorosísimos meses
que me toma terminar mi estudio, dejo todo en Suecia y regreso a mi patria solo
con mi título y con la caja. El corazón lo he dejado allá, enterrado con lo que
pudo haber sido mi vida, un largo futuro con hijos, nietos, una extensa familia
y Suzanne a mi lado, tal cual como en las novelas románticas del siglo XIX, o como
en los Cuentos de Hadas con los que aprendí a leer.
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